domingo, 10 de diciembre de 2006

El panóptico poético.

Sobre exactos mares pasan eones
De minutos eternos derretidos,
Al marfil del tuétano adheridos,
Royendo su savia como dragones

desacelerando de los protones
sus rotaciones a ley sometidos
en estas existencias sin sentidos,
sin puertos libres ni abiertos portones.

¡Brillan en los anillos de Saturno
por las noches luciérnagas que explotan!
Muere desangrado el cielo nocturno

en hemorragia de estrellas que flotan
quietas, sobre la piel de negro eburno
del dios, la afilada hoja, taciturno.


Tríptico del amor.

I
Como lluvias sobre un erial, supuran
mis viejas llagas, mi corazón yerto,
se agrietan las escaras, abierto,
que tus palabras, lejanas, roturan.

Ternura de unos labios que murmuran,
de una flor que crece en el desierto,
raíces en agua de verdor injerto
oasis oculto de aves que auguran

el paraíso infantil recobrado,
los sueños en paz plenos y profundos
en el cielo de mi cráneo estrellado,

de meteoros cruzando errabundos
los plexos sacros del gozo callado,
hueso tierno, edén de amores fecundos.


II
La eclosión reventando los cielos,
el gozo húmedo, exultante, carnal,
lubrica el cerebro ebrio en bacanal,
derritiendo de la cumbre los hielos.

Sol hiriente como cien escalpelos,
tu mirada, envuelta en bruma vernal,
la presiento, arriba, del dios saturnal
dos ardientes y fragantes carpelos.

En mazapán tu carne transformada,
entre mis dedos la linfa de miel
de tus venas abiertas, derramada,

arrasa, agrias, las breñas de la piel,
agosta, infectos, los charcos de hiel,
colma mis cauces tu alma crisolada.


III
Pasan las nubes blancas
por la tela azul
de plomo. Enfoscadas
el tul de las estrellas,
las luminosas sendas
de las constelaciones
-arcanos de tu ser-
de ensueños forjadas.
Las blancas nubes pasan
por la azul tela:
bóveda de acero que
-lúgubre sepultura
de hormigón armado-,
sofoca las reacciones,
y el libre movimiento
de mis grises protones.

¡Desgarrar quiero el azul poderoso
con mis uñas y dientes,
abrir esta tumba de luz insoportable,
fundirme en las palpitantes estrellas,
perderme en los laberintos siderales,
en el cosmos de tus ojos, en tus mares!


Jardines olvidados,
enterrados en yedra.
La fuente está quieta.
Sobre sus aguas muertas
pasan las nubes blancas,
las aves negras....

lunes, 2 de octubre de 2006

El trepanador.

El áspid avanza por el suelo de baldosas parduscas insinuándome la embriagadora sensación de sinuosidad deslizante y sensual, como una larga y húmeda lengua recorriendo los contornos de la espalda y el cuello. Mis ojos siguen ávidos los elegantes movimientos del ofidio levitante que flota en el aire junto a Osiris que pesa mi corazón en su balanza con gesto adusto. Mi corazón late convulsamente en el platillo de oro que se hunde....
El áspid se yergue ante mí, sentado en el suelo con las piernas cruzadas, me mira con ojos helados de esmeralda, contonea levemente la cabeza aplanada y emite un sonido sibilante, largo, penetrante con su bífido cordón baboso.
La droga aturde mi cerebro; soy solo cabeza hirviente como las arenas del desierto, no tengo cuerpo ni extremidades. Nada siento. Todos los dioses de Egipto giran a mi alrededor y el vuelo de sus finas túnicas enfría el trasudor que baña mi piel como un delicado tejido de agua del eterno Nilo adosado a mi cara....(El médico de la Casa de la Vida rasga la cortina de la estancia del Templo con dedos que se introducen en la sala iluminada tenuemente: una racha de aire frío penetra y la cabeza rapada emerge de las tinieblas. Le siguen su ayudante que porta la caja de ébano con los utensilios, y el hemostático....)Ahora alguien me coje por detrás y me tumba en el suelo. Me colocan la cabeza en una prensa en la cual queda inmovilizada de una manera tan completa que la angustia crece en mi interior como una mareta de mil rumores...pero los dioses siguen girando a mi alrededor. Algunos me son propicios, otros me clavan sus miradas torvas en los ojos...(el cráneo del joven faraón ha sido rasurado convenientemente antes de la operación; en un lugar dél está la señal que indica el punto donde habrá que punzar para realizar la trepanación y llegar al tumor que enturbia de dolores los días y las noches del joven dios. Los instrumentos son purificados en el fuego sagrado por el ayudante; el hemostático permanece a la espera con la cabeza del enfermo delirante entre sus manos. Cuando todo está dispuesto el médico de la Casa de la Vida comienza su delicada tarea)....Horus me mira fiero, me horada las sienes con su pico ganchudo, introduciéndolo en mi cabeza, mientras toda la caterva de demonios de Seth me laceran las carnes y el espíritu y veo el fuego emerger de sus bocas y me abrasan y el dolor es intenso, y los dioses me...(El médico ya ha hendido su cuchillo de sílex más abajo de la piel húmeda, la efusión de sangre al discurrir el escalpelo por la carne es copiosa, el hemostático reacciona. Cuando la hemorragia cesa el ayudante pone en las manos del maestro el martillo y el punzón)....abandonan, veo las aguas del Nilo putrefactas y salir de ellas una miasma que infecta cuanto toca,....(y con sumo cuidado y control de su fuerza golpea ligeramente sobre la fisura del cráneo repetidas veces hasta destapar la pieza de hueso que ha recortado previamente con el escalpelo de sílex)...el mundo se derrumba, la ciudad de Tebas se mueve como si sus cimientos estuvieran sobre un tremedal cenagoso, truenos oigo que amenazan la robustez de las Pirámides, y los dioses mueren....(entonces se ofrecieron a los oficiantes las circunvoluciones de un color hermosamente gris del cerebro del Faraón, y a un lado la masa sanguinolenta de carne que como una sanguijuela está adherida a él, turbando su divino descanso. El trepanador sonrió con satisfacción al ver el tumor, habían horadado por el sitio adecuado, y con no menos pulso que antes se dispuso a rebanarlo por capas hasta que ya no quedase nada)...entonces de pronto una gran luz blanca se hizo en el mundo que lo inundó todo, y los dioses se disolvían en el polvo, Horus se derretía mientras Osiris era tragado por las arenas del desierto e Isis desaparecía en el Nilo perdiéndose en el piélago infinito, y una gran paz embargó mi espíritu y vi que la luz era buena, que el amor que de ella emanaba era la verdad y que no existía más dios que el amor y la luz siendo todos los demás mentiras que ensombrecen los corazones de los hombres....(El ayudante dio al trepanador las gasas purificadas en el agua hirviente con las que limpió la zona adyacente de cerebro vivo y palpitante. Después repuso la pieza de hueso, que era de forma irregular aunque parecido a un óvalo, y la suturó al cráneo tras lo cual dio por acabada la tarea).
A la mañana siguiente, repuesto por completo aunque con la cabeza aletargada aún por las drogas que le sirvieron de anestésico, el joven Faraón reúne a todos sus sacerdotes y les comunica que solo hay un dios al que adorar cuya manifestación es el el disco solar, fuente de luz. Este dios es un dios de paz y de sabiduría, que no necesita de los sacrificios cruentos ni de las libaciones, ni de la imagen siquiera porque es un dios invisible hecho visible en el mundo mismo, un dios misterioso al que hay que escrutar.
Así comenzó la herejía de Atón en la milenaria tierra de Egipto entre los murmullos de incomprensión que entre el pueblo se levantó como una tormenta de arena que perturbara el descanso de las tumbas del Valle de los Reyes.

miércoles, 27 de septiembre de 2006

Paréntesis.

Yo (que todas las tardes en el parque de los ánades veía cogidas de las manos a las señoritas contemplando entre los arrebolados pinos de nímbeas copas sangrientas los patos que con paso excesivo y absolutamente ridículos revoloteban por las cuencas vacías de los forasteros en mi cerebro de mi interioridad, venidos de extraños e ignotos lugares para contemplar, in situ, los traseros y exultantes pectorales de las señoritas agarradas de la mano, besándose, magreándose ante los viandantes del parque, extrañados como si contemplaran un cerdo desangrándose abierto en canal, para luego meter las cabezas en sus palpitantes vientres y devorar, devorar, devorar para luego vomitar, esputar entre cinismo cruel de distintos pelajes extraordinarios en los mentideros de los zoológicos de las matronas y los manolos borrachos de chulería barriobajera y sopapo rápido en plena jeta a sus sacrosantas esposas antes de marcharse silbando carretera bajo camino del picadero para vaquear un rato a alguna chati exótica que supiera bombear bien el élam, toda esa vía láctea saliendo a borbotones por los albañales de la cloacas infectas de los estados y los gobierno, nido de conspiraciones corteses, reunión de lobos echados sobre el mapa de la Nación diseñando la estrategia de caza a seguir al través de los umbríos bosques, sombríos, ennegrecidos bosques brunos, hasta encontrar el calvero en el mismo centro de él, que lo mismo pudiera ser un lateral en escorzo, para espiar entre el frondoso ramaje el baile de las furcias furias desnudas, con sus chochos al viento, oreando la cueva, el oquedal, el humedal, el tremedal en donde es tan fácil perderse, en donde se ansía perderse tragado por un agujero negro que empieza en la punta de la picha encabritada, una leve mancha oscura en la punta del glande, para extenderse, inficionándolo todo, deglutiendo a machamartillo, baqueándome, tragándome en una una fría, helada y negra pez, como el fondo de un Océano en libre movimiento de las olas y las infinitas causalidades combinadas en el cubilete de Dios, dados que son caminos, jugadas que son destinos, perdido continuo en el resplandeciente y nimbeo infierno coralino donde nada es real porque es inasible, inaprensible, una puta malla, la puta maya, que te ha de arrancar los ojos para no ver, barrenar los oidos con algarabía para no oír, comer tu lengua para no pronunciar el Logos, el Fiat creador.....Es preciso, sí, es preciso coger la almádena y machacar, romper las piedras, los muros, las murallas, sí con mi almádena siempre al hombro y el corazón galopante, orgulloso, aristocrático, en el centro del pecho y mi hígado, mi columna vertebral que vertebra mi alma con el último rincón de un cuerpo todo electrizado, sensitivo en grado sumo, percibiendo, percibiendo, olisqueando, aventando el aire como el animal hecho hocico, toda el alma en la punta del hocico como un duende que viaja a través de grandes distancias y percata el chocho exorreico en el mar de la muerte, feraz en muerte infinita, y toda su vida consiste en eso en aventar para vivir y vivir para morir.....) tengo sueño. Me voy a la cama.

sábado, 16 de septiembre de 2006

Cuento Oral Africano: Hambre y Saciedad

En el seco, cruel y devastador desiero de salvaje austeridad, extremoso en los días de sus noches, una madre de mirada gacha y perdida en el polvo ocre, desfalleciente, desesperanzada, acoge a un niño, su hijo, en sus brazos, haciendo de ellos y de su cuerpo encorvado, una protección, una muralla, un cortafuegos al viento incendiado que rezuma de la tierra elevándose del polvo derretido, o un cortafríos a la ventisca helada de las noches de descanso escaso y pensamientos más negros que su negra piel de ébano.
El niño tiene hambre. Ella lo sabe. Tiene hambre como todos los niños de vientres abultados de vacío, de injusticias y de vergüenza que llenan el campamento improvisado con sus lloros y lamentos, con las bocas abiertas, arracimadas en las comisuras moscas como un tumor viviente y ávido, lamiendo, voraces, con sus largas y filiformes lenguas pilosas la humedad salada que resbala por las mejillas brunas, o la escasa saliva blanca que se se filtra a través de los blancos y diminutos dientes.
Mientras tanto, sus padres, el que lo tenga y no haya terminado aún de pasto de los numerosos carroñeros, terrestres o aéreos, que merodean por aquellas soledades, están librando una de esas guerras civiles que se suceden sin solución de continuidad, que van heredándose de padres a hijos, de generación en generación como una maldición bíblica, como algo de lo que se ha perdido el sentido por trivial, si alguna vez lo tuvo, el porqué, la razón. En el mundo hay guerras, siempre las ha habido, y eso es todo.
Además, ¿qué le importa a ella como acabará, si no acabó ya, el padre del niño que mece en sus brazos? ¿Acaso lo conoce ella? Cualquiera de aquellos soldados que una noche de hace cinco años, una noche como fueron otras muchas, con pesadas armas en las manos entraron como bestias de corazones rebosantes de crueldad y frío en las chozas, haciendo salir a todas las mujeres para violarlas alternativamente y matando, por puro capricho, a algunos hombres que no habían hecho otra cosa más que resignarse en silencio.
De todas aquellas orgías de maldad tuvo varios embarazos y otros tantos alumbramientos de los cuales sólo aquel retoño que abrazaba contra su pecho de ubres secas era único tallo tierno (aún con vida) de toda una suerte de desgraciados ramales que dio su fecundo vientre.
Todo el campamento era una misma historia, su historia. Todo el campamento estaba lleno de madres con hijos hambrientos en sus senos exhaustos, hijos del abuso, del odio, de la crueldad y el dolor. Casi ninguno del amor. Eran hijos de todos los hombres del país, zona, lugar, pedazo de tierra o lo que fuere, hijos de una tribu o de otra, de una etnia o su complementearia, de una facción o su contraria, daba igual, todos hijos bastardos salidos de las arenas inclementes del desierto.

-Mamá, ¿de donde viene el hambre?- preguntó un día aquella talla pequeña y negra, como un ídolo, salida de sus entrañas.
La madre lo miró con indiferencia sin saber y sin tener ganas de contestar.
-¿Por qué tengo hambre? -insistió el niño.
La madre levantó la mirada y vio al milano cazador trazar círculos recortado en el azul poderoso, y al buitre planeador de largas alas dentadas en su paciente espera, y recordó la tarde en que la sombra de otro, reptando oscuro por la tierra, alteró los pulsos infantiles de los niños (sí, alguna vez ella fue niña, recuerda) que bajo la sombra del árbol en donde solían escuchar las enseñanzas de las Escrituras del Sagrado Libro, oyó el cuento de Hambre y Saciedad que con benevolencia les contaba el maestro que iba de aldea en aldea aventando en lo posible las semillas del conocimiento, por si alguna llegara a fructificar como oasis en el desierto.
El recuerdo del maestro la animó a hablar:
-Pues verás -empezó la madre-, un día que Hambre y Saciedad, que eran muy amigos en aquella época llegando a ser casi inseparables, no como ahora, iban paseando por un valle en donde crecían árboles cargados de frutas, vieron como un genio se paraba frente a una piedra grande que estaba, justamente, a la sombra de uno de estos árboles. Entonces el genio se detuvo y gritó, fuerte, unas palabras mágicas que hicieron que la piedra se moviese....brrruuu..... sí, y es que en aquella época en que Hambre y Saciedad iban juntos por la tierra, las piedras se movían y muchas más cosas fabulosas y buenas ocurrían. Bueno, pues entonces como te decía rodó la piedra dejando paso a un estrecho y oscuro túnel en donde penetró el extraño duende, tras lo cual la piedra, ella sola como antes, volvió a su lugar como si nada hubiese pasado.
Los amigos, como comprenderás, se quedaron maravillados y sorprendidos, y decidieron esperar a que saliese el duende para entrar ellos en la cueva, ya que sentían gran curiosidad por lo que aquel pudiera ocultar allí; ¡seguro que grandes tesoros!, y es que era normal que los duendes escondieran cofres llenos de oro y joyas en las entrañas de las cuevas.
Al cabo de un rato oyeron de nuevo el sonido pedregoso de la piedra surcando la tierra, y vieron al duende salir de la oscuridad a la luz, y alejarse presuroso, porque los duendes siempre llevan prisa, no sin antes comprobar que el enorme canto volviese a su lugar, como así ocurrió. Entonces cuando vieron que se perdía de vista, pronunciaron las palabras mágicas Hambre y Saciedad, y entraron a su vez y..... ¿sabes que encontraron allí? Pues mucha comida, ¡sí!, muchísima, de todas clases y de todos los lugares del país. Así pues comieron carnes sabrosas de todo tipo de animales así como de aves, y frutas, y también cereales y leche y miel y todo lo que puedas imaginar.....Pero ocurrió que mientras Saciedad se hartó pronto del festín, sintiendo su estómago lleno y pesado, Hambre, por mucho que comía, no se satisfacía nunca, por lo que el primero empezó a sentir temor a que volviera el duende y los sorprendiera allí. ¿Y entonces qué? ¡Quién lo sabe! Nadie, aunque rumores corrían sobre la crueldad que demostraban los duendes contra los ladrones de sus riquezas. "Vamos Hambre, marchémonos ya, el duende debe estar al llegar, vamos te digo", le acuciaba su amigo. Pero Hambre no podía parar de comer, ¡a saber cuando se presentaría otra oportunidad como aquella de comer tantos y tan ricos manjares, ni hablar! Pero se hizo de noche y a Saciedad le dio miedo de verdad por la vuelta del duende que creía estaba al caer. Así pues, después de intentar por enésima vez convencer a su amigo de que se marcharan no consiguiendo más que el mismo aplazamiento sin fin, decidió irse él solo.
Y....¡en efecto! Al poco de salir corriendo de allí, ¿sabes quién llegó?....¡El duende! Sí, y se enfadó mucho al ver al intruso, a Hambre, e intentó matarlo con su cuchillo. Pero Hambre, cuando estaba a punto de ser rebanado su cuello como un pollo, esquivó al puñal y echó a correr hacia la entrada de la cueva de la que salió afuera perseguido por el duende. Y así estuvieron corriendo durante muchos días, Hambre delante, cada vez más cansado, y el duende detrás que ya le daba alcance. Entonces cuando ya Hambre casi podía sentir el aliento del duende sobre su espalda, éste vio como un hombre bostezaba y arrojándose desesperado, ya casi alcanzado por el duende, se introdujo en la boca del hombre viniendo a vivir desde entonces en los estómagos de las personas para siempre.
Y, por eso, hijo, tienes hambre.
El niño estaba maravillado por la historia que su madre le había contado. No se le ocurría nada que decir. Sintió a Hambre en su estómago y comprendió que no quisiera salir de allí nunca por miedo a que lo matara el duende.
La tristeza, después de la breve excitación que el cuento, como a todos los niños, le había producido, retornó a su expresión, espejo de su alma, hasta que, en un momento de infantil y oscura intuición, formuló la pregunta clave que había asaltado su mente como un relámpago que restallara fugaz en la noche:
-¿Y Saciedad, donde está?- Preguntó casi con ansia.
-¿Saciedad? Saciedad se marcho al Norte y ya no volvió.

Entonces el niño deseó ir al Norte y buscar a Saciedad. Y ya no tuvo otro deseo.

jueves, 31 de agosto de 2006

Elvis Presley, Suspicious Minds (París-Texas, Wim Mertens).


Una mañana subí en un carguero que atravesaba océanos de trigo, mares de cerveza, camino del norte, lejos de aquí. En el bolsillo tan sólo el tintineo de mis ilusiones amodorrando mi mente con el rítmico trán trán de las cadenas y las ruedas sobre los railes ardientes, caminos de hierro, sendas que me llevaban a ti... Trán-trán, trán-trán.... En mis ojos el brillo del que espera todo, el brillo del que busca ávido el resplandor de un diamante. El brillo del buscador de tesoros. El brillo que sentiste bajo un sol entre algodones níveos cuando te encontré en una calle ancha como una pradera. Una joya brotando de entre la selva de altos, rectos edificios. Te encontré y te amé...quizás demasiado...caímos en una trampa....
Te creí mía y vi con los ojos de la sospecha cada partícula de ti que no era mía, te quise tanto que deseé ahogar la respiración en tus pulmones e inhalaras con los míos....caímos en una trampa...te quise tanto, tan ciega y desesperadamente, que te hubiese matado para que vivieras, siempre, en mí...caímos en una trampa...caímos en una trampa....ahora ya es tarde.

He cruzado desiertos, secando el alcohol llameante, que me helaba la mirada...buscándome, buscándote...pero ya es tarde.
Caímos en una trampa.....baby.

miércoles, 30 de agosto de 2006

Versión de Fine Young Cannibals.

Y esta es la maravillosa versión que los distinguidos jóvenes caníbales realizaron en 1985.

Fine Young Cannibals - Suspicious Minds

jueves, 17 de agosto de 2006

Mi muerte.

Algunos emborronan hasta quinientas páginas para relatar su vida. No se preocupen, yo no necesito escribir tantas para contarles mi muerte.

Mi vida me pertenece, es mía, de la misma manera que mi muerte. Ésto constituye de por sí un axioma, ¿o no? Porque ¿qué voz tronante del cielo, qué dios frenará mi mano si la dirijo contra mí mismo? Ningún dios, ninguna voz, y si no me creen hagan la prueba, pero un consejo: no apuesten por la suerte de Isaac: perderán, aquí la fe no les servirá. En cualquier noche de desesperación, que como seres humanos experimentarán, prueben a levantar un cuchillo homicida con su punta mirando hacia el interior, hacia sus vientres, a ver que pasa. Nada. No pasará nada. Nada ni nadie en el Universo se preocupará por usted, ninguna fuerza divina lo embargará de calor, reconfortándolo por dentro como el fuego de una chimenea que fuera encendido en la morada de su alma, sencillamente porque a ningún dios le importa que usted muera o viva. Si quiere calor en su alma tendrá que procurárselo por su cuenta en el fuego de la fe. Aquí sí les servirá. Pero no a los espíritus inquisitivos, científicos, no: es pura psicología, pura autosugestión, poderosa y eficaz (la fe realmente puede mover montañas), pero acientífica. Este desamparo existencial a muchos ateos les produce una angustia tan insoportable que corren como locos a entregar sus almas a los estados panópticos salvadores y a sus hipostáticos dirigentes.
Sin embargo, algunos, ante la imposibilidad de luchar contra el axioma que nos ocupa en el terreno de la razón, intentan coartar esa libertad desde la superstición. Al no poder explicar porqué Dios nos abandona en los momentos cruciales (tal es así que hasta al que denominan Su Hijo se quejó amargamente del Padre, cuando clavado en la cruz como un cerdo en el matadero, gritó: "¡Padre, ¿por qué me has abandonado!"), echan mano de maldiciones supraterrenas, de condenaciones y sufrimientos sin fin por los siglos de los siglos si nos atrevemos a tomar las riendas de nuestras vidas y, por lo tanto, de nuestras muertes. Pero ¿tiene algún sentido ésto? Partiendo del hecho de la anacronía de las religiones tradicionales con respecto a los tiempos actuales (resulta sangrante comprobar cómo el espíritu antiguo es imposible de ligar con el moderno, cortándose la mayonesa siempre) intentaremos no obstante dar alguna explicación. Se nos dice que nuestra vida no nos pertenece sino que es de Dios, para al mismo tiempo afirmar tajantemente que el hombre posee libre albedrío (supongo que para que Satanás no deje de tener su clientela en el Infierno ya que sólo un hombre que peca contumaz y conscientemente puede ir de cabeza al Averno, puesto que si no fuera así, entonces, ¿con qué derecho Satanás reclamaría nuestras almas protervas? Con ninguno), bien, pero si tenemos libre albedrio entonces nuestras vidas nos pertenecen, no son de Dios, son nuestras. Ahora bien, un sacerdote avispado replicaría rápidamente, "pero nuestras vidas es un préstamo que Dios nos hace. El dueño es él, en cuanto Creador. Nosotros somos sólo arrendatarios, no propietarios". Ante esto, lo que espera el sacerdote avispado que yo conteste sería: "entonces la vida de mi hijo, que ha salido de mí, me pertenecería de igual modo, ¿también él vive una vida de alquiler, una vida cuyo propietario soy yo?" Aquí el sacerdote exhibiría la mejor de sus sonrisas bonachonas, y contestaría: "no, porque usted no ha Creado, en mayúsculas, a su hijo. Usted se ha limitado a poner en marcha un engranaje, un mecanismo que ni ha diseñado ni construido ni aun comprende como funciona, simplemente ha pulsado el botón, y el mecanismo se ha puesto en marcha. Pero ese mecanismo, esa obra está construido por, y pertenece a, Dios. La vida Le pertenece". Menudo sacerdote, ¿eh? Es un tipo de talento, no hay duda. Pero yo no le hubiese atacado por ahí sino por este otro lado: "desde mi punto de vista, en el mismo momento en que Dios nos abandona en esta vida sin asumir ningún tipo de responsabilidad sobre nosotros, ya nos parta un rayo o muramos entre dolores más allá de cualquier límite, desde ese momento yo me hago acreedor absoluto de mi vida, me convierto en el amo y señor, el único que debe luchar por ella si quiere preservarla. Porque en el mismo instante que he luchado por poseerla, entonces ya, una vez mía, puedo perderla cuando quiera". Ante estas consideraciones lógicas, que tienen que ver incluso con el derecho, no sé lo que contestaría mi sacerdote sagaz. Puede que abandonara la senda de la razón en la que tiene todo que perder para adentrarse en la del misterio, la superstición y el amedrantamiento. Quizá así me contestara: "sólo Dios te arrebatará la vida cuando llegue el momento, abstente de cualquier iniciativa propia en este sentido si no quieres sufrir las consecuencias de la maldición eterna". Y yo pregunto: ¿con qué derecho alguien o algo que demuestra tan poco interés en mi vida después pretende decidir sobre mi muerte? Es como aquel padre que abandona el hogar familiar y que, volviendo al cabo de muchos años, pretendiera dictar normas y leyes a unos niños que ya son adultos y que no le reconocen la más mínima autoridad sobre ellos.
No, mi vida y mi muerte me pertenecen. Lo que haya después sólo Dios lo sabe, que, de existir, estoy seguro no es un ser supersticioso ni un loco absurdo sino todo lo contrario: el Ser más lógico del Universo en cuanto que conoce todos los secretos, misterios para nosotros mientras sigamos sin poder comprender más que la realidad imperfecta y fragmentaria debido a nuestras limitaciones intelectuales, lo cual hará que sigamos amando el Enigma hasta el último suspiro.
Por ello, el tabú al suicidio hay que interpretarlo como una más de las manifestaciones ancestrales de la religión natural (que nos llega ahora en forma de cristianismo) que emana de la propia naturaleza, una naturaleza cuyo férreo instinto de supervivencia nos marca prohibiciones en lo más profundo de nuestro ser con el objeto de preservar la vida. De la misma forma que estableció la atracción natural entre los sexos haciendo que el macho anhelara a la hembra y la hembra al macho para la propagación de la especie, así también estableció el instinto de la lucha por la propia vida hasta límites absurdos. Más tarde este instinto se institucionalizaría en dogma. Sólo por esta razón afirmo que toda la civilización grecorromana es superior a la judeocristiana. La primera es una superación del estado natural, la segunda es una línea de continuidad desde los tiempos primitivos del Edén hasta nuestros días. La primera es fruto de la razón humana, la segunda del instinto dogmatizado. La primera es la constructora de Babel, la segunda su destructora.
Pero yo no deseo seguir viviendo. No deseo seguir luchando. Quiero darle al instinto una patada en el trasero y despreciar miles de años de un comportamiento grabado a fuego en nuestros genes. Mi conciencia ha vencido al impulso atávico ciego, y mi voluntad también. Soy más fuerte y ahora lo voy a demostrar.

Después de este preliminar filosófico, que he creído indispensable como afirmación de mi voluntad y lucidez, voy a pasar a continuación a relataros mi muerte propiamente dicha, esto es, a abordar los aspectos técnicos de ella, lo que no me llevará más que unas pocas líneas, tras las cuales todo habrá terminado:

Estoy sentado en una silla de comedor con respaldo blanco. Delante de mí tengo el ordenador portátil en el que escribo y seguiré escribiendo hasta que el veneno me paralice por completo la mano o el pensamiento. A mi derecha, junto al ordenador, un vaso de vidrio transparente de unos veinte o veinticinco centilitros, lleno de agua en tres de sus cuartas partes. Muy cerca de él, quizá a la anchura de mi dedo índice, la cápsula que me ha de matar. Blanca. Ovalada. De un centímetro de largo, puede que algo más, pero no mucho. La mesa está justo debajo de la ventana, abierta de par en par. Estoy sentado frente a ella. La persiana subida y enrrollada toda en su cajón. El encuadre de un metro diez de largo por setenta centímetros de ancho es todo de mar. Ahora que miro no hay más que mar. Sólo mar. Ningún barco sobre la última línea del horizonte. Mejor así. Sólo quiero mar azul verdoso o verde azulado en mi retina cuando ésta se ciegue.
Tomo la píldora por sus vértices entre mis dedos índice y pulgar en forma de tenazas. La llevo a la boca y la dejo allí. Juego con ella con mi lengua: la pongo debajo, después encima...tiene textura áspera y sabe a plástico. Cojo el vaso con la mano derecha mientras os sigo escribiendo con la izquierda. Estoy tranquilo, el pulso es firme y no tengo miedo. Bebo agua. La píldora se introduce en mi cuerpo. La siento descender por el esófago. Tengo la extraña sensación de que se ha atascado. Bebo más agua. La apuro toda. La sensación persiste, pero estoy seguro de que la píldora ya está en el estómago. Espero. Ahora, en el horizonte azul y cristalino de mil reflejos irisados cruza un barco, es largo, con su cabina de mando sobre un alto castillo de popa: parece un carguero, o un petrolero. Recuerdo que de pequeño veía los barcos desde la playa y los imaginaba despeñarse por un precipicio cuando llegaban a la última línea, allí donde se unían el cielo y el mar. No sabía adonde se despeñaban, sólo sabía que caían al vacío cuando llegaban al borde, como arrastrados por una catarata enorme, inconcebible, inconmensurable en mi mente infantil, aterradora....ya ha empezado...siento ahogos....mi respiracion se agita...me falta aire.. el corazón se havuelto loco....mareos... miedo...aire... me falta...va mças rápido de lo que pensabe... espasmos cadcavezmeesma difícil escribr npo puedoirespitae...lavistamenubl,a...noconntrlo osd eespasmos....lavbgbiisftta,l mmme nublkA,,n o pu

sábado, 12 de agosto de 2006

El Panóptico Poético.

1. Poema del detective panóptico a Flora.

Te vi en donde las calles no tenían nombre para nosotros,
Extranjeros siempre,
Rodeados de sonidos vacíos,
Tan cerca de la gente, hombro con hombro,
En los autobuses, en las calles...¡pero tan lejos!
Sé lo que es eso.
Exiliados viviendo en ciudades extrañas,
Tú con los ojos salvajes de felicidad,
Inundados de Mar Caribe,
Los míos también, pero de otro mar.
Tu corazón lloraba de alegría, viendo
En el niño al hombre que te mataron,
Oyendo en el pechito el latir... de la sangre,
Sangre que quedó fuera....quieta....lejos... reseca
En las paredes de un vil cuartel
De dientes fríos y acerados,
Un cuartel como las fauces de una Bestia
Que destroza y aniquila.
Una Bestia de muchas cabezas,
De muchos cuarteles...

Bailabas con la música
En la Calle Principal,
Abrazada a la vez al niño y al hombre....
-------
En fin, que no pude decirle nada. Estoy seguro de su alegría de volverme a ver, vivo gracias a ella, al gringuito loco, como me llamaba, pero cuando fui a acercarme pesqué una mirada de Flora de insondable tristeza al hijo, una mirada que reflejaba un trance crucial en su alma que la música de los irlandeses del tejado le había desatado como se desata un nudo, y que yo no quería importunar. En ese momento estaba con él.
Me marché antes de que terminara la canción, deseando verla en una Esmeralda libre y próspera como había profetizado el hombre más miope y leído del mundo. Saludos desde el panóptico.

2. Lo que tiene que decir el poeta bolchevique.

Poeta bolchevique: Lo que tengo que decir en primer lugar es: ¡Viva la Revolución! Ahí va eso. Todo lo que cuenta el detective es mentira. Resulta siniestro y morboso, este detective.
David malaguita: El detective ha contado las cosas tal y como las vivió, no como tú, que hablas desde el prejuicio y la servidumbre ideológicas sin enterarte de nada.
P.b. : bueno, dejaré la polémica política contigo para mejor ocasión, aunque sí diré que, si bien te agradezco que me dejes publicar en tu blog, me pareces un jodido aspirante a burguesito sin darte cuenta de que eso serás toda tu vida: un jodido aspirante....jejeje...¡menudo bobo! ¡Si conocieran al malaguita en persona, no darían crédito de lo bobo que es!
D.m. :¡Lo que tengo que aguantar en mi propio blog! Bueno, ¿vas a publicar ya de una puta vez o te corto la luz, comunata de mierda?
P.b. : Bueno, bueno, ya voy. Lo que tengo que decir con respecto a la poesía es lo siguiente:
los poetas son todos unos puercos burguesitos [la aspiración de malaguita, jejeje (D.m.: ¡gilipollas!)], de sensibilidad atrofiada por los algodones y magnificada por la excesiva seguridad de sus mansiones inexpugnables y de los altos muros protectores de sus cuentas corrientes. ¿Por qué les resulta tan monstruoso el dolor y la miseria ajenas? Porque no los padecen ni los quieren padecer, por miedo cerval, porque sólo el pensamiento de ello les hace temblar y sentir mal de terror, pretendiendo conjurarlo transformándolo en obras de arte. Por ello necesitan embellecer la podredumbre y la muerte, la crueldad y la miseria, el crimen y el latrocinio: aburguesándolo, sacándole lustre al dolor humano como sus doncellas sudaméricanas se lo sacan a la plata del comedor, hasta desfigurarlo y corromperlo con su lenguaje elitista. Y es que se da la paradoja de que si uno de estos enfermitos poetas se explaya líricamente en relación con la muerte de un pobre semianalfabeto, hacen un poemita para que no lo entiendan los familiares del fiambre, no, sino para ser exibido desvergonzadamente en galas de amigos refinados que sopesarán cada una de las palabras y metáforas, cada una de sus imágenes y epítetos, hurgando en definitiva en el cadáver podrido del pobre semianalfabeto para sacar de él un placer estético. Sí. Exclamarán: "¡Oh! Está escrito maravillosamente, con un clímax dramático conseguido de forma magistral. Ha logrado que me conmueva." ¿No les parece repugnante? A mí desde luego sí; se me asemejan a hienas con trajes de frac que han perdido el aullido penetrante pero no su atávico comportamiento de devorar postrados la carroña que los cazadores (los poetas burgueses) les proporcionan. Por eso odio esa poesía aburguesada, que sublima los gritos del dolor humanos en un jarrón chino que lucir en el vestíbulo, ese dolor que azota la ñoñez de sus almas.
Este de aquí es mi poema. Poema hecho para el obrero que está en el andamio, para el camarero de pies aplastados, para el conductor que traza estelas por el mapa....para el trabajador en definitiva. Ellos saben de lo que hablo, seguro que me entienden y no como a esos poetas amilbarados que presuntamente les dedican obras, hechas tan solo para su lucimiento personal. No sólo se apoderan de nuestro trabajo para darnos las migajas de lo que producimos, sino que además pretenden darse tono de filántropos (ahora tan de moda en estos tiempos "democráticos") y de ser excelentes personas a nuestra costa.

Poema del bolchevique.

Luz blanca de sol.
Verano.
Atraviesa como espada divina
los cuerpos sudorosos de los obreros,
secando el agua de la sangre,
(limo podrido)
sofocándolos.
Pero el patrón reune las células
que le mata al obrero la larga jornada,
cada una de las astillas de sus huesos
desportillados,
cada molécula de oxígeno ahogada
en los gases de desecho de la digestión que produce
dinero:
(las máquinas las máquinas!)
cada disco de la columna machacado,
cada fibra de los músculos seccionada : CADA GRAMO DE VIDA.
Y los cuenta con la calculadora:
Cada célula cada astilla cada molécula cada disco cada fibra:
CADA GRAMO,
Los reúne sobre el tapete de cuero negro,
Y los cuenta con avidez.
Una y otra vez.
Después manda que los lleven,
cada célula cada astilla cada molécula cada disco cada fibra,
DE VIDA,
Al banco.
Y se marcha
satisfecho
a casa.

En fin esto es todo, espero que os haya gustado. Saludos desde el panóptico.
(Gracias malaguita-capullo por dejarme un hueco en tu blog).

miércoles, 9 de agosto de 2006

El detective panóptico: misión en Isla Esmeralda.

El sol de las once de la mañana de un día de verano puede ser bastante molesto. Nada que ver con el de invierno en el que uno gusta bañarse en él arrastrando la silla giratoria hasta la mancha de luz del suelo, y quedarse ahí quieto recibiéndolo en pleno rostro. Pero ahora, en el resolano del despacho y la cascarria de ventilador apenas bufando su aire viciado, estar en mi querido cuchitril del centro de la ciudad se volvía un gesto heroico. Aún esperaba el gran caso, el caso que me haría ganar una fortuna y mover los bártulos hacia alguna zona más agraciada y a un despacho mejor equipado. Pero por ahora, y para aguantar el calor, me había descamisado, mudado mis pantalones largos por un bañador de delfinitos amarillos haciendo piruetas, tomado un anisete con hielo y abierto la puerta del despacho para crear una corriente de aire que ayudara al sudor a refrigerar mi cuerpo sofocado.
De esta guisa me encontró el cliente que golpeó tímido con los nudillos en la puerta abierta, avergonzado de haber interrumpido algo, o dudando de si la dirección que le habían dado era la correcta.
-Pase, pase -le animé- ¿qué desea?
-¿Es usted el detective? -Preguntó con dudas mientras miraba la plaquita informativa de bronce pegada contra la puerta a la altura de los pelos de su cabeza, al mismo tiempo que estudiaba mi facha playera.
-Sí, sí, por favor pase -se sentó-. Perdone que le reciba así pero es que con este calor...uf...¡es imposible! Ah, oiga, y si mientras hablamos se quiere poner fresco, por mí no se corte, puede usted quitarse la camisa y quedarse en calzoncillos si quiere, es toda la comodidad que le puedo ofrecer: mi liberalidad y falta de prejuicios....y un vasito de dulce anisete con hielo, claro...
-No, no gracias, estoy bien así.
El tipo era educado, de color cobrizo y el pelo negro corto ensortijado. Vestía camisa blanca y pantalón ancho gris de tela. Cuarenta y cinco años. Alto, delgado y un acento isleño que me hizo soñar con mujeres en biquini refrescándose en la orilla de cualquier playa de arenas blancas, altas palmeras y aguas turquesas.
-Bien, usted dirá.
-Pues verá, el tema que vengo a proponerle es un tema...delicado y no exento de riesgos, le aviso.
-No se preocupe por ello, ningún tema de los que me dedico está exento de riesgos.
-Sí, pero éste es especial.
-¿Qué tiene de especial su "tema"?
-Bueno mire, yo represento a un grupo de amigos originarios de Isla Esmeralda pero exiliados aquí, en este país, a causa del régimen tirano que los militarotes han impuesto, y.... ante las noticias confusas que llegan sobre la enfermedad del tirano..... ¿se habrá enterado, no?
-Algo he oído - dije con desconfianza ante el cariz político que adquiría el "tema".
-Bien, pues ante esas noticias, nosotros realmente no sabemos que está ocurriendo allá, llenándonos de incertidumbre y ansiadad...compréndalo, son muchos años esperando este momento, este, este...acontecimiento absolutamente histórico -decía con arrebato, acentuando con fuerza las llanas y las esdrújulas-, tan esperado por todos nosotros, ¿no? ¿Pero entonces que pasa? -se preguntó a sí mismo-, pues que el gobierno autoritario de Esmeralda calla -se contestó-. No sabemos, realmente no sabemos nada y necesitamos saber, y por ello he sido delegado para hablar con usted con el fin de contratarlo para recabar la informasión que tanto deseamos.
-¿Qué información?
-La de si el Tirano sigue vivo y en qué condiciones, o si por el contrario ya es pasto de los gusanos, y el régimen pretende ganar tiempo por ver como afrontar la situación y evitar el derrumbe total.
Suspiré fuerte. Bebí de mi refrescante anisete. Me acaricié los pelillos del pecho, frescos de sudor, en actitud pensativa.
-Vamos a ver, no sé quién le ha recomendado a usted venir a mí, pero el que sea debería saber, y haberle avisado, que nunca acepto casos que tengan que ver con la política ni aún de lejos. Además ¿quién me dice, que no trabaja usted para la CIA, eh?, pretendiendo hacer de mí un terminal más de la Agencia...
-No, yo le aseguro...
-Escuche, escuche....además ¿de qué manera pretenden ustedes que yo me entere de algo tan importante y crucial, cuando ni el lacayo más fiel del régimen lo debe saber siquiera? Me sobreestiman ustedes demasiado.
-Bueno, déjeme decirle primero que no trabajamos para la CIA ni nada parecido, se lo aseguro, somos un grupo de exiliados esmeraldinos que queremos saber lo que está ocurriendo en la isla, nada más. Con respecto a usted, bueno, nos habían asegurado que era un detective poco convencional, imaginativo y heterodoxo. Pensamos que quizá un tipo como usted sería el adecuado para este tipo de temas. Ni que decir tiene que será bien pagado. Ahora seis mil, con los que tendrá de sobra para sus gastos y algo más, y a la vuelta con otros seis mil, si tenemos información fidedigna, si no...pues se queda con los primeros miles nada más que por el riesgo de intentarlo, lo cual me lleva a la segunda razón de porqué lo hemos elegido a usted y no a otro: tiene fama de profesional honesto y de que cuando acepta un caso hace todo lo posible por resolverlo, por lo que nos infunde la suficiente confianza de que no se pasará una semana de vacaciones sin mover un dedo a costa de nuestro dinero.
-En eso no le han engañado. Así soy yo: un amante del trabajo y profesional intachable. Es agradable comprobar como la fama me precede....-suspiro-, pero, le diré que sigo sin ver claro el asunto. Necesito un día para decidirme. Le diré mis condiciones: de dinero no hay de qué hablar, acepto lo que me ofrecen, pero tendrá que dejarlo ahí, con su dirección y teléfono, y marcharse. Si acepto no recibirá noticias mías hasta mi vuelta a no ser que necesite alguna información adicional, en tal caso intentaré telefonearle desde la isla con la discreción necesaria y en clave, así que no se sorprenda si le hablo de mi tío Felipe; si no acepto, yo mismo mañana por la mañana le devuelvo el dinero en mano.
El esmeraldino se revuelve en la silla inquieto. Buena señal, si fuese un agente de la CIA habría sonreído ampliamente asegurando que el dinero no era ningún problema.
-Ehmm, perdone...pero eso tendría que consultarlo....compréndalo, no se trata de mi dinero sólo...
-Por favor, por favor, ni media explicación...no habría entendido otra reacción.
-Si me disculpa...
Se levantó y, saliendo a la escalera, llamó por el móvil. Empezó a hablar entre murmullos. Conforme la conversación avanzada se iba acalorando, como si a su interlocutor le pareciera intolerable dejar seis mil euros a un desconocido y largarse, y él le estuviera explicando que le parecía de confianza, y que valía la pena el riesgo....Toda aquella discusión con sordina me dio buena impresión: nada más natural que mostrarse receloso con el dinero de uno mismo. Esto ayudaba a despejar mis sospechas sobre si en realidad iba a ser manejado por alguna oscura organización.
Con el rostro aún alterado, entró de nuevo en el despacho:
-Está bien, aceptamos. Aquí tiene el dinero, mi dirección y teléfono.
-Y su nombre completo por favor.
-Y mi nombre completo -decía mientras lo escribía-, ¿algo más?
-Por mi parte nada más. Desearle un buen día. Recuerde: si a lo largo de la mañana no recibe noticias mías entonces es que estoy volando rumbo a Esmeralda, ¿De acuerdo?
-Bien, si decide aceptar tenga cuidado con quién habla y de qué...toda la isla está llena de oídos del Tirano.
-No se preocupe, sabré cuidarme.
Cuando el esmeraldino salió, telefoneé inmediatamente a mi amigo Paquito, policía que trabajaba en información, para que metiera el nombre del tipo en el ordenador a ver que salía. No salió nada: inmigrante legal, próspero, con un restaurante en la parte vieja de la ciudad y originario de Isla Esmeralda. Nada extraño.
Después llamé al aeropuerto y reservé vuelo para las seis de la madrugada.
El "tema" tenía un cariz innegablemente político, pero era incapaz de dejar a los isleños en la miserable condición de la ignorancia y el desconocimiento. Mi obligación como detective panóptico me decía que debía aceptar...(todo esto sin despreciar los buenos miles que ya de por sí constituían una razón independiente de cualquier otra consideración).

2.

En el aeropuerto de la capital de la isla fui sometido a un interrogatorio protocolario: "¿motivo del viaje?: turismo; ¿nombre de la agencia de viaje?: ninguna, vengo por libre (mirada de desconfianza); ¿tiempo?: nueve días como máximo; ¿algo que declarar?: nada; bienvenido a Esmeralda y que lo pase bien: gracias".

Sin embargo, nada más salir del aeropuerto, ya tenía a alguien asignado para ser mi sombra.

Lo primero de todo fue buscar un taxi y mandarle que me llevara al punto más alto de la ciudad.
-¿Al punto más alto? ¿Quiere que lo lleve al campanario de la Catedral, señor? -preguntó con sorna el isleño.
-¿Al campanario? No, no....yo pensaba en una colina próxima, o un monte, la cuestión es tener una visión amplia de la ciudad, ¿me comprende?
-Perfectamente. Creo que conozco un sitio.
En efecto lo conocía. Una colina en la cual le pedí que parara en una curva que ofrecía a la vista la perspectiva que estaba buscando. Me bajé del coche (una pieza de museo de los años cincuenta), y contemplé la ciudad bajo el sol ardiente, de alturas desiguales, estilos mezclados, el colonial con el frío funcional, y lamida por las aguas del Golfo a todo lo largo de su contorno.
-¿Toda aquella larga línea es el malecón?
-Ese es.
-Debe tener por lo menos cinco kilómetros de largo.
-Ocho, para ser exactos.
-¡Ocho! Pues vamos allá, ¿quiere?
-Pues como no.
Comenzamos a descender.
-¿Es usted español?
- Sí.
-¿Es la primera vez que viene a Esmeralda?
-Sí, la primera.
-Le gustará, ya lo creo...buenas playas, buen ron y buenas hembras...¡más de una se le echará encima y querrá meterse en su maleta! Ya lo verá.
Ya en el malecón, y una vez saldada la cuenta con el taxista, me meto en la primera cantina que encuentro. Se nota que está preparada para recibir turistas: es limpia, y profusamente decorada con elementos marinos. En mitad de ella, sobre la tarima donde descansan las botellas de alcohol y contra la pared al otro lado de la barra, hay un gran espejo con un tiburón pintado sobre él recibiendo al parroquiano nada más entrar. En una esquina un destartalado televisor transmite la reemisión de uno de los discursos más célebres (y largos) del Dictador, "porque la RRRe-vo-lu-Si-ÓN", iba diciendo lenta y enfáticamente el Tirano.
El camarero que se plantó ante mí con una sonrisa amable era más negro que blanco.
-Hola, un anisete con hielo, por favor.
-¿Qué?
-Ah, coño, me olvidaba, ¿qué beben por aquí?
-De todo, pero sobre todo el mejor ron del mundo.
-¿Sí? Pues venga un ron....que sea añejo.
-Un añejo.
Duró poco el dorado líquido en el vaso.
-Amigo, llene aquí, por favor.
.......
-¡Primo! Sírveme otro ¿quieres?....
.......
-¡Hermano! Vente por aquí con la botella, anda...¿cómo te llamas?
-Vladimir.
-¡Ostia! ¡Es la primera vez que veo un ruso negro...!
-No soy ruso, señor, soy esmeraldino...
- Lo que me quedaba por ver...¡brindo por ti, Vladimir, y por la sagrada Revolución!
.......
-¡¡Compañero!! ¡¡Camarada!!, porme, digo... ponme otro roncito de esos tan ricos, anda... ¡Viva la Revolución y larga vida a nuestro amado Líder!
"¡Viva!" Gritaron los nativos, unos con más entusiasmo que otros...Los turistas sin embargo, permanecían callados y serios. Quizá temían verse envueltos en temas de política, ellos, que venían a disfrutar del sol y de lo que surgiera.
Mi sombra observaba con atención la escena. Los isleños lo miraban con desconfianza: sabían que era un lacayo del Tirano. Yo seguía con mi comedia y con el plan que me había trazado en el avión, que consistía simplemente en sacar tajada de la principal debilidad de cualquier régimen totalitario en peligro de descomposición: la propaganda y la necesidad que de ella tenían.
A un chico que andaba por ahí recogiendo las mesas, le dije:
-¡Niño! Sube el volumen de la televisión, que está hablando el Líder mundial de los desheredados de la Tierra, el único que ha sido capaz de enfrentarse a los malditos yanquis y darles bien fuerte en los morros...jajaja...shhh, ¡silencio, silencio....!
Entonces me sumergí en las profundidades del discurso. Me concentré y me dejé llevar por la corriente del populismo salvador. Aquella voz pausada, segura, que remarcaba con astucia los conceptos claves del mensaje, "so-li-da-ri-DAD", "los pueblos sometidos al rrrégimen ca-pi-ta-lis-ta explotador..." Aquella voz que sabía hacer largas pausas dramáticas mientras mantenía el dedo índice tieso, admonitorio, como si fuese un juez o un padre reprendiendo por sus malos actos a los chicuelos, o para avisar de grandes catástrofes si no seguían sus indicaciones, para después apoyarlo en la sién, el dedo, y mirar fijamente a los concurrentes: aplastándolos con la mirada, con su dedo, con su barba de profeta bíblico, en suma: hipnotizándolos. Como a mí, que sentía crecer en mi interior esa llamada de la justicia universal y del bien común, que sentía el odio hacia los miserables imperialistas yanquis, hacia los perros esmeraldinos que traicionan a su patria por pura concupiscencia.....Sí, me estaba poniendo en la onda, en sintonía con el régimen y su mensaje moralista y redentor, jesuítico, para poder cumplir mejor mi misión. Sin embargo, seguía sujeto a mi anclaje interior, a mi punto panóptico...¡no crean que mi alma es tan fácil de vender! Para mi todo formaba parte de un juego, y era menester jugar bien para ganar.
El tiempo transcurrió con rapidez, y se hizo de noche, pero en la pantalla, el Profeta, incansable, seguía perorando.
Yo bebía roncitos mientras permitía a mi mente fascinarse con el Tirano.
Entonces vino a sentarse a mi mesa una mujer: joven, morena, con anillos plateados colgándole de las orejas.
-Hola, ¿cómo es que estás tan solo, chico? ¿No sabes que en este país es delito estar solo a estas horas de la noche?
-¿Qué? - me costó volver a la realidad de la cantina.
-¡Pero oye!, ¿estás un poco borracho tú, no?
-¿Yo? No, que va, es sólo que he visto la luz, sí...acércate, vamos acércate, ¿conoces a ese tío? El de la tele, sí, el barbas...
-Pero oye, ¿tú estás majara? ¡Pues como no lo voy a conocer, corazón!
-Pues puedo asegurar que "ese hombre ha abierto mi mente" -dije citando al ruso del Corazón de las Tinieblas, de Conrad, en referencia al agente Kurtz, o, si se prefiere, a Dennis Hopper en Apocalipsys Now hablando del coronel del mismo nombre. Me salió así. Soy un tanto mitómano. - Sí, la ha abierto como si fuese un jodido abrelatas...¡qué tío, qué labia tiene!
-Pero oye ¿tú de donde eres, corazón?
-¿Yo? ¡Qué importa! Yo era español, pero ahora soy revolucionario, el ciudadano revolucionario, ese soy yo..jajaja..Don Revolucionario García...jajaja...-entonces me levanto con brusquedad- ¡mira lo que hago!, ¡mirad todos! ¡Miradme todos, camaradas! - Todas las cabezas se volvieron. La sombra esbirra no perdía detalle, al fin y al cabo a él iba dirigida toda mi actuación. Entonces me saqué del bolsillo superior de la camisa hawaiana el pasaporte inválido (el válido lo tenía a buen recaudo en lugar secreto de la pequeña maleta) que había dado por perdido cuando solicité otro nuevo, y le prendí fuego delante de todos- ¡A la mierda! Ya no soy español. Yo quiero ser esmeraldino, vivir aquí, en la tierra de la revolución, la tierra de la justicia, trabajar por ella, entregar mi vida por su noble causa...!
Entonces entró una pareja de agentes de la ley y empezaron a aporrearme en la cabeza, "¿a qué vienes provocador? ¿Quieres armar jaleo?". Vestían pantalones cortos y gorras de jugadores de béisbol, y golpeaban con dureza. El lacayo se levantó de su asiento y les mandó que pararan al tiempo que les mostraba su carné de esbirro del régimen. "Llevadlo al cuartel".
Fueron muy amables. Me dieron de comer y buenos cafetitos calientes. Después me invitaron a que les siguiera ante la presencia del esbirro.
-Siéntese. Bueno amigo, vaya show ha armado en la cantina, ¿eh?
-Le pido disculpas...quizás haya sido demasiado efusivo en la demostración de mis sentimientos...
-Nada, nada, no se disculpe. Pero, ¿qué? Ya se le ha pasado ¿eh? ¿A que sí?
- Bueno, si se refiere a si ya no me siento como si estuviera en el Titanic, pues sí, así es, pero si lo que insinúa es que he cambiado de parecer en lo fundamental, entonces le tengo que decir que no. Quiero quedarme en este país, pedir asilo político como refugiado del capitalismo criminal y morir por la noble causa que representa Esmeralda en todo el mundo.
-¡Pero es usted español! ¿Ya no quiere seguir siendo español?
-No quiero, además he destruido mi pasaporte. Ya no puedo marcharme de aquí.
-¡Pero eso no es problema, mi amigo! En su embajada sabrán como ayudarlo.
-No quiero que me ayuden. Quiero renunciar a mi nacionalidad española y pedir la esmeraldina.
El esbirro no lograba salir de su pasmo. ¿Dónde estaba el truco?, parecía inquirir su mente. Estaba hasta los cojones de ver como sus compatriotas soñaban con huir de la patria como ratas... y ahora viene este..imbécil..., del mundo orgullosamente burgués y opulento de Europa, diciendo que quiere renunciar a su nacionalidad para hacerse esmeraldino...¡inaudito!, ¡completamente inaudito! En todos sus años de servicio no había visto nada igual. Sin saber muy bien por qué sintió ira.
-Pero, ¿¡está usted en sus cabales!?
-¿Cómo? ¡Usted!, precisamente usted, un servidor del socialismo ¿me pregunta eso?, ¿cómo se llama?
-¿Yo? -de repente sintió miedo- Lázaro.
-¿Cómo es posible, camarada Lázaro, que me acuse de no estar en mis cabales, a mí, un trabajador, un esclavo del capitalismo que ha estado enajenado toda su vida amando sus cadenas hasta el día de hoy en que ese Gran Hombre, esa Mente Preclara, me ha hecho ver la verdad? ¿Cómo es posible, camarada Lázaro, que le sorprenda tanto?
-Bueno, ya está bien, ¡cállese!
El camarada Lázaro salió ofuscado del despacho, "¡Pendejo!", oí que exclamaba con rabia en el pasillo.
Pasó mucho rato antes de que volviera el esbirro acompañado de un militar de alta graduación.
Se sentó enfrente de mí, el militar de alrededor de cincuenta años y un lunar en la mejilla derecha, y me estudió con detenimiento antes de arrancarse:
-Me ha contado el compañero su caso particular. Su renuncia a su nacionalidad española y su deseo de ser esmeraldino, y todo eso....¿lo corrobora?
-Completamente. Pero miren estoy cansado y quiero dormir...pero ni siquiera tengo habitación en ningún hotel.
-No se preocupe por eso, enseguida le llevarán a un hotel de la ciudad donde podrá descansar, pero antes dígame, ¿estaría dispuesto a contar su caso en la televisión y en la radio del Pueblo, como ejemplo edificante en estos tiempos tan difíciles y cruciales que vive la patria?
-¡Desde luego, y ahora mismo si quiere! Estoy a su entera disposición.
-¡Estupendo! Le puedo asegurar que no habrá ningún problema ni impedimento con su nacionalización si colabora y demuestra la sinceridad de sus convicciones.
-Quisiera demostrárselo ahora mismo.
-No se impaciente. Tendrá su oportunidad. Ahora le llevarán a un hotel, y mañana por la mañana le irán a recoger, ¿de acuerdo?
-Totalmente, camarada. Y reitero: estoy a su entera disposición.

Al llegar a la habitación 240 de la segunda planta de un hotel como otro cualquiera, me percaté enseguida de que mi pequeña maleta había sido registrada. Sin embargo el pasaporte seguía allí, en su escondite secreto, así como la cámara de fotos digital del tamaño de un paquete de cigarrillos.


3.

A la mañana siguiente me despertó el golpeteo decidido en la puerta.
Eran los esbirros, dos mulatos altos, que venían a buscarme.
Me duché y me vestí.
-¿No tiene usted algo más sobrio? -dijo un esbirro señalando mi camisa.
-¿Qué le pasa? -era una de las cuatro camisas hawaianas que había echado en la maleta.
-Es demasiado llamativa. Parece usted un maldito yanqui de vacaciones en las Bahamas.
-Pues es todo lo que tengo.
-¿Y de pantalones?
-Todas bermudas floreadas.
Dirigiéndose al otro:
-Alfonsito, baja y encárgate de traer algo decente para el españolito compañero, -Alfonsito salió.- Tiene usted mucho que aprender, mi amigo.
-Todo, camarada, tengo que aprender todo.
Me miraba con ojos brillantes, con un punto de fascinación en sus ojos untuosos:
-¿Y como se vive allá?
-¿En España? ¡Puaj! Aquello es un infierno camarada, un engaño vil, un señuelo para la clase trabajadora que se deja pescar por el relumbre de sus ciudades, sus coches y sus urbanizaciones, ¿pero quién disfruta de ello?, ¿eh?, ¿quién? Los de siempre, los capitalistas; los demás trabajamos para que ellos se den la gran vida. Pero eso aquí en Esmeralda no pasa. ¡Esta es la tierra del socialismo, la igualdad, la justicia!
-Claro, claro...-decía el esbirro mirando la moqueta del suelo.
El otro no tardó en llegar con una camisa blanca resplandeciente y un pantalón caqui.
Me vestí y salimos camino de los estudios de televisión en donde debía aparecer en el informativo estrella del mediodía.
Al llegar alli, vi al lacayo Lázaro:
-¡Camarada Lázaro! ¿Ha venido usted a asesorame?
-Justamente, me han asignado para ayudarlo en todo lo que sea necesario.
-Bien, bien, ya verá como nos divertimos.
Me lanzó una mirada oblicua. No acababa de tragarse el cuento de mi conversión.
La entrevista transcurrió estupendamente: repetí ante las cámaras de la televisión del Pueblo ,con convicción fanática, mi deseo de declarame "Refugiado Político del Capitalismo Criminal", que solicita humildemente ser aceptado en la Isla del Socialismo, renunciando voluntariamente a la nacionalidad española, explotadora de pueblos durante siglos, además de agradecerle a Nuestro Amado Líder el que bajo su atenta y bondadosa guía, esta Isla, que puede pasar por insignificante, sea considerada en todo el mundo como el ejemplo de lucha a seguir por lo pueblos sometidos, y muy especialmente los sometidos por el repugnante y nefando imperialismo yanqui: el paraíso de los capitalistas y el infierno de la clase trabajadora.
Todas estas cosas dije y muchas más, por lo que, imaginarán, mi intervención fue un éxito clamoroso. Los esbirros del partido se frotaban las manos por la repercusión mundial que provocaría mi perorata, que ellos distribuirían por todas las televisiones del planeta...¡por fin uno procedente del opulento capitalismo se atrevía a dar el paso!: entre el goteo constante, que no sabían como tapar, de los balseros y su lamentable imagen huyendo del paraíso socialista, el que alguien se declare refugiado político del capitalismo era más de lo que podían soñar.
El militarote de la víspera sonreía exultante:
-¡Mi hermano, ha estado usted fantástico, maravilloso!...me ha recordado esa frase célebre...que tuvo que haber sido dicha por un comunista ejemplar, sí...aquella de: "Las revoluciones profundas, de largo curso y huella duradera, no la hacen los escritores sino los oradores"...sí señor, ha sido un discurso electrizante, conmovedor...¿y sabe que es lo mejor de todo? Pues que ha llamado personalmente Nuesto Amado Líder para decirme que desea conocerlo a usted inmediatamente, ¿qué le parece?
-Pero, ¿sigue vivo?
-¡Pues claro!, qué pensaba...además le diré en confidencia que tenemos esbozado un plan para hacer de Nuestro Amado Líder un ser inmortal.
-¿Inmortal? Pero eso sería maravilloso.
-¿Verdad que sí? Pero vamos, no lo hagamos esperar. Puede llegar a ser muy colérico. Ya sabe: ¡el genio de los hombres singulares! -dijo apretando los puños y los brazos como signo de fuerza y vigor.
-Desde luego.
El esbirro Lázaro permanecía en silencio, observándome.

4.

El coche que tomamos era un lujoso Mercedes negro que marchó con rapidez siguiendo la línea de los rompientes del malecón, con las espaldas de muchos ciudadanos sentados frente al mar pasando ante nuestra vista. Nos paramos ante una verja custodiada por hombres armados. Como esa vendrían más. Pero todo se abría ante nuestro paso con suavidad y sencillez.
Llegamos a un edificio cuadrado rodeado de bellos jardines y césped, de poca altura y sin pretensiones, aunque pulcro y moderno.
Cruzamos pasillos plagados de guardias que se cuadraban nada más vernos, hasta que el militarote se paró delante de una puerta. Agarró el pomo, suspiró y la abrió.
Allí estaba. El Tirano. El Dictador de Esmeralda. Adelantándome a las presentaciones me lancé a la figura fláccida y borrosa sentada en una mecedora, cogiendo sus manos:
-Mi querido dictador, ¿cómo se encuentra usted? Es un honor conocerle, pero...¡joder! ¿Y su pelo?, ¡dios mio! ¿y su barba mesíanica? Si parece usted un bebesín, ¿sabe usted a quién me recuerda? Pues al Tito Paco español. Él también la diñó consumido y calvo enteramente. Lo que son las cosas.
El Tirano a duras penas puede hablar.
-¿Quién es es-te imbé-Sil?
El militarote se acercó encorvado sobre sus riñones:
-Señor, es el refugiado político español.
-¿Este?
-El mismo, querido abuelito -dije yo con ínfulas-...pero si fuera tan amable...¡oh, sería tan importante para mí!...una fotito tan sólo para el recuerdo..¡Camarada Lázaro!, por favor, tome -me saqué la cámara del bolsillo y se la puse en la mano al esbirro- ya sabe ¿no?, sólo tiene que pulsar aquí y ¡plash! listo, así de sencillo...¿podrá hacerlo camarada Lázaro? Seguro que sí... Querido abuelito, repita conmigo por favor: pá-tá-tá. -le eché el brazo por los hombros.
-Bá-tá-tá -repetía como un idiota el Tirano. ¡Plash!, el esbirro Lázaro pulsó el botón. Fui hacia él y le arrebaté la cámara. Aquella foto valía seis de los grandes, como decían en las películas.
-Abuelito dictador, permítame que le manifieste mi absoluta admiración por su personalidad: le puedo asegurar que rendiré un sincero culto a ella, que seré fiel hasta la muerte, ¡hasta la muerte siempre! Eso es.
-Bien, bien -murmuraba el viejo calvo con voz débil- así me gusta, ahora déjenme descansar.
-Pero abuelito, ¿permitirá usted que pueda ser ciudadano esmeraldino?
-Sí, sí, déjenme ahora...necesito descansar...-y empezó a roncar con la baba colgándole de la boca y la cabeza torcida.
Nos marchamos.

5.

El secuaz Lázaro me buscaba para matarme.
Escudriñaba los soportales en la oscuridad de las noches de Luna sobre el mar rugiente, entró a saco en todas las habitaciones de todos los hoteles de la ciudad, pateó las desvencijadas puertas de las casas de los opositores conocidos, puso a todo un ejército de espias lacayos trabajando a destajo, oyendo, sonsacando... Estaba rabioso y soñaba con torturarme hasta la muerte.

Después de conseguida la prueba acerca del estado de salud del Tirano, que mostraría a mis clientes exiliados y que daba término a mis actividades profesionales en la Isla, quise volar enseguida de vuelta a la querida familiaridad de mi despacho céntrico y a los churros anisados del egregio Juanito. Pero me fue imposible. Las autoridades esmeraldinas no me lo permitieron por más que yo esgrimiera excusas familiares, particulares y de toda índole, además de jurar y perjurar por todos los dioses de la Revolución de que volvería lo antes posible. Nada, ni caso. Tras la repercusión mundial de mi conversión a las filas de Nuestro Amado Líder, no querían arriesgarse a hacer el ridículo por haber confiado tan ciegamente en un loco que a saber lo que diría a la prensa nada más pisar suelo español. No, no podían arriesgrase y por ello mi vida, cada día que pasaba, valía menos. ¿Mi embajada?, ni pensar en intentar llegar a ella. Un cordón de seguridad invisible debía blindarla para mí. Por otro lado, mi país ya no mostraba el menor interés por el ciudadano panóptico: ya me creían un feliz esmeraldino viviendo bajo las bendiciones del cielo socialista.
Tuve que huir.
Me eché al monte que allí se llamaba Sierra Maruchi, y me uní a un grupo de guerrilleros por la libertad, todos desarrapados barbudos (excepto las mujeres, a dios gracias) y fumadores de puros impenitentes. El jefe era un personaje carismático con gafas de culo de vaso que se jactaba de haber leído todos los libros del mundo. Me pareció un tipo panóptico a su manera. Afirmaba de sí mismo haber visto la luz de la verdad el día en que sorprendió al Tirano levantándose los pantalones después de soltar los zorullos más apestosos y repugnantes que había visto de toda su vida. A partir de aquel día, cada vez que asistía a uno de los interminables discursos del Amado Líder, no lo veía a él tras su larga barba ocultando la boca orante, sino a los enormes zorullos como salchichas alemanas escupiendo estupideces sin fin, y se preguntaba: "¿pero cómo he llegado a ser un esclavo de esta mierda de tío?".
Cada cual tenía su historia alli. Como Flora, que se unió al hombre más miope y leído del mundo después de que a su marido lo colgaran por los huevos hasta la muerte los esbirros del Amado Líder.
Flora decía que en breve saldría en balsa para Yanquilandia, donde tenía un hijo viviendo con unos familiares que lo sacaron de la Isla mientras ella purgaba sus faltas en las cárceles del régimen.
La chispa surgió... ¿cómo decirlo?... de manera salvaje, como la válvula de escape de una olla a presión demasiado tiempo cerrada herméticamente. Para ella yo era un extranjero, una persona que no tenía nada que ver ni con sus penas ni con sus luchas, una persona neutra con la que le resultaba sencillo hablar, reir y follar todas las noches sin excepción.

El día que partimos en balsa, el hombre más miope y leído del mundo, nos abrazó fraternalmente y auspició que nos volveríamos a ver en una Esmeralda libre y próspera. Brindamos por ello con ron y nos echamos a la mar.
Pero la mar nos fue hostil: grandes olas azotaban la débil embarcación. El fuerte viento hacía volar el pelo negro y rizado de Flora. Eso es lo último que recuerdo: su pelo levitante recortado contra la cresta de la ola que se nos venía encima. Después la oscuridad.

En el hospital de Miami donde me recuperaba solo pudieron decirme que estaba viva, pero nada más.
Vino a visitarme el Embajador que quiso conocer todas mi peripecias: yo le conté sólo lo que me dio la gana, la mayoría cuentos chinos con que entretenerlo.
En cuanto me recuperé cogí mis escasas pertenencias: la pequeña cámara de fotos y el montón de billetes, que había llevado fajados alrededor de la cintura en material impermeable, e inquirí entre los del exilio el paradero de Flora. La mayoría de ellos desconfiaban de mí. No podían borrar de sus retinas mi intervención en la televisión del Tirano declarándome pomposamente como Refugiado Político del Capitalismo Criminal. Para compensar, les mostré la foto del Dictador babeante, calvo e imberbe, que les produjo una risa furiosa y vengativa. Al final, logré que me dieran la dirección de su hijo en Los Ángeles, a donde ella había ido.

Al principio no le di importancia, pero luego me picó la curiosidad y permanecí sobre la acera con la cabeza levantada mirando hacia el tejado del edificio al otro lado de la calle, como todo el mundo. Había policías que iban y venían, hablando con las caras vueltas hacia los audífonos de los walkies, prendidos de las solapas de las camisas azules. Había sirenas y cadenas de televisión. Bien, era evidente que estaba en yanquilandia en donde todo se convertía en espectáculo.
Ya me iba, reanudando la búsqueda de la dirección que me habían dado en Miami, cuando la música empezó a sonar..¡joder, pero si eran los malditos chicos de U2! ¿Qué coño estaban haciendo allí arriba? ¡qué cabrones!, estaban tocando en mitad de la calle, encima de lo que parecía un almacén andrajoso, para todos los ciudadanos que tenían la fortuna de pasar por allí en ese momento, como yo....y como ella. Sí, allí estaba. Reconocí su espalda al instante, su pelo largo ondulado, ese que se había quedado grabado en mi mente como lo que creí iba a ser la última imagen que me llevaría al otro mundo. Pero allí estaba, bailando, moviendo las caderas y el trasero como ningún gringo podría hacerlo jamás, feliz, exultante y sonriendo a un niño pequeño en sus brazos....

U2 - Where The Streets Have No Name

jueves, 3 de agosto de 2006

Leyenda china: el cielo y el infierno.

Chuon Lee amaba a Lia Pong, pero ésta no amaba a Chuon Lee sino a Liu Chen, por lo que el primero creía vivir en el infierno y el segundo en el cielo, considerando uno y otro a Lia Pong como la encarnación del mismo. Pero al ser la carne de Lia Pong finita, en contraste con el éter infinito, sólo uno de ellos podría estar en los brazos del cielo, siendo el otro necesariamente arrojado a las soledades del infierno.
Al sentirse expulsado, Chuon Lee se marchó a las montañas, a las cumbres boscosas donde nacían las fuentes de los ríos que irrigaban aquella región, llevándose el infierno consigo. Y se puso a meditar, buscando en su corazón alguna salida a la encrucijada que lo acuciaba. Pero de tanto pensar en el cielo de Lia Pong, se empachó de él, comenzando a despreciarlo, al cielo, sin que él violentara en nada sus sentimientos para ello. Entonces sus oídos se abrieron al canto de los pájaros en los amaneceres rojos de las cumbres, al rumor del viento susurrando a través de las lenguas de las hojas en los días del otoño, al frío intenso del invierno que le obligaba a descender al valle para pasarlo junto al río, pescando en sus aguas la trucha que lo alimentaba. Y empezó a sentirse muy a gusto en el infierno de su soledad, tanto que empezó a amarlo, al infierno, creyéndose demonio.

Un invierno en que Chuon Lee pescaba en el río del valle se encontró con Liu Chen que a pesar de vivir en el cielo de Lia Pong se sentía triste y desdichado.
-¿Pero cómo es que estando tú en el cielo estás triste, y yo que habito en el infierno soy feliz?- le preguntó Chuon Lee atónito.
-No lo sé. Puede que Lia Pong ya no me quiera, o que yo no la ame a ella. No lo sé.
Aquel invierno fue caviloso para él.
Con la primavera subió a las montañas y continuó cavilando. Y comenzó a sentirse desgraciado de nuevo a causa de Lia Pong. Al ahondar en ese sentimiento supo que su tristeza renacía a la par que sus esperanzas de estar con ella. Por lo tanto era el deseo lo que lo sumía en un estado de agitación angustioso que no le permitía disfrutar de la explosión de la naturaleza en las cumbres. Si el deseo era el culpable, entonces debía matar al deseo. Pero, ¿cómo? La primera respuesta obvia consistía en matar a Lia Pong, la fuente del deseo: "si la solución es matar el deseo y el deseo es Lia Pong, entonces tendré que matar a Lia Pong", concluyó. Desgraciadamente, esta manera tan expeditiva de actuar podría traerle consecuencias desagradables.... por ejemplo que Liu Chen quisiera vengarse y lo buscara por las cumbres alterando así su felicidad en su infierno de soledad; o que las autoridades de la aldea montara alguna partida de búsqueda provocando asímismo la indeseada agitación en el estado de cosas que él quería mantener intacto a toda costa. No encontraba solución al problema por lo que su desazón e infelicidad se acrecentaban día a día. Lo peor era cuando, cediendo a un momento de debilidad, abrazaba la idea de intentarlo con Lia Pong, ahora que con Liu Chen la cosa flojeaba, pero, ¿y si después de nuevos sufrimientos y angustias Lia Pong seguía sin hacerle caso? O, ¿y si lo de Lia Pong y Liu Cheng fuera una crisis pasajera? ¿Volvería a recuperarse él de esa nueva decepción o sería definitiva, dejándolo abatido para siempre?
Pasó la primavera y vino el verano. Entonces, paseando por la cara oeste de la que sentía era su montaña, se encontró con otro ermitaño de más edad al que nunca había visto antes, y que meditaba, en la posición del diamante, con la espalda apoyada en un árbol. Respetuoso como era con la soledad de los demás, quiso marcharse sin molestar pero, desgraciadamente, pisó una rama que crujió, lo cual hizo que el párpado cerrado derecho del ermitaño se moviera apenas perceptiblemente. Entonces, preguntó:
-¿Quién eres?
-Un ser desgraciado.- respondió.
El ermitaño abrió los ojos, cálidos del color de la corteza de los árboles.
- Sí, eso parece. Y sin embargo, en la estación pasada y en la anterior, te vi sosegado y con paz de espíritu, allá en la cara Este...., tú no me conoces, pero yo te llevo observando desde que llegaste a estas cumbres, agitado y triste, como estás ahora.
- Antes vivía feliz en el infierno de mi soledad, lejos del cielo de Lia Pong, sin embargo ahora ya no sé que es el infierno y qué el cielo. ¿Lo sabes tú, Maestro? Pareces sabio. ¿Sabes qué es el cielo y qué el infierno?
-Sí- replicó simple el Maestro.
-¿Qué es? Te lo suplico, dímelo.
El Maestro lo miró con benevolencia y bondad, sonriendo con su mirada color miel. Entonces se levantó.
-Sígueme.

Y Chuon Lee lo siguió. Lo siguió cuando descendieron la ladera de la montaña, lo siguió cuando vagaron por los prados frondosos donde pastaban los caballos salvajes, lo siguió cuando cruzó ríos caudalosos y subió riscos escarpados hasta llegar, incontables días más tarde en los cuales apenas se habían dirigido la palabra (eran dos seres que amaban la soledad y el silencio), hasta una aldea extraña en la cual, de cada hogar, salía muchos gritos y quejas inconsolables. El Maestro, siempre sonriente, invitó a Chuon Lee a que mirara por la ventana de una de aquellas chozas. Lo hizo con las ansias del buscador de tesoros, viendo como un grupo de personas lloraban y se mesaban los cabellos alrededor de un gran caldero rebosante de comida, del cual, sin embargo, no podían comer a causa de la extrema largueza de los mangos de las cucharas que hacía inalcanzable a sus bocas el extremo ahuecado de caldo caliente. Todo era desesperación allí. Gritos desoladores y quejas a los dioses.
-Esto es el infierno.- Dijo el Maestro. -Sigamos.
Y siguieron hasta la aldea vecina, no muy lejos de allí. Aquí la situación era muy diferente: si bien en mitad de las chozas se encontraba el mismo caldero, y los hombres y mujeres portaban las mismas cucharas largas, que tanto desesperaban a los otros, sin embargo ellos habían aprendido algo que sus vecinos no habían logrado aprender: alimentarse los unos a los otros. En efecto, ante la imposibilidad de alimentarse por ellos mismos, miraron a sus compañeros no como competidores sino como colaboradores. La alegría, las risas y los gestos relajados inundaban las chozas de aquella aldea.
-Esto es el cielo.- Dijo sonriente el Maestro. -Yo te he mostrado el cielo y el infierno, ahora tú tendrás que decidir si te sirve de algo o no.- Y dicho esto se volvió y siguió hacia el este.
- ¿Pero, no vuelves conmigo, Maestro?
-Yo soy como las aves. Nos veremos la próxima primavera....quizá.- Añadió sonriendo enigmáticamente.

Chuon Lee, en el camino de vuelta, se paró de nuevo en la aldea del infierno: allí seguían en sus sufrimientos aquellos seres, aferrándose a sus cucharas por miedo a que les quitaran lo que ellos no podían disfrutar; derramando constantemente el alimento cada vez que la hundían en el caldero, en una operación infinita y desesperante.
Durante todo el viaje de retorno, no paró de reflexionar acerca de esta nueva perspectiva de lo que era el cielo y el infierno, y se afanó por aplicar las enseñanzas que el Maestro le había mostrado a su caso particular: ¿cuál es la clave - se preguntaba- de todo el asunto? ¿Por qué los habitantes de una aldea vivían en el infierno y los otros en el cielo? La colaboración, se contestó de manera suave. La ayuda que se prestan entre sí, supliendo de esta manera, en el esfuerzo del grupo, sus limitaciones. Entonces, ¿cómo recuperar la tranquilidad de mi alma, el sosiego de mi espíritu que el pensamiento de Lia Pong me ha vuelto a robar? Veamos -pensaba Chuon Lee sesudamente mientras cruzaba ríos y valles-, cuando yo era feliz solo en la montaña lo era porque no tenía esperanza de estar con Lia Pong, pero entonces me encontré con Liu Cheng y su desgracia hizo reavivar la esperanza, y con ella el deseo que desemboca en la desesperación de la insatisfacción, como en la aldea del infierno, pero si la clave de la felicidad de la aldea del cielo es la colaboración, entonces, ¿por qué no colaborar con Liu Cheng y Lia Pong para arreglar sus problemas? De esta forma, ayudándolos a ellos a ser felices, perdería de nuevo toda esperanza de estar con Lia Pong, procurándome así mi propia felicidad en el cielo (que no el infierno) de mi soledad, ya de nuevo imperturbable.....
Y de esta manera, el joven filósofo, avivó el paso contento, creyendo haber encontrado la solución a todos sus problemas, aunque, como le diría el ermitaño a la primavera siguiente en que se reencontraron en la montaña, las cosas nunca son tan fáciles de resolver como uno las imagina, y es que Lia Pong, fascinada por la sabiduría y bondad que había adquirido Chuon Lee en la soledad de las montañas se enamoró de él perdidamente, complicándose todo de nuevo de una manera totalmente insospechada.

(la leyenda: http://www.redmarcial.com.ar/fabulas/leyendachina.htm).

lunes, 31 de julio de 2006

Las sufridas pelotas del hijoputa gilipollas.

Cuando el sábado por la noche en la disco, bajo las luces estroboscópicas, el hijoputa le dijo al cabrón que se cagaba en sus muertos, el cabrón lo cogió por las pelotas y se las apretó hasta que la cara del hijoputa pasó por todos los matices de malva, púrpura y morado oscuro. Entones soltó, y cuando lo tuvo en el suelo, el cabrón le pateó los riñones al hijoputa. A partir de aquel día añadiría al sobrenombre de hijoputa el apelativo de gilipollas. El hijoputa gilipollas. Pues bien la novia del hijoputa gilipollas intentó arañarle la cara al cabrón, pero la respectiva de éste, la cabrona, no se lo permitió, y más bien fue ella la que salió tatuada en su hermosa cara de hijaputa. Entonces, la hijaputa gilipollas cogió al hijoputa gilipollas y se lo llevó a la playa donde le hundió las pelotas monstruosas en las tibias aguas de Neptuno. Pero éste, al sentir sobre su divino seno tan espantoso aparato tumefacto, se indignó ante la falta de respeto evidente mostrado por la pareja de hijoputas gilipollas y les mandó al japuto, el macho de la japuta, que es un " f. Pez teleósteo del suborden de los Acantopterigios, de color plomizo, de unos 35 cm de largo y casi otro tanto de alto, cabeza pequeña, boca redonda, armada de dientes finos, largos y apretados a manera de brocha, escamas regulares y romboidales, que se extienden hasta cubrir las aletas dorsal y anal, cola en forma de media luna, y aleta pectoral muy larga. Vive en el Mediterráneo y es comestible apreciado"....sí, y muy cabrón también, como el cabrón de la disco. Cuando el japuto cabrón llegó adonde flotaban plácidas las pelotas del hijoputa gilipollas, (¡qué mala suerte coño, ahora que empezaba a sentir alivio!), con esa "boca redonda, armada de dientes finos, largos y apretados a manera de brocha", le dio un mordisco fatal que hizo que el hijoputa gilipollas levantara la vista con ojos lacrimosos y boca torcida a las estrellas, deseando morirse de una puta vez. Mientras el hijoputa gilipollas miraba hacia arriba, la hijaputa gilipollas miró hacia abajo y vio al japuto cabrón con las bolas del hijoputa gilipollas entre esos "dientes finos, largos y apretados a manera de brocha", entonces la hijaputa gilipollas, que por algo era gilipollas, se dejó llevar por el arrebato de la pasión al ver de qué manera tan inapropiada peligraba (¡con tanto cabrón suelto!) el placer que la hacía gemir: "¡oooh, aaah, uuum!", y con mano fuerte y puño apretado, le lanzó un gancho de derecha con pretensiones de romperle los piños al japuto cabrón que, además de cabrón, era avezado y sinuoso como demostró al soltar las pelotas del hijoputa gilipollas en el último momento, viniendo a impactar el derechazo de la hijaputa gilipollas contra las pelotas de su amado...el hijoputa gilipollas. Mientras el japuto cabrón se alejaba silbando "Soy la Reina de los Mares" (y es que este " f. Pez teleósteo del suborden de los Acantopterigios, de color plomizo, etc....", era un poco maricón), el hijoputa gilipollas la miró con desesperación dolorosa y, con un punto de amargura y rabia, le gritó desairado: "¡¡Pero serás hijaputa gilipollas!!" Entonces empezó a llorar contrita, no por las aporreadas pelotas de su adorado sino por: ¡a ver donde ella iba a encontrar ahora a otro hijoputa gilipollas que la hiciera gemir: "¡Aaah, oooh, uuum!" Pobre. Y es que no era fácil encontrar a otro que reuniera tales características. Por eso decidió esperar con santa paciencia (y algún que otro dedo, por no hablar de ciertas alegrías de la huerta) hasta que le retiraran la escayola de las pelotas a su bienamado hijoputa gilipollas que, como era gilipollas, al sábado siguiente, luciendo un bonito pantalón ajustado a la altura de la entrepierna (por dejar patente al respetable que había vuelto) volvió a cagarse en los muertos del cabrón, que le agarró de nuevo las.....en fin, lo que les pasa siempre a los hijoputas gilipollas: que no aprenden.

miércoles, 26 de julio de 2006

Relato tragiporno gore: El Emperador y la campesina.

El Emperador yacía laxo sobre los cojines de brocado con motivos florales, envuelto en finas y acariciadoras sedas volátiles traídas desde las tierras más allá de las montañas y el Gran Río, al norte brumoso, cuando, después de mucho escrutar la madera colorista del artesonado cuadriculado del techo de la Gran Sala Imperial, mandó callar con un gesto lánguido de su mano derecha a los músicos y, con voz asténica, informó a la Corte, siempre expectante de sus palabras, sobre cuán grande era su aburrimiento y hastío, y que quizá le apeteciera dar un paseo en palanquín por las tierras de su reino, ahora que con la primavera las tardes se tornaban agradables y los campos hermosos de contemplar.
Rápidamente todo estuvo listo para la excursion del Emperador: la guardia formada y los palanquineros junto al bello habitáculo dorado, mullido de cojines y almohadones, a la espera de su señor, ante el cual, al cruzar el umbral del palacio seguido de un enjambre de cortesanos, agacharon la cabeza como muestra de sumisión y respeto.
La marcha de la comitiva del Hijo del Cielo por los caminos levantaba una nube pulverulenta dorada en el crepúsculo de la tarde, dajando atrás miserables casas grises como islas en mitad de campos de cultivo, en los que se veían las espaldas encorvadas de los campesinos recogiendo el grano con sus cabezas ocultas bajo los tocados picudos. Uno de éstos observó con preocupación el paso del cortejo. Recordó a su hija que había ido a bañarse al lago cerca de la Pagoda, residencia de verano de Su Majestad. Pero éste miraba displicente el trabajo de sus siervos sin más preocupación que su tedio y vacío. Aun su desgana, sin embargo, ocurrió uno de esos casos misteriosos de sincronización (o coincidencia, dirán los excépticos) ya que, sin tenerlo planeado, le asaltó el capricho repentino de ir a la Pagoda junto al lago. Dio las órdenes pertinentes.
Después de un trecho de camino de tierra, cuyo polvo levantado le obligaba a taparse la boca con un pañuelo suntuoso, y tras un recodo, apareció el inmenso lago tras los árboles puntiagudos, reverberando sus aguas como miles de cristales de ensueño en la tarde que ya declinaba. Entonces, la presión que venía sintiendo en la vejiga le pareció lo suficientemente molesta como para mandar parar, bajarse de su trono portátil, y buscar entre los árboles uno adecuado para aliviarse. Cuando lo hubo hallado se dispuso a desagüar cuando el leve pisar de la hierba lo paralizó. Miró a su derecha y en un principio no ubicó el trazado negro que se movía sigiloso entre el verdor de la floresta. Pero cuando vio el perfil reconcentrado ya no le cupo duda: era un tigre. El miedo que sentía era grande, como nunca antes en su tranquila vida palaciega había tenido oportunidad de sentir. La sangre se le desmandó en las venas y el corazón la lanzaba con violencia por todo su cuerpo electrizado. Sintió pánico de que el tigre lo escuchara golpear contra la caja torácica. Pero éste, encorvado y lento en sus movimientos, parecía estar interesado en otra carne que, por la dirección que tomó el animal, pudiera estar a la orilla del lago. Allí dirigió la mirada y efectivamente la vio, tras unas cañas y matorrales, a una muchacha desnuda recién salida de las aguas como una diosa, de pechos turgentes y temblorosos, de piel rosada al últimpo rubor de la tarde, de cabello largo y negro, como el vello abundante del pubis. Le pareció hermosa como ninguna de sus cortesanas de modales afectados y protocolarios que habían terminado por repugnarle. Le pareció salvaje y apetitosa...como al tigre, que seguía acercándose camuflado entre el abundante follaje y que cuando la tuvo como a seis metros de distancia se abalanzó sin darle más tiempo a la muchacha que para un solitario y único alarido de terror antes de enmudecer su garganta entre las fauces del animal, apretándola, sintiendo la bestia el sabor de la sangre que manaba de la carne desgarrada, hasta que cesó la agitación espasmódica del cuerpo juvenil y perlado de gotas de la mujer. Entonces, después de mirar en derredor con precaución, empezó a devorarla por la cavidad abdominal, metiendo su enorme cabeza de felino entre las vísceras palpitantes de un cuerpo abierto como una flor de sangre. El Emperador, que estaba hipnotizado ante lo que veía, sintió como su miembro, todavía fuera, aunque sin llegar a derramar ni una gota de orina, empezó a recibir la sangre que corría desbocada por su cuerpo, erigiéndoselo, confundiéndose en ese bullicio violento de sensaciones el miedo atroz con el placer sexual: la consumación del éxtasis por medio del poder.
Él era el Emperador, el tigre.
Aquella misma noche, de vuelta en su palacio, mandó ansioso buscar por una campesina bajo pena de muerte si su deseo no era satisfecho, aunque para ello tuviera que ser arrancada del lecho de su marido. No importaba que fuese virgen o no, con tal que fuese joven y hermosa, como la desdichada del lago. De esta manera se abrió una puerta al infierno en aquel país en cuya dirección miraban cada mañana todos los hombres de la Tierra esperando ver salir el sol.

Así empezó su periplo sangriento, asolando aquellas tierras en busca de mujeres jóvenes que satisficieran su sed inagotable de espanto y placer doloroso cada noche de pesadilla en el que los gritos se adherían a las paredes del Palacio, penetrando en cada entraña, maldiciéndolo para las generaciones venideras que no quisieron habitar en él después de que se empezaran a conocer los relatos sobrecogedores de cómo el Emperador rajaba con afilado estilete los tersos cuerpos humedecidos todavía por el baño perfumado a las que obligaba a sus víctimas, e introducía su cabeza en la cavidad cálida y temblorosa de vida aún, y con los dientes desgarraba órganos, venas y tejidos, como el tigre poderoso en el que se transfiguraba, y cómo entonces, en medio del horror, experimentaba la lujuria salvaje y la embestía con la cara embadurnada de rojo espeso carmesí hasta la consumación final.
Después se quedaba dormido entre los despojos del sacrificio.
De esta manera fueron muchas noches, las cuales sin embargo no fueron exactamente iguales ya que en cada una de ellas encontraba modalidades distintas de placer, encontrando infinitas las posibilidades de exploración del cuerpo humano.
Los sacerdotes estaban escandalizados ante el sacrilegio que suponía la trasgresión del antiguo tabú, como así mismo los campesinos ya no sabían donde esconder a sus hijas, hermanas o esposas de la vesania del Emperador, el cual torturaba hasta la muerte al cortesano que no había sabido buscar con diligencia en las chozas malolientes de los siervos la mercancía que tanto ansiaba.
Así fueron las cosas hasta que una noche un soldado enloquecido encontró la discreta trampilla en el suelo que daba a un pequeño refugio en el que el padre de la joven de diecinueve años la había escondido en vano. De nada sirvió que el campesino le rogara e implorara; de sobra sabía el soldado el tormento que le esperaba si desobedecía, por lo que para acallar el gusano de la conciencia que le roía golpeó al padre hasta casi matarlo. Sin embargo no fue la primera vez que la muchacha contemplaba la brutalidad y la crueldad en su vida, no, ya años antes fue testigo de como un grupo de soldados del Emperador violó y golpeó hasta matar a su madre cerca del lago, mientras lavaba, y de cómo sintió deseos de ser como el oso aquel del verano anterior que con sólo un zarpazo poderoso de su brazo había casi arrancado la cabeza del tigre que rondaba sus crías. Cuando el oso se alejó, ella se acercó al tigre inerte cuya cabeza pendía de algunos pocos tendones. Ahora deseó de nuevo ser oso para defender a su padre, pero los brazos fuertes de dos lacayos la sujetaban, procurando sin embargo no lastimarla por no estropear la mercancía y provocar las iras del Emperador.
En tal estado de alteración fue conducida a palacio. Fue bañada y perfumada, y, sin secar y desnuda, se la abandonó en una habitación a la espera del Supremo Señor. Ella sabía lo que a continuación ocurriría. Todo el mundo lo sabía y comentaba entre susurros mientras arrancaban encorvados las espigas de la tierra. Pero no estaba asustada. Tampoco se asustó al ver al Hijo del Cielo aparecer como una sombra tras los cortinajes de gasa transparente, vestido de tibias y coloridas sedas, maquillado y perfumado. Pero ella no vio al Hijo del Cielo, al poderoso Emperador, al dios sobre la tierra, sino a un ser débil, delgado, enfermizo y de mirada extraviada. Él se sintió turbado y paralizado ante la actitud desafiante de ella ante la visión del Tigre. Ni siquiera suplicó cuando alzó el agudo estilete que debía abrirla en canal. La frustración de sus apetitos voluptuosos que se alimentaban del miedo de sus víctimas, como el terror de la campesina del lago ante el ataque del tigre cuya excitación inducida él intentaba revivir cada noche, fue tanta que pronto apareció la rabia, una rabia histérica y descontrolada que estilete en alto lo hizo precipitarse sobre la chica; pero ella se sintió oso que sacando fuerzas de sus brazos delgados aunque fibrosos, moldeados por el trabajo cotidiano y vigorizante, alzó la mano de uñas largas y endurecidas con la resina que los árboles exudan en primavera, y con toda la fuerza de la naturaleza le descargó tal zarpazo que le desgarró la aorta del cuello, saliendo a chorros, roja brillante, la sangre. Cuando lo vio en el suelo retorciéndose, al poderoso Emperador, taponando inútilmente la herida con su mano, con ojos de enorme sorpresa e incomprensión, cogió el fino estilete y lo cosió a puntillazos con rencor mientras pensaba, y sentía con liberación, en su madre, su padre y tantos y tantos otros.....

lunes, 17 de julio de 2006

Microrelato-clips.

Hoy inicio una serie llamada microrelato-clips.
Ya que no tengo medios para hacer video-clips hago este apaño gracias a la literatura, el mejor invento para gentes sin recursos como yo.

Instrucciones de uso: léase al mismo tiempo que se escucha el tema. Gracias por su colaboración.


PERFECT DAY. LOU REED (Transformer).
http://www.youtube.com/watch?v=HdJwk_fMUwk&search=perfect%20day

Hoy será un día perfecto. Hoy seré feliz a tu lado, siendo la sombra que te protegerá del sol, el paraguas del que te servirás cuando truene la tormenta, la fortuna que sonreirá a tus ojos cuando en la Gran Avenida el tahur de la esquina intente escamotearte el alma; seré la claridad, el esplendor de una risa de dientes que muerdan la Gran Manzana; el adán que te dará gustoso una costilla y el corazón; el pulmón que oxigenará tus desagües venosos de tristeza sucia y fétida; la sangre que irrigará tu pasión...tú serás, eres la mía...; la plenitud de un vientre orondo de felicidad que se llenará como un pellejo de vino con la vid de la vida...y me recriminarás, me dirás que por qué río tanto, que qué me pasa y te diré que hoy, amor, será un día perfecto, un día donde agarraré con fuerza tu mano, francamente, sin miedo....a ti....será un día perfecto...deseo que sea un día perfecto...mis manos te pertenecerán...podrás servirte de ellas para tejer este Día Perfecto.


SATELLITE OF LOVE. LOU REED (Transformer).
http://www.youtube.com/watch?v=BUFNsM_V-Do&search=satellite%20of%20love

Cuando derramó la lágrima no fue consciente de que caería sobre la hormiguita parda que con mucho esfuerzo y trabajo había recorrido ya 50 centímetros con una enorme cáscara de pipa sin sal prendida entre sus poderosas mandíbulas. La lágrima era de tal espesor, de tal intensidad, que la ahogó, a nuestra hormiguita, de emoción, de una felicidad salvaje y radiante, la que sintió cuando lo vio allí, en el espacio, girando alrededor de la Tierra, embutido en un ancho traje espacial blanco; pero vio sus ojos, por la televisión, y supo que era él, como supo que era a ella a la que se dirigía, girando como un satélite del amor alrededor de la Tierra, cuando dijo un te quiero nena, que fue oído por toda una humanidad expectante, "se está tan sólo aquí, en la Inmensidad, me gustaría que estuvieras conmigo, re-volucionando como peonzas, como dos satélites del amor que estremeciéramos las mareas de los Océanos y anegáramos las tierras yermas con nuestra sal, y restañáramos las heridas con nuestro yodo...como dos satélites del amor.....

THE BED. LOU REED (Berlín).
(No he encontrado vídeos para este tema de Lou Reed perteneciente a uno de los mejores álbumes de la historia del rock, Berlín. Imaginar tranquilo, con un final casi místico en el que un coro surrealista suena transportador. Yo imaginé a Reed pinchándose en la vena. Después lo dejó, afortunadamente.)

La cama. Esta es la cama donde yací con ella. Esta es la cama en donde lo he dejado todo. Esta es la cama en donde, pegada, con sudor y semen, dejé mi alma, mi último aliento realmente de vida....y lo recuerdo...¡ah, qué sensación!...cuando sentado al borde del colchón me chutaba, me pinchaba en la vena y el émbolo empujaba la yegua blanca hacia el interior de mis oscuras y estrechas venas, esa cama en donde tu entonces me acogías entre tus pechos y me susurrabas al oído y tu voz era como legión de ángeles cantando a coro...oh..¡qué sensación....!

CUATRO ROSAS. GABINETE CALIGARI (Cuatro rosas).
http://www.youtube.com/watch?v=eVwlcqFEkIs&search=cuatro%20rosas

¿Cómo podría agradecerte por ser como eres? ¿Qué podría hacer por pagar esa sonrisa impagable? ¿Qué podría hacer para tributarte ese gemido sincero cuando penetrándote me alimento de tu cuello, jugando con mi lengua con tus arterias anhelantes de vida?
No lo sabía hasta que la brisa ladeó mi cabeza, como una hoja otoñal, y vi las cuatro rosas cuyo color me recordó al instante al color de tu ropa interior y cuyo olor era como el de tu piel fresca así como su tacto al tuyo recién salida de la ducha. Estaban allí y estaban en tu honor, estaban allí, en el rosal, y eran tú, y un primer impulso asesino me llevó a arrancarte, siempre Prometeo robando la belleza de los dioses, cuando otro me refrenó, y te dejé allí, cuatro rosas, para que el mundo entero te contemplara y contemplara mi tributo a ti.

ROCK AND ROLL STAR. LOQUILLO Y LOS TROGLODITAS.
http://www.youtube.com/watch?v=Q3q72a-MMvU&search=rock%20and%20roll%20star

No estaba para ensayar. Ya se había equivocado dos veces: tocando el do mayor antes de tiempo y no entrando con el estribillo en sol cuando había que hacerlo. El batería redobló con enfado en los timbales y platillos, el guitarra solista, que veía frustrado su florido punteo, blasfemó. Sólo el bajista le preguntó: "tío ¿qué pasa? ¿eh?, ¿estamos o no estamos?". "Hoy no estoy, me largo"."¿Qué?". "¿Ese?...que ha discutido otra vez con la novia, seguro",dijo el batería con mofa. "Mándala ya a tomar viento, joder, mañana tocamos coño y tenemos que ensayar, así que de irte nada", añadió el solista, "además que dentro de dos horas entro al curro". "Bueno, cinco minutos, llamo por teléfono y seguimos ¿okey?"..."Sí, dile cuánto la quieres, anda..jajaja", siguió el batería, "que te den cabrón. Ahora vuelvo". "No te enrrolles". Los dejó en el sótano donde ensayaban entre las risas envidiosas que provoca en los demás los males de amores ajenos. Cuando subió la persiana metálica del local tuvo que entrecerrar los ojos ante la luz de la calle, por estar acostumbradas las pupilas a la penumbra del agujero, apestoso a humedad, del sótano. Fue a la cabina de la esquina. La hebilla de la chupa despellejada de falso cuero chocó contra el cristal que sonó como si se cascase. Marcó. Salió su madre. Preguntó por ella. Dijo que no estaba, ¡la muy bruja! ¡nunca le tragó! ¡siempre dispuesta a minusvalorarlo delante de la hija para joderlo! Pero sí que estaba. Le arrancó el teléfono a la bruja y le pidió que la dejara sóla. "¿Sí?", sonó su voz, voz dulce de niña que le mordió en el estómago "Hola, soy yo", "hola", "¿cómo estás?" "Bien"...."oye....mañana tocamos, ¿vendrás?", "No", "¿por qué?", "es mejor que no, ya lo sabes", a pesar de sus esfuerzos la voz le temblaba, "es por la bruja de tu madre ¿no?", "ella no tiene nada que ver y no la llames así". La madre, que por supuesto no perdía ripio desde el vano de la puerta de la cocina sin mover un solo músculo como un lagarto sobre una roca volcánica al sol del mediodía, saltó como si le pincharan con un alfiler, "¡¿Qué ha dicho ese de mí... menudo sinvergüenza que no tiene donde caerse muerto..cuelga el teléfono ahora mismo!?", "Mamá, por favor, ¿me dejas hablar?", "¡Que cuelgues!", "Tengo que dejarte..." "Pero oye, escúchame, voy a ser famoso, vamos a triunfar...el otro día le mandamos una maqueta a un tipo productor, y dijo que le gustaba..", "me alegro, ojalá lo consigáis...", la madre bramaba "¿¡Vas a colgar de una vez!?", "Escúchame, nena, no cuelgues, voy a ser una estrella del rock and roll..." pi-pi-pi..."no puedes dejarme ahora, lo vamos a conseguir..." pi-pi-pi...El teléfono se burlaba de él. El pi en su oído le hizo parecer ridículo, rechazado, expulsado, menospreciado. Lo colgó con violencia, y una marea de llanto se le vino a atragantar en la garganta. Empezó a golpear la pared con rabia intentando por todos los medios que las lágrimas no explotaran en sus ojos. Más tarde lloraría todas esas lágrimas acumuladas, todo ese mar interior y oculto de lágrimas, o eso, o quedaría ahogado en él. Pero por ahora, solo era un chico de la calle que vivía su canción.