jueves, 31 de agosto de 2006

Elvis Presley, Suspicious Minds (París-Texas, Wim Mertens).


Una mañana subí en un carguero que atravesaba océanos de trigo, mares de cerveza, camino del norte, lejos de aquí. En el bolsillo tan sólo el tintineo de mis ilusiones amodorrando mi mente con el rítmico trán trán de las cadenas y las ruedas sobre los railes ardientes, caminos de hierro, sendas que me llevaban a ti... Trán-trán, trán-trán.... En mis ojos el brillo del que espera todo, el brillo del que busca ávido el resplandor de un diamante. El brillo del buscador de tesoros. El brillo que sentiste bajo un sol entre algodones níveos cuando te encontré en una calle ancha como una pradera. Una joya brotando de entre la selva de altos, rectos edificios. Te encontré y te amé...quizás demasiado...caímos en una trampa....
Te creí mía y vi con los ojos de la sospecha cada partícula de ti que no era mía, te quise tanto que deseé ahogar la respiración en tus pulmones e inhalaras con los míos....caímos en una trampa...te quise tanto, tan ciega y desesperadamente, que te hubiese matado para que vivieras, siempre, en mí...caímos en una trampa...caímos en una trampa....ahora ya es tarde.

He cruzado desiertos, secando el alcohol llameante, que me helaba la mirada...buscándome, buscándote...pero ya es tarde.
Caímos en una trampa.....baby.

miércoles, 30 de agosto de 2006

Versión de Fine Young Cannibals.

Y esta es la maravillosa versión que los distinguidos jóvenes caníbales realizaron en 1985.

Fine Young Cannibals - Suspicious Minds

jueves, 17 de agosto de 2006

Mi muerte.

Algunos emborronan hasta quinientas páginas para relatar su vida. No se preocupen, yo no necesito escribir tantas para contarles mi muerte.

Mi vida me pertenece, es mía, de la misma manera que mi muerte. Ésto constituye de por sí un axioma, ¿o no? Porque ¿qué voz tronante del cielo, qué dios frenará mi mano si la dirijo contra mí mismo? Ningún dios, ninguna voz, y si no me creen hagan la prueba, pero un consejo: no apuesten por la suerte de Isaac: perderán, aquí la fe no les servirá. En cualquier noche de desesperación, que como seres humanos experimentarán, prueben a levantar un cuchillo homicida con su punta mirando hacia el interior, hacia sus vientres, a ver que pasa. Nada. No pasará nada. Nada ni nadie en el Universo se preocupará por usted, ninguna fuerza divina lo embargará de calor, reconfortándolo por dentro como el fuego de una chimenea que fuera encendido en la morada de su alma, sencillamente porque a ningún dios le importa que usted muera o viva. Si quiere calor en su alma tendrá que procurárselo por su cuenta en el fuego de la fe. Aquí sí les servirá. Pero no a los espíritus inquisitivos, científicos, no: es pura psicología, pura autosugestión, poderosa y eficaz (la fe realmente puede mover montañas), pero acientífica. Este desamparo existencial a muchos ateos les produce una angustia tan insoportable que corren como locos a entregar sus almas a los estados panópticos salvadores y a sus hipostáticos dirigentes.
Sin embargo, algunos, ante la imposibilidad de luchar contra el axioma que nos ocupa en el terreno de la razón, intentan coartar esa libertad desde la superstición. Al no poder explicar porqué Dios nos abandona en los momentos cruciales (tal es así que hasta al que denominan Su Hijo se quejó amargamente del Padre, cuando clavado en la cruz como un cerdo en el matadero, gritó: "¡Padre, ¿por qué me has abandonado!"), echan mano de maldiciones supraterrenas, de condenaciones y sufrimientos sin fin por los siglos de los siglos si nos atrevemos a tomar las riendas de nuestras vidas y, por lo tanto, de nuestras muertes. Pero ¿tiene algún sentido ésto? Partiendo del hecho de la anacronía de las religiones tradicionales con respecto a los tiempos actuales (resulta sangrante comprobar cómo el espíritu antiguo es imposible de ligar con el moderno, cortándose la mayonesa siempre) intentaremos no obstante dar alguna explicación. Se nos dice que nuestra vida no nos pertenece sino que es de Dios, para al mismo tiempo afirmar tajantemente que el hombre posee libre albedrío (supongo que para que Satanás no deje de tener su clientela en el Infierno ya que sólo un hombre que peca contumaz y conscientemente puede ir de cabeza al Averno, puesto que si no fuera así, entonces, ¿con qué derecho Satanás reclamaría nuestras almas protervas? Con ninguno), bien, pero si tenemos libre albedrio entonces nuestras vidas nos pertenecen, no son de Dios, son nuestras. Ahora bien, un sacerdote avispado replicaría rápidamente, "pero nuestras vidas es un préstamo que Dios nos hace. El dueño es él, en cuanto Creador. Nosotros somos sólo arrendatarios, no propietarios". Ante esto, lo que espera el sacerdote avispado que yo conteste sería: "entonces la vida de mi hijo, que ha salido de mí, me pertenecería de igual modo, ¿también él vive una vida de alquiler, una vida cuyo propietario soy yo?" Aquí el sacerdote exhibiría la mejor de sus sonrisas bonachonas, y contestaría: "no, porque usted no ha Creado, en mayúsculas, a su hijo. Usted se ha limitado a poner en marcha un engranaje, un mecanismo que ni ha diseñado ni construido ni aun comprende como funciona, simplemente ha pulsado el botón, y el mecanismo se ha puesto en marcha. Pero ese mecanismo, esa obra está construido por, y pertenece a, Dios. La vida Le pertenece". Menudo sacerdote, ¿eh? Es un tipo de talento, no hay duda. Pero yo no le hubiese atacado por ahí sino por este otro lado: "desde mi punto de vista, en el mismo momento en que Dios nos abandona en esta vida sin asumir ningún tipo de responsabilidad sobre nosotros, ya nos parta un rayo o muramos entre dolores más allá de cualquier límite, desde ese momento yo me hago acreedor absoluto de mi vida, me convierto en el amo y señor, el único que debe luchar por ella si quiere preservarla. Porque en el mismo instante que he luchado por poseerla, entonces ya, una vez mía, puedo perderla cuando quiera". Ante estas consideraciones lógicas, que tienen que ver incluso con el derecho, no sé lo que contestaría mi sacerdote sagaz. Puede que abandonara la senda de la razón en la que tiene todo que perder para adentrarse en la del misterio, la superstición y el amedrantamiento. Quizá así me contestara: "sólo Dios te arrebatará la vida cuando llegue el momento, abstente de cualquier iniciativa propia en este sentido si no quieres sufrir las consecuencias de la maldición eterna". Y yo pregunto: ¿con qué derecho alguien o algo que demuestra tan poco interés en mi vida después pretende decidir sobre mi muerte? Es como aquel padre que abandona el hogar familiar y que, volviendo al cabo de muchos años, pretendiera dictar normas y leyes a unos niños que ya son adultos y que no le reconocen la más mínima autoridad sobre ellos.
No, mi vida y mi muerte me pertenecen. Lo que haya después sólo Dios lo sabe, que, de existir, estoy seguro no es un ser supersticioso ni un loco absurdo sino todo lo contrario: el Ser más lógico del Universo en cuanto que conoce todos los secretos, misterios para nosotros mientras sigamos sin poder comprender más que la realidad imperfecta y fragmentaria debido a nuestras limitaciones intelectuales, lo cual hará que sigamos amando el Enigma hasta el último suspiro.
Por ello, el tabú al suicidio hay que interpretarlo como una más de las manifestaciones ancestrales de la religión natural (que nos llega ahora en forma de cristianismo) que emana de la propia naturaleza, una naturaleza cuyo férreo instinto de supervivencia nos marca prohibiciones en lo más profundo de nuestro ser con el objeto de preservar la vida. De la misma forma que estableció la atracción natural entre los sexos haciendo que el macho anhelara a la hembra y la hembra al macho para la propagación de la especie, así también estableció el instinto de la lucha por la propia vida hasta límites absurdos. Más tarde este instinto se institucionalizaría en dogma. Sólo por esta razón afirmo que toda la civilización grecorromana es superior a la judeocristiana. La primera es una superación del estado natural, la segunda es una línea de continuidad desde los tiempos primitivos del Edén hasta nuestros días. La primera es fruto de la razón humana, la segunda del instinto dogmatizado. La primera es la constructora de Babel, la segunda su destructora.
Pero yo no deseo seguir viviendo. No deseo seguir luchando. Quiero darle al instinto una patada en el trasero y despreciar miles de años de un comportamiento grabado a fuego en nuestros genes. Mi conciencia ha vencido al impulso atávico ciego, y mi voluntad también. Soy más fuerte y ahora lo voy a demostrar.

Después de este preliminar filosófico, que he creído indispensable como afirmación de mi voluntad y lucidez, voy a pasar a continuación a relataros mi muerte propiamente dicha, esto es, a abordar los aspectos técnicos de ella, lo que no me llevará más que unas pocas líneas, tras las cuales todo habrá terminado:

Estoy sentado en una silla de comedor con respaldo blanco. Delante de mí tengo el ordenador portátil en el que escribo y seguiré escribiendo hasta que el veneno me paralice por completo la mano o el pensamiento. A mi derecha, junto al ordenador, un vaso de vidrio transparente de unos veinte o veinticinco centilitros, lleno de agua en tres de sus cuartas partes. Muy cerca de él, quizá a la anchura de mi dedo índice, la cápsula que me ha de matar. Blanca. Ovalada. De un centímetro de largo, puede que algo más, pero no mucho. La mesa está justo debajo de la ventana, abierta de par en par. Estoy sentado frente a ella. La persiana subida y enrrollada toda en su cajón. El encuadre de un metro diez de largo por setenta centímetros de ancho es todo de mar. Ahora que miro no hay más que mar. Sólo mar. Ningún barco sobre la última línea del horizonte. Mejor así. Sólo quiero mar azul verdoso o verde azulado en mi retina cuando ésta se ciegue.
Tomo la píldora por sus vértices entre mis dedos índice y pulgar en forma de tenazas. La llevo a la boca y la dejo allí. Juego con ella con mi lengua: la pongo debajo, después encima...tiene textura áspera y sabe a plástico. Cojo el vaso con la mano derecha mientras os sigo escribiendo con la izquierda. Estoy tranquilo, el pulso es firme y no tengo miedo. Bebo agua. La píldora se introduce en mi cuerpo. La siento descender por el esófago. Tengo la extraña sensación de que se ha atascado. Bebo más agua. La apuro toda. La sensación persiste, pero estoy seguro de que la píldora ya está en el estómago. Espero. Ahora, en el horizonte azul y cristalino de mil reflejos irisados cruza un barco, es largo, con su cabina de mando sobre un alto castillo de popa: parece un carguero, o un petrolero. Recuerdo que de pequeño veía los barcos desde la playa y los imaginaba despeñarse por un precipicio cuando llegaban a la última línea, allí donde se unían el cielo y el mar. No sabía adonde se despeñaban, sólo sabía que caían al vacío cuando llegaban al borde, como arrastrados por una catarata enorme, inconcebible, inconmensurable en mi mente infantil, aterradora....ya ha empezado...siento ahogos....mi respiracion se agita...me falta aire.. el corazón se havuelto loco....mareos... miedo...aire... me falta...va mças rápido de lo que pensabe... espasmos cadcavezmeesma difícil escribr npo puedoirespitae...lavistamenubl,a...noconntrlo osd eespasmos....lavbgbiisftta,l mmme nublkA,,n o pu

sábado, 12 de agosto de 2006

El Panóptico Poético.

1. Poema del detective panóptico a Flora.

Te vi en donde las calles no tenían nombre para nosotros,
Extranjeros siempre,
Rodeados de sonidos vacíos,
Tan cerca de la gente, hombro con hombro,
En los autobuses, en las calles...¡pero tan lejos!
Sé lo que es eso.
Exiliados viviendo en ciudades extrañas,
Tú con los ojos salvajes de felicidad,
Inundados de Mar Caribe,
Los míos también, pero de otro mar.
Tu corazón lloraba de alegría, viendo
En el niño al hombre que te mataron,
Oyendo en el pechito el latir... de la sangre,
Sangre que quedó fuera....quieta....lejos... reseca
En las paredes de un vil cuartel
De dientes fríos y acerados,
Un cuartel como las fauces de una Bestia
Que destroza y aniquila.
Una Bestia de muchas cabezas,
De muchos cuarteles...

Bailabas con la música
En la Calle Principal,
Abrazada a la vez al niño y al hombre....
-------
En fin, que no pude decirle nada. Estoy seguro de su alegría de volverme a ver, vivo gracias a ella, al gringuito loco, como me llamaba, pero cuando fui a acercarme pesqué una mirada de Flora de insondable tristeza al hijo, una mirada que reflejaba un trance crucial en su alma que la música de los irlandeses del tejado le había desatado como se desata un nudo, y que yo no quería importunar. En ese momento estaba con él.
Me marché antes de que terminara la canción, deseando verla en una Esmeralda libre y próspera como había profetizado el hombre más miope y leído del mundo. Saludos desde el panóptico.

2. Lo que tiene que decir el poeta bolchevique.

Poeta bolchevique: Lo que tengo que decir en primer lugar es: ¡Viva la Revolución! Ahí va eso. Todo lo que cuenta el detective es mentira. Resulta siniestro y morboso, este detective.
David malaguita: El detective ha contado las cosas tal y como las vivió, no como tú, que hablas desde el prejuicio y la servidumbre ideológicas sin enterarte de nada.
P.b. : bueno, dejaré la polémica política contigo para mejor ocasión, aunque sí diré que, si bien te agradezco que me dejes publicar en tu blog, me pareces un jodido aspirante a burguesito sin darte cuenta de que eso serás toda tu vida: un jodido aspirante....jejeje...¡menudo bobo! ¡Si conocieran al malaguita en persona, no darían crédito de lo bobo que es!
D.m. :¡Lo que tengo que aguantar en mi propio blog! Bueno, ¿vas a publicar ya de una puta vez o te corto la luz, comunata de mierda?
P.b. : Bueno, bueno, ya voy. Lo que tengo que decir con respecto a la poesía es lo siguiente:
los poetas son todos unos puercos burguesitos [la aspiración de malaguita, jejeje (D.m.: ¡gilipollas!)], de sensibilidad atrofiada por los algodones y magnificada por la excesiva seguridad de sus mansiones inexpugnables y de los altos muros protectores de sus cuentas corrientes. ¿Por qué les resulta tan monstruoso el dolor y la miseria ajenas? Porque no los padecen ni los quieren padecer, por miedo cerval, porque sólo el pensamiento de ello les hace temblar y sentir mal de terror, pretendiendo conjurarlo transformándolo en obras de arte. Por ello necesitan embellecer la podredumbre y la muerte, la crueldad y la miseria, el crimen y el latrocinio: aburguesándolo, sacándole lustre al dolor humano como sus doncellas sudaméricanas se lo sacan a la plata del comedor, hasta desfigurarlo y corromperlo con su lenguaje elitista. Y es que se da la paradoja de que si uno de estos enfermitos poetas se explaya líricamente en relación con la muerte de un pobre semianalfabeto, hacen un poemita para que no lo entiendan los familiares del fiambre, no, sino para ser exibido desvergonzadamente en galas de amigos refinados que sopesarán cada una de las palabras y metáforas, cada una de sus imágenes y epítetos, hurgando en definitiva en el cadáver podrido del pobre semianalfabeto para sacar de él un placer estético. Sí. Exclamarán: "¡Oh! Está escrito maravillosamente, con un clímax dramático conseguido de forma magistral. Ha logrado que me conmueva." ¿No les parece repugnante? A mí desde luego sí; se me asemejan a hienas con trajes de frac que han perdido el aullido penetrante pero no su atávico comportamiento de devorar postrados la carroña que los cazadores (los poetas burgueses) les proporcionan. Por eso odio esa poesía aburguesada, que sublima los gritos del dolor humanos en un jarrón chino que lucir en el vestíbulo, ese dolor que azota la ñoñez de sus almas.
Este de aquí es mi poema. Poema hecho para el obrero que está en el andamio, para el camarero de pies aplastados, para el conductor que traza estelas por el mapa....para el trabajador en definitiva. Ellos saben de lo que hablo, seguro que me entienden y no como a esos poetas amilbarados que presuntamente les dedican obras, hechas tan solo para su lucimiento personal. No sólo se apoderan de nuestro trabajo para darnos las migajas de lo que producimos, sino que además pretenden darse tono de filántropos (ahora tan de moda en estos tiempos "democráticos") y de ser excelentes personas a nuestra costa.

Poema del bolchevique.

Luz blanca de sol.
Verano.
Atraviesa como espada divina
los cuerpos sudorosos de los obreros,
secando el agua de la sangre,
(limo podrido)
sofocándolos.
Pero el patrón reune las células
que le mata al obrero la larga jornada,
cada una de las astillas de sus huesos
desportillados,
cada molécula de oxígeno ahogada
en los gases de desecho de la digestión que produce
dinero:
(las máquinas las máquinas!)
cada disco de la columna machacado,
cada fibra de los músculos seccionada : CADA GRAMO DE VIDA.
Y los cuenta con la calculadora:
Cada célula cada astilla cada molécula cada disco cada fibra:
CADA GRAMO,
Los reúne sobre el tapete de cuero negro,
Y los cuenta con avidez.
Una y otra vez.
Después manda que los lleven,
cada célula cada astilla cada molécula cada disco cada fibra,
DE VIDA,
Al banco.
Y se marcha
satisfecho
a casa.

En fin esto es todo, espero que os haya gustado. Saludos desde el panóptico.
(Gracias malaguita-capullo por dejarme un hueco en tu blog).

miércoles, 9 de agosto de 2006

El detective panóptico: misión en Isla Esmeralda.

El sol de las once de la mañana de un día de verano puede ser bastante molesto. Nada que ver con el de invierno en el que uno gusta bañarse en él arrastrando la silla giratoria hasta la mancha de luz del suelo, y quedarse ahí quieto recibiéndolo en pleno rostro. Pero ahora, en el resolano del despacho y la cascarria de ventilador apenas bufando su aire viciado, estar en mi querido cuchitril del centro de la ciudad se volvía un gesto heroico. Aún esperaba el gran caso, el caso que me haría ganar una fortuna y mover los bártulos hacia alguna zona más agraciada y a un despacho mejor equipado. Pero por ahora, y para aguantar el calor, me había descamisado, mudado mis pantalones largos por un bañador de delfinitos amarillos haciendo piruetas, tomado un anisete con hielo y abierto la puerta del despacho para crear una corriente de aire que ayudara al sudor a refrigerar mi cuerpo sofocado.
De esta guisa me encontró el cliente que golpeó tímido con los nudillos en la puerta abierta, avergonzado de haber interrumpido algo, o dudando de si la dirección que le habían dado era la correcta.
-Pase, pase -le animé- ¿qué desea?
-¿Es usted el detective? -Preguntó con dudas mientras miraba la plaquita informativa de bronce pegada contra la puerta a la altura de los pelos de su cabeza, al mismo tiempo que estudiaba mi facha playera.
-Sí, sí, por favor pase -se sentó-. Perdone que le reciba así pero es que con este calor...uf...¡es imposible! Ah, oiga, y si mientras hablamos se quiere poner fresco, por mí no se corte, puede usted quitarse la camisa y quedarse en calzoncillos si quiere, es toda la comodidad que le puedo ofrecer: mi liberalidad y falta de prejuicios....y un vasito de dulce anisete con hielo, claro...
-No, no gracias, estoy bien así.
El tipo era educado, de color cobrizo y el pelo negro corto ensortijado. Vestía camisa blanca y pantalón ancho gris de tela. Cuarenta y cinco años. Alto, delgado y un acento isleño que me hizo soñar con mujeres en biquini refrescándose en la orilla de cualquier playa de arenas blancas, altas palmeras y aguas turquesas.
-Bien, usted dirá.
-Pues verá, el tema que vengo a proponerle es un tema...delicado y no exento de riesgos, le aviso.
-No se preocupe por ello, ningún tema de los que me dedico está exento de riesgos.
-Sí, pero éste es especial.
-¿Qué tiene de especial su "tema"?
-Bueno mire, yo represento a un grupo de amigos originarios de Isla Esmeralda pero exiliados aquí, en este país, a causa del régimen tirano que los militarotes han impuesto, y.... ante las noticias confusas que llegan sobre la enfermedad del tirano..... ¿se habrá enterado, no?
-Algo he oído - dije con desconfianza ante el cariz político que adquiría el "tema".
-Bien, pues ante esas noticias, nosotros realmente no sabemos que está ocurriendo allá, llenándonos de incertidumbre y ansiadad...compréndalo, son muchos años esperando este momento, este, este...acontecimiento absolutamente histórico -decía con arrebato, acentuando con fuerza las llanas y las esdrújulas-, tan esperado por todos nosotros, ¿no? ¿Pero entonces que pasa? -se preguntó a sí mismo-, pues que el gobierno autoritario de Esmeralda calla -se contestó-. No sabemos, realmente no sabemos nada y necesitamos saber, y por ello he sido delegado para hablar con usted con el fin de contratarlo para recabar la informasión que tanto deseamos.
-¿Qué información?
-La de si el Tirano sigue vivo y en qué condiciones, o si por el contrario ya es pasto de los gusanos, y el régimen pretende ganar tiempo por ver como afrontar la situación y evitar el derrumbe total.
Suspiré fuerte. Bebí de mi refrescante anisete. Me acaricié los pelillos del pecho, frescos de sudor, en actitud pensativa.
-Vamos a ver, no sé quién le ha recomendado a usted venir a mí, pero el que sea debería saber, y haberle avisado, que nunca acepto casos que tengan que ver con la política ni aún de lejos. Además ¿quién me dice, que no trabaja usted para la CIA, eh?, pretendiendo hacer de mí un terminal más de la Agencia...
-No, yo le aseguro...
-Escuche, escuche....además ¿de qué manera pretenden ustedes que yo me entere de algo tan importante y crucial, cuando ni el lacayo más fiel del régimen lo debe saber siquiera? Me sobreestiman ustedes demasiado.
-Bueno, déjeme decirle primero que no trabajamos para la CIA ni nada parecido, se lo aseguro, somos un grupo de exiliados esmeraldinos que queremos saber lo que está ocurriendo en la isla, nada más. Con respecto a usted, bueno, nos habían asegurado que era un detective poco convencional, imaginativo y heterodoxo. Pensamos que quizá un tipo como usted sería el adecuado para este tipo de temas. Ni que decir tiene que será bien pagado. Ahora seis mil, con los que tendrá de sobra para sus gastos y algo más, y a la vuelta con otros seis mil, si tenemos información fidedigna, si no...pues se queda con los primeros miles nada más que por el riesgo de intentarlo, lo cual me lleva a la segunda razón de porqué lo hemos elegido a usted y no a otro: tiene fama de profesional honesto y de que cuando acepta un caso hace todo lo posible por resolverlo, por lo que nos infunde la suficiente confianza de que no se pasará una semana de vacaciones sin mover un dedo a costa de nuestro dinero.
-En eso no le han engañado. Así soy yo: un amante del trabajo y profesional intachable. Es agradable comprobar como la fama me precede....-suspiro-, pero, le diré que sigo sin ver claro el asunto. Necesito un día para decidirme. Le diré mis condiciones: de dinero no hay de qué hablar, acepto lo que me ofrecen, pero tendrá que dejarlo ahí, con su dirección y teléfono, y marcharse. Si acepto no recibirá noticias mías hasta mi vuelta a no ser que necesite alguna información adicional, en tal caso intentaré telefonearle desde la isla con la discreción necesaria y en clave, así que no se sorprenda si le hablo de mi tío Felipe; si no acepto, yo mismo mañana por la mañana le devuelvo el dinero en mano.
El esmeraldino se revuelve en la silla inquieto. Buena señal, si fuese un agente de la CIA habría sonreído ampliamente asegurando que el dinero no era ningún problema.
-Ehmm, perdone...pero eso tendría que consultarlo....compréndalo, no se trata de mi dinero sólo...
-Por favor, por favor, ni media explicación...no habría entendido otra reacción.
-Si me disculpa...
Se levantó y, saliendo a la escalera, llamó por el móvil. Empezó a hablar entre murmullos. Conforme la conversación avanzada se iba acalorando, como si a su interlocutor le pareciera intolerable dejar seis mil euros a un desconocido y largarse, y él le estuviera explicando que le parecía de confianza, y que valía la pena el riesgo....Toda aquella discusión con sordina me dio buena impresión: nada más natural que mostrarse receloso con el dinero de uno mismo. Esto ayudaba a despejar mis sospechas sobre si en realidad iba a ser manejado por alguna oscura organización.
Con el rostro aún alterado, entró de nuevo en el despacho:
-Está bien, aceptamos. Aquí tiene el dinero, mi dirección y teléfono.
-Y su nombre completo por favor.
-Y mi nombre completo -decía mientras lo escribía-, ¿algo más?
-Por mi parte nada más. Desearle un buen día. Recuerde: si a lo largo de la mañana no recibe noticias mías entonces es que estoy volando rumbo a Esmeralda, ¿De acuerdo?
-Bien, si decide aceptar tenga cuidado con quién habla y de qué...toda la isla está llena de oídos del Tirano.
-No se preocupe, sabré cuidarme.
Cuando el esmeraldino salió, telefoneé inmediatamente a mi amigo Paquito, policía que trabajaba en información, para que metiera el nombre del tipo en el ordenador a ver que salía. No salió nada: inmigrante legal, próspero, con un restaurante en la parte vieja de la ciudad y originario de Isla Esmeralda. Nada extraño.
Después llamé al aeropuerto y reservé vuelo para las seis de la madrugada.
El "tema" tenía un cariz innegablemente político, pero era incapaz de dejar a los isleños en la miserable condición de la ignorancia y el desconocimiento. Mi obligación como detective panóptico me decía que debía aceptar...(todo esto sin despreciar los buenos miles que ya de por sí constituían una razón independiente de cualquier otra consideración).

2.

En el aeropuerto de la capital de la isla fui sometido a un interrogatorio protocolario: "¿motivo del viaje?: turismo; ¿nombre de la agencia de viaje?: ninguna, vengo por libre (mirada de desconfianza); ¿tiempo?: nueve días como máximo; ¿algo que declarar?: nada; bienvenido a Esmeralda y que lo pase bien: gracias".

Sin embargo, nada más salir del aeropuerto, ya tenía a alguien asignado para ser mi sombra.

Lo primero de todo fue buscar un taxi y mandarle que me llevara al punto más alto de la ciudad.
-¿Al punto más alto? ¿Quiere que lo lleve al campanario de la Catedral, señor? -preguntó con sorna el isleño.
-¿Al campanario? No, no....yo pensaba en una colina próxima, o un monte, la cuestión es tener una visión amplia de la ciudad, ¿me comprende?
-Perfectamente. Creo que conozco un sitio.
En efecto lo conocía. Una colina en la cual le pedí que parara en una curva que ofrecía a la vista la perspectiva que estaba buscando. Me bajé del coche (una pieza de museo de los años cincuenta), y contemplé la ciudad bajo el sol ardiente, de alturas desiguales, estilos mezclados, el colonial con el frío funcional, y lamida por las aguas del Golfo a todo lo largo de su contorno.
-¿Toda aquella larga línea es el malecón?
-Ese es.
-Debe tener por lo menos cinco kilómetros de largo.
-Ocho, para ser exactos.
-¡Ocho! Pues vamos allá, ¿quiere?
-Pues como no.
Comenzamos a descender.
-¿Es usted español?
- Sí.
-¿Es la primera vez que viene a Esmeralda?
-Sí, la primera.
-Le gustará, ya lo creo...buenas playas, buen ron y buenas hembras...¡más de una se le echará encima y querrá meterse en su maleta! Ya lo verá.
Ya en el malecón, y una vez saldada la cuenta con el taxista, me meto en la primera cantina que encuentro. Se nota que está preparada para recibir turistas: es limpia, y profusamente decorada con elementos marinos. En mitad de ella, sobre la tarima donde descansan las botellas de alcohol y contra la pared al otro lado de la barra, hay un gran espejo con un tiburón pintado sobre él recibiendo al parroquiano nada más entrar. En una esquina un destartalado televisor transmite la reemisión de uno de los discursos más célebres (y largos) del Dictador, "porque la RRRe-vo-lu-Si-ÓN", iba diciendo lenta y enfáticamente el Tirano.
El camarero que se plantó ante mí con una sonrisa amable era más negro que blanco.
-Hola, un anisete con hielo, por favor.
-¿Qué?
-Ah, coño, me olvidaba, ¿qué beben por aquí?
-De todo, pero sobre todo el mejor ron del mundo.
-¿Sí? Pues venga un ron....que sea añejo.
-Un añejo.
Duró poco el dorado líquido en el vaso.
-Amigo, llene aquí, por favor.
.......
-¡Primo! Sírveme otro ¿quieres?....
.......
-¡Hermano! Vente por aquí con la botella, anda...¿cómo te llamas?
-Vladimir.
-¡Ostia! ¡Es la primera vez que veo un ruso negro...!
-No soy ruso, señor, soy esmeraldino...
- Lo que me quedaba por ver...¡brindo por ti, Vladimir, y por la sagrada Revolución!
.......
-¡¡Compañero!! ¡¡Camarada!!, porme, digo... ponme otro roncito de esos tan ricos, anda... ¡Viva la Revolución y larga vida a nuestro amado Líder!
"¡Viva!" Gritaron los nativos, unos con más entusiasmo que otros...Los turistas sin embargo, permanecían callados y serios. Quizá temían verse envueltos en temas de política, ellos, que venían a disfrutar del sol y de lo que surgiera.
Mi sombra observaba con atención la escena. Los isleños lo miraban con desconfianza: sabían que era un lacayo del Tirano. Yo seguía con mi comedia y con el plan que me había trazado en el avión, que consistía simplemente en sacar tajada de la principal debilidad de cualquier régimen totalitario en peligro de descomposición: la propaganda y la necesidad que de ella tenían.
A un chico que andaba por ahí recogiendo las mesas, le dije:
-¡Niño! Sube el volumen de la televisión, que está hablando el Líder mundial de los desheredados de la Tierra, el único que ha sido capaz de enfrentarse a los malditos yanquis y darles bien fuerte en los morros...jajaja...shhh, ¡silencio, silencio....!
Entonces me sumergí en las profundidades del discurso. Me concentré y me dejé llevar por la corriente del populismo salvador. Aquella voz pausada, segura, que remarcaba con astucia los conceptos claves del mensaje, "so-li-da-ri-DAD", "los pueblos sometidos al rrrégimen ca-pi-ta-lis-ta explotador..." Aquella voz que sabía hacer largas pausas dramáticas mientras mantenía el dedo índice tieso, admonitorio, como si fuese un juez o un padre reprendiendo por sus malos actos a los chicuelos, o para avisar de grandes catástrofes si no seguían sus indicaciones, para después apoyarlo en la sién, el dedo, y mirar fijamente a los concurrentes: aplastándolos con la mirada, con su dedo, con su barba de profeta bíblico, en suma: hipnotizándolos. Como a mí, que sentía crecer en mi interior esa llamada de la justicia universal y del bien común, que sentía el odio hacia los miserables imperialistas yanquis, hacia los perros esmeraldinos que traicionan a su patria por pura concupiscencia.....Sí, me estaba poniendo en la onda, en sintonía con el régimen y su mensaje moralista y redentor, jesuítico, para poder cumplir mejor mi misión. Sin embargo, seguía sujeto a mi anclaje interior, a mi punto panóptico...¡no crean que mi alma es tan fácil de vender! Para mi todo formaba parte de un juego, y era menester jugar bien para ganar.
El tiempo transcurrió con rapidez, y se hizo de noche, pero en la pantalla, el Profeta, incansable, seguía perorando.
Yo bebía roncitos mientras permitía a mi mente fascinarse con el Tirano.
Entonces vino a sentarse a mi mesa una mujer: joven, morena, con anillos plateados colgándole de las orejas.
-Hola, ¿cómo es que estás tan solo, chico? ¿No sabes que en este país es delito estar solo a estas horas de la noche?
-¿Qué? - me costó volver a la realidad de la cantina.
-¡Pero oye!, ¿estás un poco borracho tú, no?
-¿Yo? No, que va, es sólo que he visto la luz, sí...acércate, vamos acércate, ¿conoces a ese tío? El de la tele, sí, el barbas...
-Pero oye, ¿tú estás majara? ¡Pues como no lo voy a conocer, corazón!
-Pues puedo asegurar que "ese hombre ha abierto mi mente" -dije citando al ruso del Corazón de las Tinieblas, de Conrad, en referencia al agente Kurtz, o, si se prefiere, a Dennis Hopper en Apocalipsys Now hablando del coronel del mismo nombre. Me salió así. Soy un tanto mitómano. - Sí, la ha abierto como si fuese un jodido abrelatas...¡qué tío, qué labia tiene!
-Pero oye ¿tú de donde eres, corazón?
-¿Yo? ¡Qué importa! Yo era español, pero ahora soy revolucionario, el ciudadano revolucionario, ese soy yo..jajaja..Don Revolucionario García...jajaja...-entonces me levanto con brusquedad- ¡mira lo que hago!, ¡mirad todos! ¡Miradme todos, camaradas! - Todas las cabezas se volvieron. La sombra esbirra no perdía detalle, al fin y al cabo a él iba dirigida toda mi actuación. Entonces me saqué del bolsillo superior de la camisa hawaiana el pasaporte inválido (el válido lo tenía a buen recaudo en lugar secreto de la pequeña maleta) que había dado por perdido cuando solicité otro nuevo, y le prendí fuego delante de todos- ¡A la mierda! Ya no soy español. Yo quiero ser esmeraldino, vivir aquí, en la tierra de la revolución, la tierra de la justicia, trabajar por ella, entregar mi vida por su noble causa...!
Entonces entró una pareja de agentes de la ley y empezaron a aporrearme en la cabeza, "¿a qué vienes provocador? ¿Quieres armar jaleo?". Vestían pantalones cortos y gorras de jugadores de béisbol, y golpeaban con dureza. El lacayo se levantó de su asiento y les mandó que pararan al tiempo que les mostraba su carné de esbirro del régimen. "Llevadlo al cuartel".
Fueron muy amables. Me dieron de comer y buenos cafetitos calientes. Después me invitaron a que les siguiera ante la presencia del esbirro.
-Siéntese. Bueno amigo, vaya show ha armado en la cantina, ¿eh?
-Le pido disculpas...quizás haya sido demasiado efusivo en la demostración de mis sentimientos...
-Nada, nada, no se disculpe. Pero, ¿qué? Ya se le ha pasado ¿eh? ¿A que sí?
- Bueno, si se refiere a si ya no me siento como si estuviera en el Titanic, pues sí, así es, pero si lo que insinúa es que he cambiado de parecer en lo fundamental, entonces le tengo que decir que no. Quiero quedarme en este país, pedir asilo político como refugiado del capitalismo criminal y morir por la noble causa que representa Esmeralda en todo el mundo.
-¡Pero es usted español! ¿Ya no quiere seguir siendo español?
-No quiero, además he destruido mi pasaporte. Ya no puedo marcharme de aquí.
-¡Pero eso no es problema, mi amigo! En su embajada sabrán como ayudarlo.
-No quiero que me ayuden. Quiero renunciar a mi nacionalidad española y pedir la esmeraldina.
El esbirro no lograba salir de su pasmo. ¿Dónde estaba el truco?, parecía inquirir su mente. Estaba hasta los cojones de ver como sus compatriotas soñaban con huir de la patria como ratas... y ahora viene este..imbécil..., del mundo orgullosamente burgués y opulento de Europa, diciendo que quiere renunciar a su nacionalidad para hacerse esmeraldino...¡inaudito!, ¡completamente inaudito! En todos sus años de servicio no había visto nada igual. Sin saber muy bien por qué sintió ira.
-Pero, ¿¡está usted en sus cabales!?
-¿Cómo? ¡Usted!, precisamente usted, un servidor del socialismo ¿me pregunta eso?, ¿cómo se llama?
-¿Yo? -de repente sintió miedo- Lázaro.
-¿Cómo es posible, camarada Lázaro, que me acuse de no estar en mis cabales, a mí, un trabajador, un esclavo del capitalismo que ha estado enajenado toda su vida amando sus cadenas hasta el día de hoy en que ese Gran Hombre, esa Mente Preclara, me ha hecho ver la verdad? ¿Cómo es posible, camarada Lázaro, que le sorprenda tanto?
-Bueno, ya está bien, ¡cállese!
El camarada Lázaro salió ofuscado del despacho, "¡Pendejo!", oí que exclamaba con rabia en el pasillo.
Pasó mucho rato antes de que volviera el esbirro acompañado de un militar de alta graduación.
Se sentó enfrente de mí, el militar de alrededor de cincuenta años y un lunar en la mejilla derecha, y me estudió con detenimiento antes de arrancarse:
-Me ha contado el compañero su caso particular. Su renuncia a su nacionalidad española y su deseo de ser esmeraldino, y todo eso....¿lo corrobora?
-Completamente. Pero miren estoy cansado y quiero dormir...pero ni siquiera tengo habitación en ningún hotel.
-No se preocupe por eso, enseguida le llevarán a un hotel de la ciudad donde podrá descansar, pero antes dígame, ¿estaría dispuesto a contar su caso en la televisión y en la radio del Pueblo, como ejemplo edificante en estos tiempos tan difíciles y cruciales que vive la patria?
-¡Desde luego, y ahora mismo si quiere! Estoy a su entera disposición.
-¡Estupendo! Le puedo asegurar que no habrá ningún problema ni impedimento con su nacionalización si colabora y demuestra la sinceridad de sus convicciones.
-Quisiera demostrárselo ahora mismo.
-No se impaciente. Tendrá su oportunidad. Ahora le llevarán a un hotel, y mañana por la mañana le irán a recoger, ¿de acuerdo?
-Totalmente, camarada. Y reitero: estoy a su entera disposición.

Al llegar a la habitación 240 de la segunda planta de un hotel como otro cualquiera, me percaté enseguida de que mi pequeña maleta había sido registrada. Sin embargo el pasaporte seguía allí, en su escondite secreto, así como la cámara de fotos digital del tamaño de un paquete de cigarrillos.


3.

A la mañana siguiente me despertó el golpeteo decidido en la puerta.
Eran los esbirros, dos mulatos altos, que venían a buscarme.
Me duché y me vestí.
-¿No tiene usted algo más sobrio? -dijo un esbirro señalando mi camisa.
-¿Qué le pasa? -era una de las cuatro camisas hawaianas que había echado en la maleta.
-Es demasiado llamativa. Parece usted un maldito yanqui de vacaciones en las Bahamas.
-Pues es todo lo que tengo.
-¿Y de pantalones?
-Todas bermudas floreadas.
Dirigiéndose al otro:
-Alfonsito, baja y encárgate de traer algo decente para el españolito compañero, -Alfonsito salió.- Tiene usted mucho que aprender, mi amigo.
-Todo, camarada, tengo que aprender todo.
Me miraba con ojos brillantes, con un punto de fascinación en sus ojos untuosos:
-¿Y como se vive allá?
-¿En España? ¡Puaj! Aquello es un infierno camarada, un engaño vil, un señuelo para la clase trabajadora que se deja pescar por el relumbre de sus ciudades, sus coches y sus urbanizaciones, ¿pero quién disfruta de ello?, ¿eh?, ¿quién? Los de siempre, los capitalistas; los demás trabajamos para que ellos se den la gran vida. Pero eso aquí en Esmeralda no pasa. ¡Esta es la tierra del socialismo, la igualdad, la justicia!
-Claro, claro...-decía el esbirro mirando la moqueta del suelo.
El otro no tardó en llegar con una camisa blanca resplandeciente y un pantalón caqui.
Me vestí y salimos camino de los estudios de televisión en donde debía aparecer en el informativo estrella del mediodía.
Al llegar alli, vi al lacayo Lázaro:
-¡Camarada Lázaro! ¿Ha venido usted a asesorame?
-Justamente, me han asignado para ayudarlo en todo lo que sea necesario.
-Bien, bien, ya verá como nos divertimos.
Me lanzó una mirada oblicua. No acababa de tragarse el cuento de mi conversión.
La entrevista transcurrió estupendamente: repetí ante las cámaras de la televisión del Pueblo ,con convicción fanática, mi deseo de declarame "Refugiado Político del Capitalismo Criminal", que solicita humildemente ser aceptado en la Isla del Socialismo, renunciando voluntariamente a la nacionalidad española, explotadora de pueblos durante siglos, además de agradecerle a Nuestro Amado Líder el que bajo su atenta y bondadosa guía, esta Isla, que puede pasar por insignificante, sea considerada en todo el mundo como el ejemplo de lucha a seguir por lo pueblos sometidos, y muy especialmente los sometidos por el repugnante y nefando imperialismo yanqui: el paraíso de los capitalistas y el infierno de la clase trabajadora.
Todas estas cosas dije y muchas más, por lo que, imaginarán, mi intervención fue un éxito clamoroso. Los esbirros del partido se frotaban las manos por la repercusión mundial que provocaría mi perorata, que ellos distribuirían por todas las televisiones del planeta...¡por fin uno procedente del opulento capitalismo se atrevía a dar el paso!: entre el goteo constante, que no sabían como tapar, de los balseros y su lamentable imagen huyendo del paraíso socialista, el que alguien se declare refugiado político del capitalismo era más de lo que podían soñar.
El militarote de la víspera sonreía exultante:
-¡Mi hermano, ha estado usted fantástico, maravilloso!...me ha recordado esa frase célebre...que tuvo que haber sido dicha por un comunista ejemplar, sí...aquella de: "Las revoluciones profundas, de largo curso y huella duradera, no la hacen los escritores sino los oradores"...sí señor, ha sido un discurso electrizante, conmovedor...¿y sabe que es lo mejor de todo? Pues que ha llamado personalmente Nuesto Amado Líder para decirme que desea conocerlo a usted inmediatamente, ¿qué le parece?
-Pero, ¿sigue vivo?
-¡Pues claro!, qué pensaba...además le diré en confidencia que tenemos esbozado un plan para hacer de Nuestro Amado Líder un ser inmortal.
-¿Inmortal? Pero eso sería maravilloso.
-¿Verdad que sí? Pero vamos, no lo hagamos esperar. Puede llegar a ser muy colérico. Ya sabe: ¡el genio de los hombres singulares! -dijo apretando los puños y los brazos como signo de fuerza y vigor.
-Desde luego.
El esbirro Lázaro permanecía en silencio, observándome.

4.

El coche que tomamos era un lujoso Mercedes negro que marchó con rapidez siguiendo la línea de los rompientes del malecón, con las espaldas de muchos ciudadanos sentados frente al mar pasando ante nuestra vista. Nos paramos ante una verja custodiada por hombres armados. Como esa vendrían más. Pero todo se abría ante nuestro paso con suavidad y sencillez.
Llegamos a un edificio cuadrado rodeado de bellos jardines y césped, de poca altura y sin pretensiones, aunque pulcro y moderno.
Cruzamos pasillos plagados de guardias que se cuadraban nada más vernos, hasta que el militarote se paró delante de una puerta. Agarró el pomo, suspiró y la abrió.
Allí estaba. El Tirano. El Dictador de Esmeralda. Adelantándome a las presentaciones me lancé a la figura fláccida y borrosa sentada en una mecedora, cogiendo sus manos:
-Mi querido dictador, ¿cómo se encuentra usted? Es un honor conocerle, pero...¡joder! ¿Y su pelo?, ¡dios mio! ¿y su barba mesíanica? Si parece usted un bebesín, ¿sabe usted a quién me recuerda? Pues al Tito Paco español. Él también la diñó consumido y calvo enteramente. Lo que son las cosas.
El Tirano a duras penas puede hablar.
-¿Quién es es-te imbé-Sil?
El militarote se acercó encorvado sobre sus riñones:
-Señor, es el refugiado político español.
-¿Este?
-El mismo, querido abuelito -dije yo con ínfulas-...pero si fuera tan amable...¡oh, sería tan importante para mí!...una fotito tan sólo para el recuerdo..¡Camarada Lázaro!, por favor, tome -me saqué la cámara del bolsillo y se la puse en la mano al esbirro- ya sabe ¿no?, sólo tiene que pulsar aquí y ¡plash! listo, así de sencillo...¿podrá hacerlo camarada Lázaro? Seguro que sí... Querido abuelito, repita conmigo por favor: pá-tá-tá. -le eché el brazo por los hombros.
-Bá-tá-tá -repetía como un idiota el Tirano. ¡Plash!, el esbirro Lázaro pulsó el botón. Fui hacia él y le arrebaté la cámara. Aquella foto valía seis de los grandes, como decían en las películas.
-Abuelito dictador, permítame que le manifieste mi absoluta admiración por su personalidad: le puedo asegurar que rendiré un sincero culto a ella, que seré fiel hasta la muerte, ¡hasta la muerte siempre! Eso es.
-Bien, bien -murmuraba el viejo calvo con voz débil- así me gusta, ahora déjenme descansar.
-Pero abuelito, ¿permitirá usted que pueda ser ciudadano esmeraldino?
-Sí, sí, déjenme ahora...necesito descansar...-y empezó a roncar con la baba colgándole de la boca y la cabeza torcida.
Nos marchamos.

5.

El secuaz Lázaro me buscaba para matarme.
Escudriñaba los soportales en la oscuridad de las noches de Luna sobre el mar rugiente, entró a saco en todas las habitaciones de todos los hoteles de la ciudad, pateó las desvencijadas puertas de las casas de los opositores conocidos, puso a todo un ejército de espias lacayos trabajando a destajo, oyendo, sonsacando... Estaba rabioso y soñaba con torturarme hasta la muerte.

Después de conseguida la prueba acerca del estado de salud del Tirano, que mostraría a mis clientes exiliados y que daba término a mis actividades profesionales en la Isla, quise volar enseguida de vuelta a la querida familiaridad de mi despacho céntrico y a los churros anisados del egregio Juanito. Pero me fue imposible. Las autoridades esmeraldinas no me lo permitieron por más que yo esgrimiera excusas familiares, particulares y de toda índole, además de jurar y perjurar por todos los dioses de la Revolución de que volvería lo antes posible. Nada, ni caso. Tras la repercusión mundial de mi conversión a las filas de Nuestro Amado Líder, no querían arriesgarse a hacer el ridículo por haber confiado tan ciegamente en un loco que a saber lo que diría a la prensa nada más pisar suelo español. No, no podían arriesgrase y por ello mi vida, cada día que pasaba, valía menos. ¿Mi embajada?, ni pensar en intentar llegar a ella. Un cordón de seguridad invisible debía blindarla para mí. Por otro lado, mi país ya no mostraba el menor interés por el ciudadano panóptico: ya me creían un feliz esmeraldino viviendo bajo las bendiciones del cielo socialista.
Tuve que huir.
Me eché al monte que allí se llamaba Sierra Maruchi, y me uní a un grupo de guerrilleros por la libertad, todos desarrapados barbudos (excepto las mujeres, a dios gracias) y fumadores de puros impenitentes. El jefe era un personaje carismático con gafas de culo de vaso que se jactaba de haber leído todos los libros del mundo. Me pareció un tipo panóptico a su manera. Afirmaba de sí mismo haber visto la luz de la verdad el día en que sorprendió al Tirano levantándose los pantalones después de soltar los zorullos más apestosos y repugnantes que había visto de toda su vida. A partir de aquel día, cada vez que asistía a uno de los interminables discursos del Amado Líder, no lo veía a él tras su larga barba ocultando la boca orante, sino a los enormes zorullos como salchichas alemanas escupiendo estupideces sin fin, y se preguntaba: "¿pero cómo he llegado a ser un esclavo de esta mierda de tío?".
Cada cual tenía su historia alli. Como Flora, que se unió al hombre más miope y leído del mundo después de que a su marido lo colgaran por los huevos hasta la muerte los esbirros del Amado Líder.
Flora decía que en breve saldría en balsa para Yanquilandia, donde tenía un hijo viviendo con unos familiares que lo sacaron de la Isla mientras ella purgaba sus faltas en las cárceles del régimen.
La chispa surgió... ¿cómo decirlo?... de manera salvaje, como la válvula de escape de una olla a presión demasiado tiempo cerrada herméticamente. Para ella yo era un extranjero, una persona que no tenía nada que ver ni con sus penas ni con sus luchas, una persona neutra con la que le resultaba sencillo hablar, reir y follar todas las noches sin excepción.

El día que partimos en balsa, el hombre más miope y leído del mundo, nos abrazó fraternalmente y auspició que nos volveríamos a ver en una Esmeralda libre y próspera. Brindamos por ello con ron y nos echamos a la mar.
Pero la mar nos fue hostil: grandes olas azotaban la débil embarcación. El fuerte viento hacía volar el pelo negro y rizado de Flora. Eso es lo último que recuerdo: su pelo levitante recortado contra la cresta de la ola que se nos venía encima. Después la oscuridad.

En el hospital de Miami donde me recuperaba solo pudieron decirme que estaba viva, pero nada más.
Vino a visitarme el Embajador que quiso conocer todas mi peripecias: yo le conté sólo lo que me dio la gana, la mayoría cuentos chinos con que entretenerlo.
En cuanto me recuperé cogí mis escasas pertenencias: la pequeña cámara de fotos y el montón de billetes, que había llevado fajados alrededor de la cintura en material impermeable, e inquirí entre los del exilio el paradero de Flora. La mayoría de ellos desconfiaban de mí. No podían borrar de sus retinas mi intervención en la televisión del Tirano declarándome pomposamente como Refugiado Político del Capitalismo Criminal. Para compensar, les mostré la foto del Dictador babeante, calvo e imberbe, que les produjo una risa furiosa y vengativa. Al final, logré que me dieran la dirección de su hijo en Los Ángeles, a donde ella había ido.

Al principio no le di importancia, pero luego me picó la curiosidad y permanecí sobre la acera con la cabeza levantada mirando hacia el tejado del edificio al otro lado de la calle, como todo el mundo. Había policías que iban y venían, hablando con las caras vueltas hacia los audífonos de los walkies, prendidos de las solapas de las camisas azules. Había sirenas y cadenas de televisión. Bien, era evidente que estaba en yanquilandia en donde todo se convertía en espectáculo.
Ya me iba, reanudando la búsqueda de la dirección que me habían dado en Miami, cuando la música empezó a sonar..¡joder, pero si eran los malditos chicos de U2! ¿Qué coño estaban haciendo allí arriba? ¡qué cabrones!, estaban tocando en mitad de la calle, encima de lo que parecía un almacén andrajoso, para todos los ciudadanos que tenían la fortuna de pasar por allí en ese momento, como yo....y como ella. Sí, allí estaba. Reconocí su espalda al instante, su pelo largo ondulado, ese que se había quedado grabado en mi mente como lo que creí iba a ser la última imagen que me llevaría al otro mundo. Pero allí estaba, bailando, moviendo las caderas y el trasero como ningún gringo podría hacerlo jamás, feliz, exultante y sonriendo a un niño pequeño en sus brazos....

U2 - Where The Streets Have No Name

jueves, 3 de agosto de 2006

Leyenda china: el cielo y el infierno.

Chuon Lee amaba a Lia Pong, pero ésta no amaba a Chuon Lee sino a Liu Chen, por lo que el primero creía vivir en el infierno y el segundo en el cielo, considerando uno y otro a Lia Pong como la encarnación del mismo. Pero al ser la carne de Lia Pong finita, en contraste con el éter infinito, sólo uno de ellos podría estar en los brazos del cielo, siendo el otro necesariamente arrojado a las soledades del infierno.
Al sentirse expulsado, Chuon Lee se marchó a las montañas, a las cumbres boscosas donde nacían las fuentes de los ríos que irrigaban aquella región, llevándose el infierno consigo. Y se puso a meditar, buscando en su corazón alguna salida a la encrucijada que lo acuciaba. Pero de tanto pensar en el cielo de Lia Pong, se empachó de él, comenzando a despreciarlo, al cielo, sin que él violentara en nada sus sentimientos para ello. Entonces sus oídos se abrieron al canto de los pájaros en los amaneceres rojos de las cumbres, al rumor del viento susurrando a través de las lenguas de las hojas en los días del otoño, al frío intenso del invierno que le obligaba a descender al valle para pasarlo junto al río, pescando en sus aguas la trucha que lo alimentaba. Y empezó a sentirse muy a gusto en el infierno de su soledad, tanto que empezó a amarlo, al infierno, creyéndose demonio.

Un invierno en que Chuon Lee pescaba en el río del valle se encontró con Liu Chen que a pesar de vivir en el cielo de Lia Pong se sentía triste y desdichado.
-¿Pero cómo es que estando tú en el cielo estás triste, y yo que habito en el infierno soy feliz?- le preguntó Chuon Lee atónito.
-No lo sé. Puede que Lia Pong ya no me quiera, o que yo no la ame a ella. No lo sé.
Aquel invierno fue caviloso para él.
Con la primavera subió a las montañas y continuó cavilando. Y comenzó a sentirse desgraciado de nuevo a causa de Lia Pong. Al ahondar en ese sentimiento supo que su tristeza renacía a la par que sus esperanzas de estar con ella. Por lo tanto era el deseo lo que lo sumía en un estado de agitación angustioso que no le permitía disfrutar de la explosión de la naturaleza en las cumbres. Si el deseo era el culpable, entonces debía matar al deseo. Pero, ¿cómo? La primera respuesta obvia consistía en matar a Lia Pong, la fuente del deseo: "si la solución es matar el deseo y el deseo es Lia Pong, entonces tendré que matar a Lia Pong", concluyó. Desgraciadamente, esta manera tan expeditiva de actuar podría traerle consecuencias desagradables.... por ejemplo que Liu Chen quisiera vengarse y lo buscara por las cumbres alterando así su felicidad en su infierno de soledad; o que las autoridades de la aldea montara alguna partida de búsqueda provocando asímismo la indeseada agitación en el estado de cosas que él quería mantener intacto a toda costa. No encontraba solución al problema por lo que su desazón e infelicidad se acrecentaban día a día. Lo peor era cuando, cediendo a un momento de debilidad, abrazaba la idea de intentarlo con Lia Pong, ahora que con Liu Chen la cosa flojeaba, pero, ¿y si después de nuevos sufrimientos y angustias Lia Pong seguía sin hacerle caso? O, ¿y si lo de Lia Pong y Liu Cheng fuera una crisis pasajera? ¿Volvería a recuperarse él de esa nueva decepción o sería definitiva, dejándolo abatido para siempre?
Pasó la primavera y vino el verano. Entonces, paseando por la cara oeste de la que sentía era su montaña, se encontró con otro ermitaño de más edad al que nunca había visto antes, y que meditaba, en la posición del diamante, con la espalda apoyada en un árbol. Respetuoso como era con la soledad de los demás, quiso marcharse sin molestar pero, desgraciadamente, pisó una rama que crujió, lo cual hizo que el párpado cerrado derecho del ermitaño se moviera apenas perceptiblemente. Entonces, preguntó:
-¿Quién eres?
-Un ser desgraciado.- respondió.
El ermitaño abrió los ojos, cálidos del color de la corteza de los árboles.
- Sí, eso parece. Y sin embargo, en la estación pasada y en la anterior, te vi sosegado y con paz de espíritu, allá en la cara Este...., tú no me conoces, pero yo te llevo observando desde que llegaste a estas cumbres, agitado y triste, como estás ahora.
- Antes vivía feliz en el infierno de mi soledad, lejos del cielo de Lia Pong, sin embargo ahora ya no sé que es el infierno y qué el cielo. ¿Lo sabes tú, Maestro? Pareces sabio. ¿Sabes qué es el cielo y qué el infierno?
-Sí- replicó simple el Maestro.
-¿Qué es? Te lo suplico, dímelo.
El Maestro lo miró con benevolencia y bondad, sonriendo con su mirada color miel. Entonces se levantó.
-Sígueme.

Y Chuon Lee lo siguió. Lo siguió cuando descendieron la ladera de la montaña, lo siguió cuando vagaron por los prados frondosos donde pastaban los caballos salvajes, lo siguió cuando cruzó ríos caudalosos y subió riscos escarpados hasta llegar, incontables días más tarde en los cuales apenas se habían dirigido la palabra (eran dos seres que amaban la soledad y el silencio), hasta una aldea extraña en la cual, de cada hogar, salía muchos gritos y quejas inconsolables. El Maestro, siempre sonriente, invitó a Chuon Lee a que mirara por la ventana de una de aquellas chozas. Lo hizo con las ansias del buscador de tesoros, viendo como un grupo de personas lloraban y se mesaban los cabellos alrededor de un gran caldero rebosante de comida, del cual, sin embargo, no podían comer a causa de la extrema largueza de los mangos de las cucharas que hacía inalcanzable a sus bocas el extremo ahuecado de caldo caliente. Todo era desesperación allí. Gritos desoladores y quejas a los dioses.
-Esto es el infierno.- Dijo el Maestro. -Sigamos.
Y siguieron hasta la aldea vecina, no muy lejos de allí. Aquí la situación era muy diferente: si bien en mitad de las chozas se encontraba el mismo caldero, y los hombres y mujeres portaban las mismas cucharas largas, que tanto desesperaban a los otros, sin embargo ellos habían aprendido algo que sus vecinos no habían logrado aprender: alimentarse los unos a los otros. En efecto, ante la imposibilidad de alimentarse por ellos mismos, miraron a sus compañeros no como competidores sino como colaboradores. La alegría, las risas y los gestos relajados inundaban las chozas de aquella aldea.
-Esto es el cielo.- Dijo sonriente el Maestro. -Yo te he mostrado el cielo y el infierno, ahora tú tendrás que decidir si te sirve de algo o no.- Y dicho esto se volvió y siguió hacia el este.
- ¿Pero, no vuelves conmigo, Maestro?
-Yo soy como las aves. Nos veremos la próxima primavera....quizá.- Añadió sonriendo enigmáticamente.

Chuon Lee, en el camino de vuelta, se paró de nuevo en la aldea del infierno: allí seguían en sus sufrimientos aquellos seres, aferrándose a sus cucharas por miedo a que les quitaran lo que ellos no podían disfrutar; derramando constantemente el alimento cada vez que la hundían en el caldero, en una operación infinita y desesperante.
Durante todo el viaje de retorno, no paró de reflexionar acerca de esta nueva perspectiva de lo que era el cielo y el infierno, y se afanó por aplicar las enseñanzas que el Maestro le había mostrado a su caso particular: ¿cuál es la clave - se preguntaba- de todo el asunto? ¿Por qué los habitantes de una aldea vivían en el infierno y los otros en el cielo? La colaboración, se contestó de manera suave. La ayuda que se prestan entre sí, supliendo de esta manera, en el esfuerzo del grupo, sus limitaciones. Entonces, ¿cómo recuperar la tranquilidad de mi alma, el sosiego de mi espíritu que el pensamiento de Lia Pong me ha vuelto a robar? Veamos -pensaba Chuon Lee sesudamente mientras cruzaba ríos y valles-, cuando yo era feliz solo en la montaña lo era porque no tenía esperanza de estar con Lia Pong, pero entonces me encontré con Liu Cheng y su desgracia hizo reavivar la esperanza, y con ella el deseo que desemboca en la desesperación de la insatisfacción, como en la aldea del infierno, pero si la clave de la felicidad de la aldea del cielo es la colaboración, entonces, ¿por qué no colaborar con Liu Cheng y Lia Pong para arreglar sus problemas? De esta forma, ayudándolos a ellos a ser felices, perdería de nuevo toda esperanza de estar con Lia Pong, procurándome así mi propia felicidad en el cielo (que no el infierno) de mi soledad, ya de nuevo imperturbable.....
Y de esta manera, el joven filósofo, avivó el paso contento, creyendo haber encontrado la solución a todos sus problemas, aunque, como le diría el ermitaño a la primavera siguiente en que se reencontraron en la montaña, las cosas nunca son tan fáciles de resolver como uno las imagina, y es que Lia Pong, fascinada por la sabiduría y bondad que había adquirido Chuon Lee en la soledad de las montañas se enamoró de él perdidamente, complicándose todo de nuevo de una manera totalmente insospechada.

(la leyenda: http://www.redmarcial.com.ar/fabulas/leyendachina.htm).