domingo, 12 de mayo de 2013

Canciones

1- Cuando la fiesta termina.

Cuando la fiesta termina
los deseos en las copas vacías
el carmín
como restos de pasiones extinguidas.
Cuando la fiesta termina
voy por entre los pecios de la alegría
a la deriva
en el océano de luz de un nuevo día,
entre el polvo de suspiros en suspensión
danzando en un haz de sol
las cenizas de tu risa
las cenizas de tu risa.

Cuando la fiesta termina
me quedo solo mirando los tejados en flor
de la ciudad
preguntándome
si más allá del azul habrá amor,
más allá...
Cuando la fiesta termina...
Me siento solo mirando al mar
Balanceando los barcos al compás
del olear de mi tristeza, de mi tristeza

Entre el polvo de suspiros en suspnsión
danzando en un haz de sol
las cenizas de tu risa, las cenizas de tu risa
reverberando en las paredes
de la casa sorda de rumores
la luz
te destruyó cuán vampiresa
y te fuiste cuando la fiesta terminó....
Me siento solo mirando el mar
balanceando los barcos al compás
del olear de mi tristeza, de mi tristeza...

 http://youtu.be/AW3ixnVRrDs


2- Ventana a la Alhambra

Noche mora
sueño de los palacios
es la hora
de los amantes solitarios

Caen cascadas de plata
se animan las sombras
las fuentes rebrotan
el viejo vino mana

Los reyes se desnudan
el sol trivial quedó atrás
ella le cura las heridas
él la ama una noche más

Como tú y yo
cada noche
amantes solitarios
Como ellos tú y yo 
cada noche 
en nuestro palacio

Noche de silencio
la ciudad duerme oscura
la luz del misterio
arde en la boca tuya

A la luz de la vela
bebamos el té de los desiertos
mientras las música de las arenas
las mil y una noche nos cuentan

Como barco que navega
como espejismo en la niebla
bajo la Luna, goce eterno
por las olas del tiempo

Así tú y yo
amantes solitarios
como ellos tú y yo
eternos ya
en nuestro palacio

http://youtu.be/2VcpCGS9aAQ





lunes, 24 de octubre de 2011

La Cuba

Al principio fue una gorra gris con franjas de tres colores (amarillo, rojo, azul) a los lados que emergió, y bajo ella un rostro indefinible sobre clavículas voladizas, por un hueco de entre las ramitas entretejidas del muro verde cortado como si fuera un tetraedro rectangular. Dicha obra de jardinería levantada sobre una especie de arriate de hormigón corría a lo largo del lado izquierdo del parking del supermercado adonde me habían destinado a prestar servicio y que servía de separación entre aquel y un restaurante de comida rápida. El cuerpo que siguió y se expuso a la claridad blanca del día era muy delgado, esquelético, recubierto de una pálida piel que solo más tarde pude comprobar estaba moteada de pecas rosadas. El esqueleto (completo aparentemente) parecía pertenecer al género femenino. Vestía pantalón corto a rayas, parecido a un pijama, camiseta sin mangas, zapatillas de deportes y calcetines marrones. Su andar era varonil y con cadencia algo chulesca. De la espalda le colgaba una mochila. La vi saltar el muro bajo y dirigirse resuelta a la cuba negra y grasienta de basura en una de las esquinas del parking. Yo aún no sabía de qué iba el asunto pero sí comprendía que la nariz de aquella chica debía estar hecha al fuerte hedor que el sol arrancaba de aquellos alimentos en camino de detritus pues ninguna reacción de asco asomó en su rostro anguloso. El suelo a su alrededor era pegajoso a fuerza de sucesivas capas de deshechos de las que los operarios municipales de la limpieza apenas arrancaban la más superficial a fuerza de manguerazos de agua. Era esa zona que todo el mundo evitaba: la zona de exclusión. Todo el mundo excepto las moscas, las ratas, algún ave y ella, la chica de la gorra, y otros además de ella como tendría oportunidad de observar en días sucesivos.
Por ejemplo Josef, un húngaro germanizado que poco menos que se ocultaba en España huyendo de las consecuencias de un divorcio calamitoso para su economía dejando dos hijos en Bremen, dos polluelos que, azuzados por la madre, estiraban el cuello boqueando ruidosamente para que el progenitor sufragara solidariamente con sus gastos. En definitiva, que Josef decidió buscarse el sustento "de extranjis" para evitar el largo brazo de la ley alemana y tras él la zarpa de su enemiga íntima, aquella con la que compartió cama y un puñado de genes en algún momento de su vida. No parecía que el desarraigo familiar le quitara el sueño. Vendía en un mercadillo (siempre me pareció divertido su manera de decir mercadillo, puede que por el contraste entre el fuerte acento y el diminutivo) lo que encontraba en la basura, desde libros (yo le compré uno en inglés por un euro, un best seller yanqui sobre un serial killer), electrodomésticos que intentaba reparar en su apartamento hasta zapatos de los cuales tenía entre los moros a sus más fieles clientes. A un euro el par. Hasta a mí me entraban ganas de comprarle un par de viejos zapatos al mercachifle Josef. Con eso pagaba el alquiler y los cariñosos servicios de alguna chica ocasional; con lo que encontraba en la basura comía. De esta manera cubría sus necesidades más acuciantes. Sí, podría decirse que a Josef no le iba del todo mal. Sin duda tenía algo de ese espíritu emprendedor germano-húngaro que enorgullecería a la Cancillera de todos los alemanes.
Por su parte, la chica del horrendo pantalón corto era española, lo cual tampoco desmerece (si acaso solo su escaso gusto en materia de pantalones cortos y calcetines) ya que a la habilidad de Josef para buscarse el sustento añadía un fuerte carácter. Se llamaba Mónica. Según aseguraba procedía de una familia bien de Sevilla y a tenor de que vivía en una casa grande, residencia de verano familiar, a 5 minutos de la playa, bien pudiera ser. Había estudiado medicina aunque sin llegar a ejercerla. Nunca le pregunté por qué buscaba en la basura. Supongo que un día se encontró sin trabajo y sin comida en el frigorífico, que viera una bandeja de napolitanas en buen estado tirada junto a una cuba, que la cogiera con curiosidad, que la inquiriera buscando algún defecto, algo que justificara encontrarla allí y que se la llevara, con algo de vergüenza, sentimiento que se diluyó con el tiempo, cuando comprendió que el único delito de la bandeja de napolitanas era haber llegado a su día exacto de caducidad. Pero la mañana que la vio por primera vez saliendo furtiva de entre la “espesura” como un soldado de alguna guerra selvática, no le dijo nada de esto, ni de esto ni de nada. Simplemente llegó, introdujo medio cuerpo en la cuba y después de someter a escrutinio el contenido se llevó un par de bolsas llenas de alimentos aprovechables para la despensa. Así varios días, sin reparar en él, siempre ocultando el rostro bajo la gorra calada hasta las cejas. Solo la mañana en que un loco hijo de su mala madre estuvo a un tris de romperme la crisma con una barra de hierro que sacó del coche sintió que tenía que dedicarme algunas palabras de aliento "¿por qué no has llamado a la policía hombre?", me dijo cuando el energúmeno ya se hubo marchado, "si llego a sacar el móvil me incrusta la barra en la cabeza", "¡cómo está el mundo, y todo por decirle que no puede aparcar ahí!" Y se presentó, y le vi las pecas rosadas, las clavículas voladizas y unos ojos verdes muy bonitos.
Mi trabajo consistía básicamente en evitar que los playeros (con sus bañadores horrendos, sus horteras gafas de sol, sus ridículas gorras, sus pareos que apenas ocultaban la celulitis de las señoras, sus patéticas chancletas, sus sombrillas colgadas de los hombros...) estresados de dar vueltas sin encontrar aparcamiento dejaran allí sus malditos coches. Sí, era un trabajo duro. De hecho desarrollé, como se infiere del paréntesis anterior, una intensa fobia relacionada con ellos y con el abundante atrezo que los caracteriza.
Un día, cuando ya llevaba en aquel servicio el tiempo suficiente como para estar desquiciado y hacérmelo intolerable, Mónica me prohibió terminantemente que dijera nada a Josef sobre sus horarios "sé que te pregunta y que tú se lo dices, así que no le digas nada de cuando voy y vengo...me tiene controlada". Yo le dije que bueno un poco molesto por las maneras tajantes de la chica pero reconociendo que estaba en su derecho a pedirme tal cosa. Efectivamente, el húngaro, bajito, rechoncho, con gafas oscuras rayban invariablemente torcidas sobre el puente de la nariz (sin duda fruto de alguna de sus rapiñas), siempre que llegaba sacaba del bolsillo un reloj de pulsera al que le faltaba la mitad de la correa y mirándolo me pedía el informe de novedades en torno a la cuba de basura. Intentaba encontrar un patrón en las "sacas" de los empleados del supermercado. Así, habíamos establecido que el pan lo solían sacar sobre las dos de la tarde, poco antes de marcharse la panadera, aunque por lo demás solía ser aleatorio, circunstancia esta que trastornaba a Josef sin hacerlo caer en el desaliento. También quería saber, por si se le habían adelantado encontrándose solo con las sobras de las sobras, si ya habían estado Mónica, los rumanos con sus furgonetas destartaladas en su ronda por cuanta cuba aprovechable encontraran a lo largo de la costa, y la otra chica, esta sí indigente y con problemas mentales, que sería la primera en desaparecer.
Sí, desapareció, y yo estaba allí cuando ocurrió.
Decían que era mitad escandinava mitad española, que sus padres tenían una casa en algún lugar de por allí pero que ella se escapaba, que prefería vivir en la calle. Otras versiones apuntaban que sus padres vivían en Finlandia y que regularmente le enviaban dinero ya que la habían visto sacar efectivo de un cajero alguna vez. Lo cierto, al menos la certidumbre que yo pude ver, era que tenía un aspecto lamentable: la piel castigada por el sol, roñosa, arrastrando los pies al caminar y aislada de cuanto le rodeaba excepto de los gatos a los que alimentaba; sin hablar con ser humano alguno (que yo viera) menos con Mónica o Josef cuando coincidían en el parking.
Todo ocurrió muy rápido; fue un visto y no visto; un observar como se doblaba sobre el borde de la cuba para alcanzar el fondo, desviar yo la mirada hacia la publicidad de una discoteca ondeando en el cielo llevada por una avioneta para delicia de los niños en la playa, oír un golpe sordo procedente de la cuba seguido de un sonido como de barro blando cuando se hunde el pie en él y ya no estar. Solo su mochila quedó de pie, apoyada en el muro. Pero sería al día siguiente cuando notara algo extraño en la cuba, un cambio que en un primer momento no supe identificar. Hasta tres días después en que desapareció Josef no supe qué era realmente. Entonces no me cupo ninguna duda: la cuba de basura del supermercado se había agrandado. Era más ancha.
A Josef, en cambio, sí lo vi desaparecer. Es decir, que vi como aquella cosa se lo tragaba, si me permiten la expresión. Discutía con un playero, nevera en ristre y la gorra calada, haciéndole ver el incivismo de su pretensión de dejar allí su maldito coche cuando el húngaro con sus gafas torcidas cruzó por mi línea de visión por encima del hombro de aquel. Me saludó con la mano y yo le respondí con la cabeza, y mientras el fastidioso playero me daba las acostumbradas excusas por el rabillo del ojo vi a Josef inclinarse sobre la cuba para momentos después, igual que si fuera tironeado desde el interior, ser absorbido, no sé si usar el término abducido, por aquel depósito viscoso y recalentado que por un momento me hizo paralizar de horror. Lo último que vi del pobre Josef fueron sus pantorrillas al aire, los calcetines blancos y sus deportivas. Me quedé estupefacto. Ignoré al tipo, el cual aprovechó para escabullirse, y me asomé no sin miedo a la cuba de basura. Sin tocarla. Solo alargué el cuello lo suficiente como para comprobar que Josef no se encontraba en su interior. Y no estaba. De hecho estaba vacía, mugrienta, pero vacía: sin el desgraciado húngaro y sin las cajas de cartones y otros restos que había visto tirar a un empleado hacía tan solo unos minutos antes. Lo que sí creí ver fue un interior como de fauces de planta carnívora o de cualquier otra criatura inconcebible, pero atribuí la imagen al resol y a mi naturaleza aprensiva y fantasiosa.
A mí, sencillamente, la situación me superó. Después del espanto inicial quedé neutro, pasmado, como si lo que hubiera visto fuera tan absurdo que lo confiné al destierro de los sueños una vez despertado de ellos. Quizá por eso, una hora después, no me sentí en la obligación de avisar a Mónica cuando se aproximaba a la negra y sucia cuba, más pestilente de lo normal. Solo la observé reconcentrado, esperando la confirmación de la pesadilla. Mónica se asomó al borde y permaneció unos momentos inmóvil. No debía haber nada en ella pues desde que Josef fuera engullido no hubo saca de mercancía alguna y sin embargo algo estaba captando su atención en el interior. Puede que fuera lo mismo que yo viera antes, esa carnosidad dentada, ese exudado viscoso y oscuro...aquello que fuera lo que fuera había atacado a Josef y que ahora, bajo el violento sol del mediodía, atacaba a Mónica, sí, aunque esta vez viera, estoy seguro de que lo vi, cómo una lengua grande y negra salía de aquella cosa y se llevaba adherida la figura magra de Mónica como una mosca cazada por un enorme sapo.
No necesité más confirmaciones, y si era pesadilla o realidad poco me importaba. Ya despertaría llegado el caso. Pero lo urgente era salir de allí lo mas rápidamente posible. ¿Qué podía hacer? ¿Avisar a la policía, a los empleados del supermercado de que no se acercasen a la basura, a los playeros ? Nadie me hubiese creído. Al miedo solo hubiera añadido la frustración y la burla. Así que subí a mi coche y me marché no sin antes dedicarle una última mirada a la cuba de basura y comprobar con horror que había vuelto a crecer hasta casi doblar su tamaño.

Ahora sí me hubiesen creído. Ahora que estoy encerrado en mi casa escribiendo este relato para el que pueda leerlo en el futuro. Ahora que posiblemente ya estén todos muertos. Ahora que el mundo, en cada calle, en cada esquina, está siendo devorado.

sábado, 9 de julio de 2011

La chica del primero derecha

La llave, a pesar de que colgaba quieta hacía ya un rato desde que se la dejara la chica del primero derecha en la escarpia con el numero 11, a él le parecía que aún se balanceaba en el clavo como si palpitara apenas levemente, o como si el latir ansioso de su corazón la hiciera agitarse; pero más que esto sería el vértigo ante lo que planeaba hacer lo que le producía esa sensación como de ser llevado en volandas por miles de hormigas bajo las plantas de los pies.

Aparte la atracción casi morbosa que sintió desde el primer día que la vio apenas sabía nada de ella: que se llamaba Silvia, que trabajaba en una de las entidades bancarias mas importantes del país, que vivía sola y que tenía un amigo de esos que pasan la noche de vez en cuando en casa de sus amigas. La noche anterior había sido una de esas, y mientras él, un tipo alto y atlético, moreno y de barba cuidadosamente descuidada, esperaba discretamente en la calle, ella le dejó la llave del piso con su habitual amabilidad y punto de coquetería con el encargo de acompañar al fontanero que llegaría a media mañana para arreglar una pequeña fuga en el baño, y aunque no le hiciera falta ya que colgaban copias en el tablero de la portería de todas y cada una de las llaves de los pisos del inmueble no se lo dijo, y le aseguró que se encargaría de ello. Después la había visto alejarse por el vestíbulo con paso seguro, su cabellera castaña rizada cayéndole por la espalda y sus caderas silueteadas en la estrecha falda de un traje de chaqueta gris perla; le dio la sensación de ser como un ferrari o un porsche o un yate, un artículo de lujo intocable y fue entonces cuando le sobrevino la idea como un chispazo, como una tentación, una mera locura que sin embargo le fue creciendo irresistible a lo largo del día como una hiedra trepando por su cerebro. Además sabía que ese fin de semana lo pasaría fuera; ella misma se lo había dicho cuando le pidió que emplazara al fontanero al lunes para pagarle por el trabajo.
El fontanero llegó efectivamente a media mañana cargado con una maleta grande rectangular forrada de cuero negro colgada del hombro. Era hombre corpulento, de frente despejada y bigote poblado como reliquia de otros tiempos en que llevar bigote, perilla o barba bien perfilada constituía un rasgo de elegancia masculina. Era hombre afable y discreto, y al franquearle la puerta de la vivienda, ordenada y limpia, apenas miró furtivamente la decoración del salón, la alineación monótona de libros de leyes en los estantes, una fotografía del puente de Brooklyn en blanco y negro enmarcada contra la pared ...La mirada del portero, sin embargo, se imantó del metal de dos pendientes en forma de aros grandes y plateados sobre un cenicero sin trazas de ceniza. Eran los mismos pendientes con que la viera hacía dos días cuando tocó en su puerta para entregarle el presupuesto de lo que costaría corregir el funcionamiento caprichoso del ascensor.
-¿Puede abrir el grifo, por favor?- pidió con resonancia sorda el fontanero tumbado en el suelo y con la cabeza metida en el mueble del lavabo -Ya, gracias. El tubo está picado por aquí , ¿lo ve? Acérquese...
Mientras el fontanero reparaba la avería requiriéndole cada dos por tres como testigo de su honradez profesional, él se entretenía en admirar sobre la encimera de mármol donde encajaba la pila del lavabo los botes de crema hidratante, los geles de diferentes extractos, el jabón de lavanda en su concha y algunos pintalabios, uno de ellos con la barra cremosa carmesí descubierta como un glande enrojecido después de follar. En la ducha aún eran visibles los signos de un baño quizá compartido con su amante: la bañera perlada de gotas adheridas como ronchas, la esponja rosácea en el centro, algunos pelos detenidos al borde del negro sumidero...
-Bien, esto ya está, ¿ve el tubo? estaba picado por aquí, ¿ve? no ha habido más remedio que cambiarlo.
Le mostró el tubo negro cuarteado libre de su recubrimiento de fibras de aspecto metálico. Con sus pulgares gruesos separó los bordes de una raja hasta hacerla oblicua como un ojo de Horus.
Mientras bajaban las escaleras dijo que ya sabía que hasta el lunes nada de cobrar, que no le gustaba ni un pelo eso de dejar fiado y que si no fuera porque la señorita le daba total confianza no habría aceptado, qué menudos estaban los tiempos...
El resto del día trascurrió ocupado en minucias varias aderezado con algunas charlas intrascendentes con algunos vecinos jubilados que quizá llevados por un prurito de solidaridad generacional alababan la labor de años del anterior portero, el señor Alfonso, al tiempo que lo miraban con cierta severidad como si dudaran de que él estuviera a la altura de tan exigente puesto. A él ciertamente le resbalaban las insinuaciones de esta o de otra naturaleza; él mismo admitía que quizá no durara mucho allí (como en los otros sitios) sobre todo desde que, con menudeo obsesivo, había decidido entrar en el primero derecha aquella misma noche...

Al filo de las dos de la madrugada, cuando cerró con todo el tiento que pudo la puerta con el corazón galopante, se sorprendió de lo fácil que había sido. Antes, frente a un café y unas magdalenas, sentado en la pequeña cocina de su estudio minúsculo y desordenado, se imaginó todo tipo de contratiempos: un vecino que salía o entraba desacostumbradamente, una puerta que abría apenas una rendija para espiarle, una luz que se encendía de repente mientras giraba la llave en la cerradura...pero no. Estaba dentro y nada anormal, como era de esperar, había ocurrido.
Lo primero que hizo fue beber un vaso de agua en la cocina; cuando se hubo serenado abrió la nevera y viendo algunas cervezas tomó una y la bebió en el sofá del salón frente a los tochos de leyes y diccionarios enciclopédicos que había visto aquella mañana. Delante, en una mesita con centro floral y una revista de divulgación científica, estaba el mando a distancia de la televisión en cuayo margen inferior izquierdo resplandecía el pequeño cuadrado azul que indicaba que el aparato se encontraba en espera. Accionó en el mando un numero cualquiera y al cabo de un momento el intercambio de tiros entre Pacino (policía) y DeNiro (ladrón de bancos) atronó en el silencio de la noche. Rápidamente buscó en el mando el silenciador pero para cuando lo encontró ya habían gastado los contendientes todo un cargador de balas. El corazón volvió a correrle en el pecho y esperó expectante como si algo tuviera que pasar. Afortunadamente no tenía vecinos compartiendo paredes y si los hubiera sería improbable que supieran que la chica estaría fuera el fin de semana; pero el solo hecho de estar allí subrepticiamente bastaba para alterarle los nervios. Fue pasando canales hasta que dio con una película pornográfica: en primer plano y de frente aparecía una pareja, ella a horcajadas sobre él dándole la espalda mientras se introducía el pene y se movía arriba y abajo a lo largo del mismo. Fue a la cocina y cogió otra cerveza. Después de correrse el tipo de la película, se levantó del sofá y buscó en el mueble-librería hasta hallar un compartimento con algunos licores; tomó el whisky escocés. Se escanció medio vaso mientras la protagonista, insaciable, ya se insinuaba a otro tipo con pinta de macarra de gimnasio. No hubiera sabido decir de habérselo preguntado alguien cuantos whiskys bebió mientras veía la habitual secuencia de acontecimientos en este tipo de películas (sexo oral, fornicio con limitado catálogo de posturas y corrida caballuna) antes de levantarse, hastiado, y dirigirse al dormitorio donde abrió cajones y sacó ropa íntima femenina, conjuntos, tangas, bragas y sujetadores de puntillas, blancos, rosas, violetas...además de faldas, camisetas, blusas...y hasta un consolador negro lustroso halló en el fondo del armario. Lo echó todo sobre la cama y se revolvió en ellos experimentando un placer intenso con el roce de aquellas prendas en su piel. Se desvistió y se puso un tanga y un sujetador. Se miró en el espejo grande y redondo sobre la cómoda y no pudo reprimir una carcajada amarga cuando se vio, peludo y con el vaso de whisky en la mano, vestido de aquella guisa. Inmediatamente empezó a excitarse. Comenzó a masturbarse frente al espejo y volvió a inquietarle (desde que era adolescente) su propia expresión de sufrimiento violento más que de éxtasis sosegado. Abandonándose a la sensación que llaman placer subiéndole por las piernas relajó la mano apenas lo suficiente para que cayera el vaso de whisky encharcándole los pies. Cuando empezó el orgasmo y la eyaculación abrió los ojos, se observó, y sintió un vacío enorme. Le entraron ganas de llorar. En vez de eso, maquinalmente y como si se limitara a observar los actos de un extraño, se agachó, cogió una esquirla de cristal y mientras miraba en el espejo su aspecto de mujer fálica se rasgó las muñecas. La sangre oscura brotó abrupta. Después de dejarse caer en la cama sobre el montón fragante de ropa íntima la sangre, el semen y el whisky se fundieron en algún momento y en algún lugar del suelo del dormitorio del primero derecha.

martes, 24 de mayo de 2011

Yo estuve en la batalla de las Ardenas

La primera vez que mató a alguien directamente con sus manos mientras miraba sus ojos fue en el invierno de 1945 en Colonia. No era un soldado. Ni siquiera un hombre. Era una mujer, y lo hizo por inercia, por cobardía y, por qué no decirlo, por desquite y odio, un odio placentero.
Aunque exactamente no fue aquella la primera vez. En una aldea de Ucrania, mientras sus camaradas violaban a unas campesinas escondidas en una arboleda cercana tuvo que defenderse del ataque de un aldeano enloquecido salido de una trampilla oculta en el suelo del pajar. Después de un forcejeo angustioso logró desnucarlo golpéndole repetidas veces contra el suelo pinzándole las sienes con las manos ante las risas histéricas de sus compañeros. Pero para él aquello fue una acción de guerra, un episodio más que pronto quedó acallado entre tiros, obuses, tableteos de ametralladoras, sibilantes lanzallamas y avances victoriosos por la estepa y retiradas infernales por el frío invierno rusos.

Entre los efectos personales incautados por las autoridades militares de ocupación aliadas bajo administración británica encontradas en el numero 12 de la calle Liebenstrasse se encontraba un cuaderno con tapas de piel, ajado y descolorido pero intacto en su integridad. En él, el teniente William Foster, de un pueblecito del condado de Warwickshire, en el centro de Inglaterra, sobreviviente al fuego cruzado de los nidos de ametralladoras y de los búnkeres alemanes durante el desembarco en la playa de Omaha (milagro, como solía calificarlo cuando le confesaba a Inger, la chica alemana que tomó como protegida y amante a cambio de latas de comida y de cigarrillos americanos, que nunca antes en su vida pasó tanto miedo como en aquella ocasión) pudo leer, más bien escuchar con la ayuda del traductor alemán adscrito a su servicio, lo que parecía el diario del soldado Gottfried Reese, en busca y captura como principal sospechoso de los asesinatos de tres mujeres y dos hombres, uno de ellos soldado canadiense, cometidos en los últimos dos meses en la ciudad de Colonia:
"Yo estuve en la batalla de las Ardenas. Fui uno de los que avanzó por los bosques sombríos, a veces con sigilo tras los árboles , a veces arrastrándome por la nieve o el barro, a veces corriendo y gritando mientras disparaba a ciegas contra fantasmas en la niebla. Uno de los que creyó en que la victoria todavía era posible, uno que fue punta orgullosa de una lanza que recuperaría el terreno perdido para el tercer Reich.
Maté a muchos hombres durante aquella campaña aunque menos de los que matara en Rusia, donde serví con honor a las órdenes del general Köhller. Maté con convicción, con absoluta obediencia y fe en mis obligaciones como soldado de la Wehrmacht de la misma manera en que lo hicieron mis enemigos, resistiéndome a que el sueño de volver junto a mi mujer y mi hijo en una Alemania victoriosa se hiciera añicos.
Pero eso fue antes de que desertara. Antes de degollar uno a uno a los miembros de mi escuadra de reconocimiento mientras dormían y deambulara por aquellos bosques, oculto en grutas y hondonadas como un animal. Solo en las noches con luna releía la carta y escribía. La carta llegué a memorizarla. Era escueta. Como si mi cuñado diera salida a una nota informativa más de las muchas que tramitaba como funcionario del estado. Pero en mi interior la carta crecía como una marea, como un océano entero cubriendo continentes, y veía con toda nitidez noches luminosas y calles que se alargaban hasta el infinito, y veía el edificio de nuestra casa crecer y otras menguarse hasta caber en los bolsillos del pantalón, y veía formas negras, siluetas humanas sin rostro, hombres de la Gestapo haciendo saltar la cerradura de la puerta a patadas o a veces desgajarla de sus goznes y tumbarla, los veía entrar derribando todo, con perros y linternas, o sin perros pero con soldados más feroces que perros, y llevárselos a todos entre insultos y empujones, a todos, a mi mujer, a mi hijo, a los judíos...
Sí, eso fue antes de que me volviera loco, supongo."
Mientras escuchaba el relato del traductor con fuerte acento alemán el teniente Foster permanecía de pie frente a la ventana ante el horizonte aserrado de edificios en ruina. Solo la torre de la Catedral se recortaba intacta contra el cielo del ataredecer. La castigamos duro, pensó sin remordimientos. Fumaba uno de los cigarrillos americanos que tanto gustaba a Inger y meditó en el informe que escribiría a su superior sobre el tipo de asesino que tenían entre manos. Básicamente fue designado para averiguar si se trataba de un foco de resistencia nazi a raíz de la investigación suscitada por la muerte del soldado canadiense o si por el contrario era un criminal sin motivación política. A él le paracía esto último. Si bien se trataba de un excombatiente actuaba de manera aislada, matando cualquiera sabía por qué.
-¿Hace mención de algún asesinato? -interrunpió el oficial británico lo que parecía una crónica extensa y alucinada de la vida errática del soldado Reese por los bosques belgas.
-No señor, excepto a sus compañeros en las Ardenas, señor -contestó el adjunto después de un rato de pasar páginas leyendo con rapidez el diario.
-¿Está seguro?
-Sí señor
-¿Qué fecha tiene la última anotación?
-De hace dos semanas señor
-Y qué dice. Literalmente.
-"14 de diciembre. Arrecia el frío. El frío es bueno. Purifica el aire y el agua y hace que vea las estrellas tan cerca que puedo tocarlas en esta ciudad sin techos..tan cercas y tan claras, tan puras las estrellas..."
-¿Nada más?
-Eso es todo señor.
El teniente Foster, en el informe que escribiría aquella noche a su superior, después de señalar su parecer de que no se trataba de acciones de la Werwolf ni de ningún otro grupúsculo pronazi, recomendaba batidas nocturnas por edificios destruídos (que eran casi todos en Colonia) y detenciones de todos aquellos que se ajustaran al perfil del sospechoso Gottfried Reese, al que calificaba de desequilibrado y un peligro no solo para la población civil sino para los soldados de las fuerzas de ocupación aliadas por su carácter de asesino incontrolado.

Cinco días después, encallado contra un pilar de uno de los puentes sobre el Rin, apareció el cuerpo de otra chica con signos de haber sido asesinada de la misma manera que las otras víctimas: eran visibles los hematomas en el cuello causados por estrangulamiento y en su vientre apareció el mismo tajo a cuchillo. Se llamaba Berta Jurgel y ejercía la prostitución (como casi todas las chicas de Alemania) en los alrededores de la estación de ferrocarril. La última en verla con vida fue su amiga y compañera Maria Gerke, la cual aportó al teniente Foster una descripción del hombre con el que la vio alejarse cuyos rasgos concidía con los datos que se tenían del soldado Reese.
A juicio de los forenses militares que examinaron el cuerpo Berta no llevaría más de 24 horas muerta. Pero el descubrimiento más importante se halló en el abrigo de la chica. Entre los soldados era bien conocida la costumbre de muchas de aquellas mujeres de hurgar en los bolsillos de sus clientes aprovechándose del aturdimiento que sus servicios les provocaban.

Encendió el útimo cigarrillo del paquete que despojara al cadáver del soldado aquel exhalando el humo al aire gélido que lo envolvía. Pero el frío no era problema para él. Después de sobrevivir a Rusia, a su invierno y al cerco que sometieron a la región de Kursk con todos aquellos stukas y los miles de blindados que a la postre no sirvieron de nada (ni él ni los mandos alemanes podían saber que los soviéticos estaban advertidos de sus planes de ataque), ya nada era un problema para él. Ni siquiera los soldados que registraron la noche pasada el edificio con las prisas y el tedio justos para que no descubrieran su cubil eran un problema para él. Lo que lo mantenía en vilo, sin embargo, desde hacía horas o desda hacía eternos minutos -era difícil de precisar- con la mirada fija en las estrellas, cuando las nubes lo permitían, era la pregunta de por qué su mujer había decidido esconder a los Grossmann en su casa y por qué no le había dicho nada. Se apiadaría de ellos. La conocía. A pesar de la propaganda insistente durante años contra los judíos para ella los Grossmann seguirían siendo los vecinos amables y educados de siempre. Ella era así, de buen corazón aunque irresponsable. Si él lo hubiera sabido no lo habría permitido, no por odio a los judíos, que no lo sentía, sino por pragmatismo...en Kursk había estado a punto de morir, aunque quizá sea más ajustado a la verdad expresarlo como que había estado a punto de vivir y que por inmensa fortuna había vivido. En aquella ocasión la suerte consistió en encontrar una hendidura en la tierra en donde estrujó su cuerpo mientras el T-34 le pasaba por encima...pero no debió de haberlo hecho, debió pensar en nuestro hijo, en mí, en nosotros. En los primeros años luchó por la grandeza de Alemania, borracho como todos de las promesas del Führer. Al final solo luchaba para que los enemigos no entraran en las ciudades a sangre y fuego y violaran a sus mujeres y a sus hijas como represalia...sin embargo su camarada no tuvo tanta suerte, vio estallar su cabeza bajo la oruga del tanque y notó pedazos de cerebro impactando en su cara y no pudo evitar la sangre sobre su boca, y aunque escupió no pudo evitar tragarla...pero al final no serían los enemigos los que se llevarían a Elsa y a Heinrich...

Para cuando oyó la pisada y el corrimiento del cascote de piedra ya fue tarde. Solo le dio tiempo a incorporarse y a gritar blandiendo su machete antes de recibir el tiro en la frente del teniente William Foster.

viernes, 20 de mayo de 2011

El chicle y la gaviota.

Sobre la punta roma oxidada de una larga antena de telecomunicaciones, doblada hacia la mitad de su longitud por unos vientos huracanados venidos de cualquiera sabe donde y que la ciudad conmemoró en varias placas esparcidas en soportales y viviendas por los destrozos y algunas muertes que provocaron, bailaba (o parecía que bailaba..o a él le parecía que bailaba, ora sobre una pata ora sobre la otra, alas que extendía en abánico y que recogía) una ave que podría ser una gaviota pero que debido a su desconocimiento zoológico, así como en otras materias, no podía estar seguro; solo podía decir con total seguridad que era blanca, eso sí, y que tenía un pico largo amarillento pero chato, como de pato, eso también podía decirlo, y que parecía otear el horizonte desde su altura con porte orgulloso (el cuello largo estirado y la cabeza derecha) sin que se reflejara en su cara de ave, un tanto estólida por otra parte, inquietud por lo que viera, al contrario, semejaba a un soberano o a un texano hacendado derramando la mirada por sus miles de hectáreas de tierra y polvo; pensó que quizá era la altura física lo que le transmitía ese aire orgulloso, y sintió un poco de envidia porque qué difícil era para los hombres tener eso que todos los seres vivos con algún grado de complejidad, desde las aves hasta el mono pasando por el mono-hombre, desean y obtienen sin dificultad (menos el hombre), a saber, tener una casa (toda ave que se precie sabe hacer su nido sin necesidad de estudiar ingenierías ni de onerosas hipotecas), una pareja con la que aparearse (tampoco le parecía excesivamente complicado, tan solo soltar un par de picotazos engallado para impresionar -batalla psicológica- a posibles rivales) y comida suficiente que te permita pensar en otras cosas, aunque en el caso de la gaviota desconocía los pensamientos a los que pudiera entregrase en sus ratos de ocio; pero era evidente que esa ave que tenía delante, fuera reflexiva o no, tenía todas esas cosas..y si no las tenía era porque no le había llegado la hora de tenerlas y que las tendría con toda seguridad. Él, sin embargo, se había visto arrastrado por ese otro huracán que azotó las economías y las empresas encontrándose sin trabajo y, lo que era peor, con pocas expectativas de encontrar otro.

La ave, como si su único cometido al posarse allí hubiese sido inspirarle tales ideas y hacerle sentirse un ser reptador frente a sí misma voladora, desplegó las alas y echándose hacia adelante se dejó caer, aleteando y planeando, planeando y aleteando hacia al mar, quizá en busca de algún pescadito que echarse al estómago.

Él rebuscó en los bolsillos hasta dar con la mitad de un chicle de fresa, sin azúcar (imposible encontrar chicles de sabores violentos y letales para los dientes como los boomer de su niñez), lo que equivalía a ser un chicle sano pero bastante insípido o por lo menos con sabor efímero. Contó: 1,2,3,4,5,6...20 más o menos, por decir un numero redondo; después de 20 trituraciones el sabor del chicle empezaba a languidecer ostensiblemente. Aún así lo mantuvo en la boca por hacer algo y porque la imagen que le daba, suponía él, el mascar chicle despreocupadamente debía de ser la de un tipo que no se preocupa por nada, o que nada en este mundo es merecedor de preocupar a un ser superior y sin duda despreocupado como era él, aunque no lo era, pero ahí radicaba precisamente la importancia del chicle. Y puede que fuera por esto precisamente, por esos aires a lo James Dean, por lo que algunas chicas que pasaban se le quedaban mirando con interés...si supieran que soy un ser sin futuro, un completo inútil que no sabe hacer nada o que su curriculum refleja que no sabe hacer nada que a la postre es lo mismo que no saberlo...pensaba. Y seguía pensando: sin embargo podría ser un caradura, un embaucador, un tipo que fingía tener carreras universitarias, másters prestigiosos en universidades norteamericanas prestigiosas y con experiencia en management en empresas prestigiosas. Para ello necesitaría un buen traje con su buena corbata y un pelo engominado, y sin duda necesitaba el porte orgulloso de la ave que tiene el mundo a sus pies. Podría valerme del engaño, la astucia y la sonrisa seductora para conseguir mis fines...¿qué fines? ganar dinero y follar con mujeres hermosas...¿no es eso acaso lo que define a un triunfador, a un ser en la cresta evolutiva, no es eso lo que desea el león y la gaviota, tener alimento suficiente (dinero) y un harén para transmitir sus genes triunfadores (mujeres hermosas)?¿Y acaso no era eso lo que las mujeres esperaban de un hombre?
Estas ideas peregrinas y un tanto trasnochadas, producto en parte de los documantales que acostumbraba ver sobre conductas animales, le dejaron un sentimiento desolador porque él no tenía las condiciones suficientes para aspirar a ser un reyezuelo más de la selva; le faltaba el empuje alegre y auténticamente despreocupado de los psicópatas triunfadores, ¿o era un cobarde redomado?, ¿o era un perezoso? o peor aún ¿un tipo sin ambiciones, sin objetivos en la vida? Podría ser, porque estaba en el paro y, no nos engañemos, aparte la crisis, alguna responsabilidad debía de tener por permanecer en situación de desempleo, que es la imagen evidente del fracasado social.
Pero por mor del chicle y del orgullo conferido por la sola contemplación de la ave (él no se dio cuenta pero su mirada adquirió el brillo de un hacendado texano) su imagen en esos momentos no era la de un fracasado desempleado sino justo la contraria, la de alguien al que sin duda le sobraba el dinero, o que su situación de una manera misteriosa era tan desahogada que podía permitirsae el lujo de permanecer en horario tan violentamente laboral (11 de la mañana de un martes muy laborable) sentado tranquilamente en un banco del parque viendo a la gente pasar, desde estudiantes, jubilados y trabajadores hasta tipos con trajes, altos y jóvenes, que quizá fingían poseer másters prestigiosos de universidades americanas prestigiosas y que soñaban con fines de semana sobre descapotables con chicas de bandera que les harían felaciones volando a 180 por hora por la autopista. Pero a él le pareció que incluso estos lo miraban como preguntándose, ¿será posible que este tipo con esa pinta tenga un descapotable, una chica que le haga manchar de semen el cuero del asiento y muchos fines de semana libres para disfrutar? Porque él los miraba a la cara y les sonreía como transmitiéndoles que conocía sus secretos, que sabía que, a pesar de la facha de triunfadores, no eran mas que pobres diablos con mucha labia pero hartos de patear calles y tratar de convencer a garrulos de la excelencia de sus productos. Uno de estos incluso, especialmente quemado poque no lograba un solo contrato desde hacia días, le espetó "¿de qué te ríes?" "¿yo?, de nada" contestó, y el otro tras un breve momento de indecisión siguió su camino mascullando.
Y así, con estos juegos, iba transcurriendo su mañana de desempleado cuando frente a su banco se sentó otro individuo que inmediatamente le infundió sospechas. Puede que fuera por que también mascaba chicle o porque también sonreía. El tipo vestía de una manera similar a la suya y adoptó sobre el asiento una postura y una apostura de espíritu también similar, de resultas de lo cual alguien que pasara podría pensar prematuramente, llevada por una primera impresión, que eran imágenes especulares. Sin embargo él supo desde el primer momento que iba de farol y decidió mudar su estampa para dejar mejor en evidencia al embaucador. Dejó de sonreír con suficiencia, escupió el chicle, sacó su smartphone y empezó a toquetear en la pantalla táctil fingiendo que marcaba un numero de teléfono, fingiendo que esperaba con la mirada perdida por encima del embaucador en una nube que se desgarraba en el horizonte y fingiendo que mantenía una conversación, digamos, "de negocios". Después de unas palabras en castellano para dejar claro que era español con conocimientos de idiomas, adquiridos sin ningún género de dudas mediante algún máster prestigioso en alguna universidad americana prestigiosa, pasó a emplear algunos monosílabos en inglés "ok..right..yes yes..i like it..yes..yes". El otro se quedó descolocado por unos instantes, sobre todo cuando notó que las chicas que se habían sentado en el banco de su izquierda empezaban a mirar al potencial hombre de negocios políglota con algo de interés. Poco tiempo antes, la plaza del parque había empezado a verse invadida por jóvenes mochileros con aspectos variopintos que escribían sobre pancartas de tela o sobre cartones lemas reivindicativos contra la corrupción política y el paro. El embaucador, que era avispado, sacó de su mochila un libro que era ni más ni menos "El Lobo Estepario" de Herman Hesse. Nuestro protagonista reconoció de inmediato la jugada de su rival y se sintió derrotado al menos momentáneamente; allí se estaba preparando una manifestación de jóvenes contestatarios y nada mejor que dar la imagen de persona letrada, con inquietudes, y si estás en el paro, mejor, por aquello de añadir dramatismo y heroicidad a una situación injusta. Él por el contrario, podía haber dado la impresión de ser un neoliberal avaricioso causante de la crisis. Afortunadamante el atuendo no acompañaba a tal suposición. Así que dio por terminada su fingida conferencia con su proveedor de Londres y se dispuso a observar esperando acontecimientos. Para entonces, el golpe de efecto "hermanhessiano" del otro acaparaba ya toda la atencion de las chicas. Una de ellas, deslumbrada sin duda por la visión del libro, la mochila y la perilla revolucionaria (a lo Vladimir Ilich) que le daba a su rival un aura de estudiante prestigioso que leía obras existencialistas prestigiosas y que con toda seguridad estaría afiliado a alguna oficina de paro prestigiosa, cedió al impulso de preguntarle: "¿perdona, sabes a qué hora empieza la marcha?" y el otro les mostró una bonita sonrisa de dientes blancos "sí, dentro de media hora...¿vais a participar?", las chicas respondieron que por supuesto y él se dispuso a hacerles un resumen indignante de la situación financiero-político-social. Mientras escuchaba el mitin seductor del otro, con el que estaba de acuerdo a grandes rasgos no así en algunos detalles importantes, la gaviota, la misma o otra muy parecida, volvió a posarse sobre la antena quizá ya con el estómago lleno pero con la misma gestualidad arrogante, y él, que por un momento había tenido la tentación de unirse a la conversación y expresarles también su indignación de parado, cedió a sí mismo a un impulso y sacando de nuevo su smartophone tecleó sobre la pantalla y tras un momento de espera empezó a gritar" ¡vende, joder, vende! no no, esa empresa no vale nada, no da beneficios...vende te digo ¡coño!, ¡vende!" Y así se fue dando gritos de órdenes de ventas, de compras y de cálculos de beneficios ante las miradas atónitas de quienes se preparaban para gritar consignas contra los especuladores financieros entre otros.

Cuando llegó a casa se desnudó, se puso el traje de las celebraciones familiares, se embadurnó el pelo de gomina y armado de una pancarta casera y de elaboración precipitada contra la corrupción política y la partitocracia se unió a la marcha de parados, él, que sin duda alguna y según todas las apariencias, era un triunfador, aunque, por esos misterios de la vida, ninguno de sus conmilitones ocasionales con los que marchaba lo creyera seriamente.

lunes, 2 de mayo de 2011

Soneto

el futuro hollaron avenidas desiertas
el pasado será contigo, ciudad y cielo
el presente fue y será en la noche tu beso
el ahora un pensarte que la esperanza alientas

pasado y futuro son adioses y anhelos
calles trazadas sobre los surcos de la piel
palabras vertidas en la tierra de tus huesos
tuétanos de ríos que una vez acaricié

y cuando la llama de la sangre se apague
cuando enviuden de deseos todas las vestales
cuando el pasado amenace inundarlo todo

aliviado de tantos futuros pesarosos
quiero sentarme al ocaso, en calma el corazón
entramados en el último presente, los dos.

viernes, 29 de abril de 2011

Ciudad Juárez

en-lo-que-cidas las madres
con las TRRIpas afuera
araÑÑANdo la basura
buscando a sus hijas
las hijas pobres de Ciudad Juárez

1993, Alma Chavira Farel, 13 años
estrangulada
oficialmente la primera de una lista sin márgenes
Celia, Luisa, Marta, Mari Cruz...mas de 400
estranguladas, azotadas, violadas, torturadas, mutiladas, sacrificadas, mancilladas,
retorcidas, desmembradas, destruidas
las madres no saben como ocultar a sus hijas
de la vesania feminicida

son los viejos cuentos del hombre del saco
de lobos en bosques, de ogros voraces
antiguas historias de castillos sobre colinas
contra el cielo recortados
con nobles siniestros aburriéndose en palacios
Bathóry y sus baños en sangre de vírgenes
Gilles de Rais, de escudero de santa y mártir
a torturador y asesino de niños
("¿Por qué, Dios, dejaste que mataran a Juana?
¡yo te reto!")
Albert Fish, Chikatilo...
abominaciones del infierno
Pero Ciudad Juárez es peor que eso
es peor el silencio
el silencio y la corrupcion que acuchilla maquiladoras
mano de obra barata, carne barata
que trinchan los politicos y la policía para echársela a los perros
a los perros de Ciudad Juárez
ciudad-maldita ciudad-fronteriza ciudad-dinero
ciudad-droga ciudad-corrupción ciudad-mierda
hasta dios se esconde en sus iglesias y no sale
porque ha desatado al hombre-monstruo al hombre-alimaña
por sus calles.

las madres arañan la basura
buscando el eco de sonrisas
el brillo de unos ojos
de un rostro querido
entre la inmundicia.

sábado, 23 de abril de 2011

The Beatles - Helter Skelter. La canción que trastornó a Charles Manson




En el Valle de la Muerte nos esconderemos
ocultándonos de las fauces de las panteras
cuando devoren a mujeres embarazadas
cuando caiga el Helter Skelter sobre la Tierra
cuando holocausten a los pig pigs pigs pigs... look out!!
look out helter skelter here it´s coming down
nosotros en nuestra cueva escuchando a Paul
después saldremos y dominaremos las fieras

Camino por el filo del Valle de la Muerte

tell me tell me tell me the answer

ya está aquí el Helter Skelter
negros matando a los blancos
démosles la carroña de
camino con mi familia por el Valle de la Muerte
cantando por la llegada del Anticristo
mujeres embarazadas
Id, matad a los pigs-cerdos
carroña para las panteras, para las hienas
que huelan la sangre, que precipiten el Helter Skelter
Helter Skelter here it comes, Helter Skelter Helter Skelter...
(toma ácido hermano, lee la Biblia y escucha el White Album
el Helter Skelter ha llegado)

jueves, 21 de abril de 2011

Creación

0
No
Nada
después
casi al instante
la gran explosión
y restalla el trueno
llueve durante eones
las aguas trepan lamiendo
Noé devora los animales del arca

Más tarde el pie del hombre ahuella el barro
Coge el fémur de Noé ahogado y mata a Abel
y el hombre se hace hombre en el asesinato
corriéndole un alma por la sangre crecer.

Alma oscura enturbiada que funda ciudades
del polvo de desiertos y jirones de cielos
con lágrimas de mares y con ansias de infiernos
con tumbas de muertos abiertas en noches que arden

yo te miro dormida
estás aquí esta noche, pero quizá...
las ambulancias suenan

aúllo por los jardines del Edén
masturbándome a escondidas
duermes... las ambulancias, la ciudad

estás aquí ahora, pero mañana...

en los árboles no quedan manzanas que arrancar
las espadas ya no custodian ciencias
el jardín es de nuevo un erial
el hombre retorna al barro
Dios vuelve a las aguas
el universo muere
se encoge
solo un
punto
nada
todo

0

martes, 19 de abril de 2011

Poema de un camarero de burdel

a las chicas del club latidos

El club no era un hotel, no no, ni la sala una sala de fiestas, los clientes no iban a dormir ni a bailar, iban sencillamente a follar, era lo que en otros tiempos se podía llamar un burdel y las señoritas no eran señoritas, eran putas... o señoritas que cobraban por follar: putas. Era palabra prohibida, sin embargo, tabú, y hasta los tacos había que podar y decir "me cago en..." lo que sea menos en la puta. Empezaba a las seis y había que preparar las barras, las luces, el equipo de música, máquinas, monitores, cortar rodajas de naranjas y limones, reponer las baldas de whiskys, rones, ginebras...y entonces podía pasar que entraba el primer cliente y no haber chicas en la sala, y había que avisar a la "Mami" que las echaba escaleras abajo, y solías ser tú, Olga, la primera, siempre con tu conjunto blanco de dos piezas que contrastaba con tu piel cobriza de colombiana educada, y yo te observaba engatusar al señor, tus pechos magníficos de fascinación pendular y al final me llamabas "David, por favor, me pones un gintonic. Me invita el caballero" entonces yo al caballero miraba y el caballero afirmaba, pero cruzándonos las miradas, Olga, nos reíamos con los ojos cuando 20 euros (12 de comisión para ti) le cobraba por media tónica en tu copita estilizada haciendo como que ponía ginebra sin echarla porque la noche sería larga y tú eras prudente o con algunos años ya de profesión sobre las espaldas, no como otras más jóvenes o ya perdidas y sin rumbo que terminaban alcoholizadas. Pienso en Vanessa, en sus 20 años de alegría y borracheras, en Barby que después de muchas copas y de poco trabajar, frustrada, enseñaba las grandes tetas, rompía a llorar y rompia vasos y rompia todo y amenazaba clientes y había que llevársela, también pienso en Simona, de ojos melancólicos ¿qué pensaste aquella noche cuando sobre la barra llorabas, en Rumanía, en tu pueblo, la familia? luego te sacudiste la tristeza y fuiste a la caza de alguno que te quisiera pagar, muchas veces deseé estar del otro lado, del otro lado, sí, del otro lado, y pagarte Simona y pagarte Vanessa y reírnos desencajados mientras derramo mi dinero sobre vuestra piel y el alcohol y el sexo nos hace desear el fin del mundo, sin mañana y sin ayer, pero por otra parte no y todo se mezcla confuso el deseo y la repulsión, y pienso en Flori, tan delgada y frágil (¡y qué nombre tan apropiado se puso!) sentada con las piernas cruzadas reía divertida por mis olvidos de camarero novato, otras me insultaban...Sofía, Melissa... menudas busconas. Belén, qué sonrisa de niña más encantadora, deja a Antonio el gordo, nunca dará el paso, ¡siempre con la vana ilusión de encontrar un príncipe azul (aunque sea viejo, cojo y feo) generoso en euros!, vuelve con tus hijos a Bogotá, ya ahorraste suficiente. Pienso en ti Isabel, ¡qué gran corazón! y como te ibas despojando en el escenario deslizando tu sexo por la barra (siempre pedías tanqueray para limpiarla) con la música de Chris Isaac noaaaaaa... want to fall in love... me dijiste que me cuidara y me deseaste suerte y tú Maite, que me abrazaste con rocío de rímel en los ojos cuando os dije que me marchaba. Sí, os dije que me iba, harto de las mismas canciones noche tras noche, de humos, de borrachos, de algunas de vosotras, solo quería salir de aquella lúgubre cueva de 12 horas, caminar bajo las estrellas, que el viento en la cara me diera.

¡Cuidaos vosotras!

y volved a vuestros países sin decir a nadie lo que hicísteis ¿para qué? tan solo construid un futuro con el dinero ganado con el sudor de vuestras caricias en la

sucia España.

miércoles, 13 de abril de 2011

Análisis técnico-pericial de un soneto criminal por el profesor emérito en Psicopatología Artística Don Rafael María de la Rosa Escribano-Bonano.

No pude resistirme al impulso

La teoría del impulso irresistible en la criminalística está ampliamente estudiado, siendo en la actualidad opinión generalizada entre psiquiatras, criminólogos y juristas que dicho impulso no es por sí solo eximente de responsabilidad penal, siendo por otro lado...

al verla allí tan bella y hermosa

...objeto de estudio la posibilidad real de arrebato criminal la exposición prolongada y sin las debidas precauciones a una fuente de belleza intensa con una fuerte carga para el individuo (individuo con ciertos desarreglos artísticos) de una importante componente emocional...

expuesta a la mirada indecorosa

...que puede conllevar, en algunos casos documentados como los citados por el famoso psiquiatra Eugéne de Pombal Montofierro en su obra Casos Extremos de Psicopatología Artística, ediciones Mongolia 2002, un sentimiento de posesión exacerbado, desarrollándose anéxamente una hipersensibilidad con respecto a todo lo que tenga que ver con el objeto amado.

de cualquier zote de gusto insulso.

Así pues no es extraño que en estos individuos arrebatados se desarrolle (durante la adolescencia aunque también en la edad adulta) una progresiva psicopatología social que no pocas veces deriva en fobia, deviniendo aparejado en algunos casos un sentimiendo de superioridad, como se puede observar con total claridad en el verso objeto de análisis, todos son zotes para él, como se ve.
En un plano puramente cognitivo...

¿Como resistirse ante esa piel

...cabe destacar las repeticiones obsesivas (de nuevo la idea del impulso irresistible). Los sujetos analizados refieren con frecuencia la aparición disruptiva de pensamientos de los que aseguran no tener ningún control, no solo de su aparición en la conciencia sino también de su desarrollo interno y su finalización, quedando completamente ajenos a su voluntad dichos procesos. Estas fantasías pueden adquirir la forma de un delirio...

perfectamente dorada y en su punto
de vello acaramelado que junto
o por separado es canela y miel?

...digamos que sinestésico, si se me permite la expresión un poco sui generis pero que puede ser ilustrativa de la idea de hasta qué punto el "delirio sinestésico" puede llevar a estos pacientes a confundir al sujeto motivo de su obsesión con alimento en su sentido más literal, aunque se trate de una mujer, objeto de la agresión por parte del presunto criminal, como en el caso presente. Este fenómeno está ampliamente tratado por el profesor Montofierro en su obra anteriormente citada y a la que remito al lector.

¡Oh señor! sabes que no soy culpable
por ti de esta manera fui creado
tú inscribiste estos genes en mi orilla

Sin embargo y no obstante en algo debo disentir con mi distinguido colega Eugène de Pombal, y es referente a la importante cuestión de la responsabilidad penal, ya que efectivamente estos individuos manifiestan con frecuencia, como ya antes cité, la sensación de no ser ellos los dueños de sus actos, sintiéndose enajenados frecuentemente por seres sobrenaturales de índole demoníaca...

y, así que la vi, cuán herido por sable

...o bien, dependiendo de las creencias del sujeto, como instrumentos de la divina Providencia. A pesar de todo y en mi opinión erraríamos si los consideráramos enteramente irresponsables penalmente puesto que, según una teoría muy particular mía que desarrollaré con más amplitud en mi siguiente obra, creo firmemente en lo que yo llamo la "partición bicompartimentaria conciencial" (esto es, en dos compartimentos no estancos, esto es importante señalarlo)...

tras los cristales, quedé arrebatado,

...independientes entre sí pero a la vez conectados en tanto en cuanto el uno es consciente del otro (como se demuestra en el verso del artista enajenado en cuestión donde afirma ser "arrebatado" lo cual no le es óbice para ser consciente de ello), por lo que, y aquí viene lo molar en lo que se refiere a la responsabilidad penal-civil-subsidiaria, sería legítimo exigir al presunto infractor al menos el 50 % de las penas o cuantías...

rompiendo vidrios robé la rosquilla.

...que los jueces quisieran aplicar en cumplimiento de los códigos legales correspondientes y que sus señorías en Cortes quizá quisieran tener en cuenta a la hora de legislar en el sentido de...¿?
¿Rosquilla?
¿Qué broma es esta?
¡Malditos artistas! Ya me han gastado otra broma, con lo bien que estaba quedando la disertación...

Soneto criminal

No pude resistirme al impulso
al verla allí tan bella y hermosa
expuesta a la mirada indecorosa
de cualquier zote de gusto insulso.

¿Como resistirse ante esa piel
perfectamente dorada y en su punto
de vello acaramelado que junto
o por separado es canela y miel?

¡Oh Señor! sabes que no soy culpable
por Ti de esta manera fui creado
Tú inscribiste estos genes en mi orilla

y, así que la vi, cuán herido por sable
tras los cristales, quedé arrebatado,
rompiendo vidrios robé la rosquilla.

martes, 12 de abril de 2011

El exorcista exorciza sus demonios. Canción de Satanás al oído.

"El camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría" William Blake
("y a la ruina de la muerte prematura" David G. Alamilla)


El rubor de la piedra

porosa a los silfos
de mis silbos alegres
que de amor la estremece;
la rosa desangrada
en mi puño se quiebra
como arenas que escapan
de un desierto agreste
ansiando los placeres
de océanos fértiles
en besos de mujeres
¿o mancebos prefieres?
Miralos en tu iglesia,
Mira el temblor, ¡cura!,
el temblor de su carne
desnuda...

¡Vade retro Satanás! a los puros cielos
me debo, a la contemplación de la verdad
al infinito, más allá de lo que vemos
al espíritu incorruptible e inmortal.
Detén negro tu aleteo sobre mi alma
aleja el silbo oloroso de mis oídos
llévate a tus perros rabiosos de mi casa
y seca la fuente de ese jardín sombrío

Bebe en mis venas hijo
Búscame dentro, en ti
y siénteme crecer
sé como tu maestro
(Jesús el nazareno)
sacrifícate y sufre
recorre el sendero
del dolor y el placer.
Escucha las palabras
del ángel más hermoso
del ángel Lucifer,
¡mío es el poder!
a ti te lo ofrezco.

¡Maldito seas!¡Sal de mi corazón! ¡fuera!
Soy tu carne, contigo me llevas
¡Yo de mi te expulso en nombre de la pureza!
Soy la eterna sed de cada célula
la ansia con la que de noche sueñas...
¡laceraré mi carne!
...danzando en torno a tu cabeza
¡oraré día y noche
hasta desfallecer!
tras cada oracion allí estaré
Maldito seas diablo
Maldito eres por siempre...

(y el exorcista pudo expulsar de sí a Satanás
lanzándolo fuera envuelto en su cálido semen
tras lo cual pudo al fin descansar
aquietados su espíritu y su mente
en paz).

sábado, 9 de abril de 2011

La belleza de los billetes de banco

Para Annaestasia, que me regaló el título


La belleza de los billetes de banco
es la belleza de los cuernos del fauno
que arremete contra tu cuerpo de sangre
chupando del sol de la tarde la savia
y escupiendo rojas risas por los bares.
La belleza-fuego en el vaso...
vaso que estalla en cuerpo de mujer
licor salvaje que lacera su carne
alcohol que prende su alma en lupanares
donde la belleza es eterna sed
y compra poder el ciudadano amable
el vecino tímido y el buen padre
negros de adulterio e incesto a la vez.

La belleza de los billetes de banco
restalla en las pistolas humeantes
en las gargantas de los lobos que aúllan
con la resaca aún de destruidas lunas
y el vómito de estrellas sobre las calles,
en amaneceres de bocas abiertas
que no gritan, o gritan palabras mudas

La belleza de los billetes de banco
arroja a los niños por las alcantarillas
de los anos putrefactos de los padres
que ya nunca al cielo pero al suelo miran
ofuscados por el futuro dorado
de un violento horizonte cargante
que les acuchilla los ojos, las manos
armadas de asesinatos y mentiras
por la intensa belleza de los billetes,
arrebatadores billetes de banco.

miércoles, 6 de abril de 2011

¿Te acuerdas?

Para María.

Olvidémonos de tantas noches amargas
de tantas lunas desgarradas
en países extraños y fríos
inviernos con calefacciones averiadas
de trabajos duros en hoteles
de lloros, desencuentros, crueldades...
olvídalos María
abre la cajita donde los recuerdos
los deseos mas hermosos guardes
y guarda ese de la noche aquella, en Granada,
del momento aquel
¿Te acuerdas?
la noche en que nos embriagamos de té
que agarrados nos reíamos caminando ebrios
al pie de la Alhambra
la noche en que llegamos a casa atropellados de amor
de ansia
la noche en que hablamos hasta el amanecer
de cosas vanas
felices solo de estar en la misma cama
solos bajo la misma manta
la noche en que te quise como nunca más te he llegado querer.
Guárdalo por favor
y pensemos que nuestros hijos son fruto de aquella noche
aunque llegaran después

lunes, 4 de abril de 2011

Sapos y conejos

Donde trabajo hay un campo de golf
de hierba verde
aunque de noche sea negra
y en las noches con luna
es mar de plata gruesa
en cuyas riberas los sapos cantan
monstruosos
y los conejos son patos que aletean
huyendo de la escopeta.

El sapo croa pero el conejo es silencioso
Con luna grande el conejo corre
junto al patrulla.
El sapo canta pero es perezoso,
compañeros tengo que bajo las ruedas
los estrujan:
ronchas en el asfalto,
pellejos vacíos vomitando vísceras
que suben al cielo en reguero de amapolas
buscando constelaciones salvadoras,
alimento de hormigas
que desde los confines
de lo cercano
acuden para devorarlo.

Yo doy rondas,
deshilvano la luna cada hora
tejiendo con su hilo este poema
acompaño de los planetas las órbitas,
ordeno a mi gusto las estrellas
y a los gatos observo cazar en el hedor de la maleza;
a veces emergen con ratas entre los dientes,
me miran prevenidos;
yo como un bocadillo de soledad y de tristeza.
Los gatos son silenciosos.
Los perros no,
en el verano venían en pandillas amenazantes
que pasaban como delincuentes ávidos,
lobos cabalgando por el bosque
buscando descarriados.

La noche vibra en coros de miles de sapos
en aves nocturnas que anidan,
en gatos que cazan
en perros que pasan
y en conejos que nadan por un campo de golf
hecho mar de plata.

viernes, 1 de abril de 2011

Tres sonetos eróticos y algunos versos pudorosos.

I. Tu sexo.
Me gusta en mis dedos sentir tu sexo,
al principio suave acariciarlo,
apenas con las yemas convocarlo,
hacerlo del averno-cielo el nexo.

Me gusta sentir tu sexo en mis manos
todo él en ellas líquida fruta
derramada sobre mí cuán cicuta
de miel acre sobre mares insanos

ardiendo en los límites del placer.
Amor, contra las paredes furiosos
homicidamente hacia abajo horado

anhelando la muerte y el renacer
empujando, empujando sudorosos
entrañándote el fruto morado.

II. Tus pechos.
Beso las roquedas de tus costillas.
Mi oído poso en el valle de tu vientre
(dentro en tus cauces deja que me adentre)
y subiendo arribo hasta las Antillas

de tus pechos: Nuevo Mundo anhelado,
como Colón soy el primero sin serlo,
primero en tomarlo sin poseerlo
en libar sus tesoros de Eldorado.

Entre ellos palpita un Universo,
entre ellos me siento a mirar la Luna
y el cielo por tu emoción conmovidos.

Suavemente entre mis labios, terso,
tu pezón blanco de leche me acuna
y en mi boca volcanes son sorbidos.

III. Tu boca.
En mi boca volcanes son sorbidos
quemándome la lava de tus besos
los ojos ciegos soñando estos versos
sobre el rumor de soles derretidos.

Es tu boca susurro y palabra,
la claridad brillante de un te quiero
la soñadora noche de un muero
mientras mi ímpetu amoroso te labra,

te labra y me labras, me destruyes,
me descompones, al todo y a la nada
me lanzas, me buscas y me rehuyes

y recompones con tu voz de amada
con tus suspiros que queman mis oídos,
sí, en mis labios volcanes son vertidos.

IV. Tu frente. Versos pudorosos.

Después de follar como locos,
de arrancarnos los sexos
y embriagarnos de su hedor
te besé en la frente;
dejé mi sombra sudorosa
en la pocilga del amor
y yéndome poco a poco
te cubriste los pechos
con gesto pudoroso.

lunes, 28 de marzo de 2011

Los aviones de papel no vuelan

Encontraba inútil seguir fingiendo. Al principio acogió los cambios con verdadero miedo. Sabía que todo su mundo se le volvería del revés cuando tendía la mirada hacia el futuro y preveía las consecuencias; en los momentos de flaqueza no encontraba dentro de sí la fuerza suficiente para afrontarlo; la idea del suicidio le rondaba por aquellos días. Pero a pesar de todo era hombre con algunas virtudes, una de las cuales era el coraje forjado después de un doloroso consumirse en un fuego frío y oscuro. Decidió arrostrar la situación, si es que esas cosas se deciden y no están marcadas por el destino de nuestras inclinaciones naturales.

Todo fue ocurriendo lenta pero imparable como el paso de los minutos en la esfera de su reloj, tal como él había previsto pese a lo cual no dejaba de ser lacerante.

En los primeros días fueron los ojos de los amigos que rehuían los suyos, la instintiva hostilidad del vigilante del edificio donde trabajaba cuando lo hacía pasar por el arco de seguridad, el mutismo de los vecinos en el ascensor. En casa, después de muchos años de matrimonio, su mujer empezó a sufrir de extraños olvidos como no poner su plato a la mesa durante el almuerzo familiar, o cuando el hijo mayor ocupaba el que hasta entonces había sido "el sillón de papá" desde donde durante años había visto las noticias por la televisión y echado la inevitable cabezada antes de volver al trabajo. Él les hacía ver esas faltas a las rutinas cotidianas sobre las que se cimenta todo hogar, pero se mostraba comprensivo, y hasta se enternecía, viéndolos dar titubeantes explicaciones.
Más tarde, cuando los cambios ya empezaron a ser evidentes y difíciles de ocultar, los descuidos dejaron de ser actos fallidos con sabor freudiano para pasar a una animadversión consciente y hasta alevosa podría decirse; de alguna manera se sentían justificados y en el derecho a ejercer su desprecio sobre él. Así hasta que cambiaron la cerradura de casa y ya no pudo entrar. Inútil apelar a la solidaridad de los vecinos, vecinos que preferían subir por las escaleras a compartir ascensor o que volvían a salir a la calle fingiendo haber olvidado los huevos sobre el mostrador o aquejados por la súbita certeza de que llegaban tarde a una cita. Le costó trabajo pero al final encontró una pensión donde la casera sufría de cataratas y era algo dura de oído.
Poco después, o poco antes, lo mismo da, perdió el trabajo: una mañana encontró en su mesa un sobre con la carta de despido y un dinero en concepto de indemnización. Quiso hablar con el director general en persona pese a la advertencia perentoria de que no lo hiciera escrita a modo de postdata en la nota; se encontró la puerta cerrada con pestillo y al vigilante acudiendo raudo para echarlo del edificio.

Ya en la calle el sol caía a plomo. Todo caía a plomo: sus piernas, sus brazos, su corazón, su cabeza. Se sentó en un banco mareado y cayó en la cuenta de que no tenía ningún sitio a donde ir; entonces sintió una soledad tan devastadora como nunca antes había sentido. A la puerta de una tienda de comestibles, mientras su madre compraba el pan y la leche, un niño intentaba hacer volar un avión de papel, pero apenas se elevaba unos palmos caía en barrena. Los aviones de papel en este mundo no vuelan, pensó. La madre salió y agarró al niño de la mano que seguía empeñado en hacer volar su avión ante las protestas de la mujer por las paradas a que la obligaban los intentos frustrados de su hijo. Él se levantó empeñado también en beber su copa hasta el final, y con ánimo de profundo desamparo, tomó el camino contrario al del niño: una avenida que se adentraba en el centro de la ciudad. Y fuera porque las últimas ataduras habían sido soltadas o por la aceptación fatal de su destino, el hecho es que el proceso de transformación parecía acelerarse con cada paso. La gente se apartaba de su trayectoria y el reflejo de los escaparates le devolvía una imagen que cada vez reconocía menos. Arriba, por encima de los edificios más altos, un avión de potentes motores rompía las nubes hacia un destino desconocido.

domingo, 27 de marzo de 2011

El hombre que leía a Dylan Thomas sin entender una mierda. Cuento.

No era un astro marinero ni un conglomerado de palabras ahogadas ni nada de eso que había creído intoxicado por los versos dylanianos que aún refulgían en su pensamiento. Aquello que la marea le estaba llevando a sus pies no era sino el cadáver de una mujer de apariencia nórdica, al menos por su pelo amarillo-oro y sus facciones de barby abotargada. Al principio se quedó tan sorprendido que no sabía si era real o una epifanía convocada por el bardo galés. No podía decir que fuera una mujer hermosa, quizá lo fuera hacía unos instantes con las mejillas arreboladas por el sol no habitual y los ojos brillantes de vida. Pero así, con la cara deformada por el exceso de mar y de muerte (siempre excesiva) no se lo pareció. Después empezaron a llegar paseantes y hubo que llamar a la policía. Al primero que interrogaron fue a él.
-¿Qué libro estaba leyendo?- preguntó el policía después de las cuatro preguntas de rigor (el caso no daba para más) del cuándo, el cómo, si vio u oyó algo fuera de lo normal y si la había visto antes.
-La poesía completa de Dylan Thomas.
-Ah, me suena.., a mi me gusta Lorca y Machado sobre todo... era americano ¿no? Tengo entendido que Bob Dylan se puso el nombre por él..ese sí que es bueno, ¿eh? Me encanta la música de Bob Dylan.
Llevaba gafas oscuras y vestia de sport, nada de traje y corbata: unos chinos grises y un polo marrón bajo una chaqueta sport y todo soportado sobre mocasines sport. Entre frase y frase mascaba chicle.
-Sí, pero era británico, aunque murió en Nueva York. Los beatniks lo tomaron como un referente -dijo el lector animado por hablar con un aficionado a la poesía.
El otro lo miró unos instantes con cierta fijeza. Le pareció petulante al tiempo que aumentó su curiosidad por aquel poeta que no solo había prestado el "Dylan" a Bob sino que además había influido en los de Liverpool. -No sabía que también estaba detrás de los Beatles...¿me permite?, gracias. Me gusta la poesia, de joven escribí alguos versos, tonterías de chaval con demasiadas espinillas y mucha timidez...¡uf, esto es muy denso para mi, no entiendo una mierda!, a mi me gusta el Romacero Gitano, sobre todo cuando habla de la guardia civil y del pavor que le tenían los camborios, jeje...¿entonces no puede decirme nada más sobre la mujer muerta, no recuerda nada más?...Bien, tome su libro y que tenga un buen día.
Cuando le devolvió el libro alguien gritó a su derecha "¡ahí viene otro!", y a su izquierda "¡y por aquí también!" Espaciadamente y en lenta procesión fueron arribando a la playa cuerpos dóciles de ahogados sin distinción de sexo o edad, así como pecios de antiguas batallas: naos troyanas, mascarones de proa de dioses vikingos, submarinos del tercer reich...y restos de cometas, rescoldos de estrellas y trozos de planetas con el mapa fragmentado...
El agente de la ley estaba estupefacto.
-Pero...¿qué mierda está pasando aquí? No entiendo nada.
-Yo lo único que sé es que los beatniks no tenían nada que ver con los Beatles-dijo el lector como si hablara en sueños.
El poli le encaró tras las gafas oscuras y le soltó despreciativo:
-Usted es un cretino.

viernes, 25 de marzo de 2011

Primavera.

La primavera tan cantada por los poetas
en que las flores son violadas por los insectos
y el resplandor de la carne desnuda me altera,
alocando la sangre en estos días lentos,
ya ha venido.

Y qué vistos parecen los anteriores versos:
que si la sangre alterada, las flores, los bichos,
las muchachas-flor, los chicos-insectos...el sexo,
la dicha y el dolor, la soledad en la que vivo,
sí, ya ha venido.

La primavera llega y es bacanal y santa
con confesionarios de adolescentes culpas
quemando las sacerdotales sotanas blancas
y los dioses caminantes por las calles luchan
con ígneas espadas

Primavera, infancia suave del violento estío,
renacer cíclico de invernales cenizas,
que en cuerpo, mujer, combustión del corazon mío,
te haces de luz y de sueño, y azules delicias
de ardor bravío.

También de Jesús nazareno es la primavera,
varón de dolor y sangre, de sufriente gesto
desclavarte quiero y en brazos de la Magdalena
huye de los templos quietos, sé en el aire el Verbo
que en todo compenetra

Primavera de olores de incienso
y chicas frescas.

jueves, 24 de marzo de 2011

La espalda de Cecilia

Hola Cecil ¿como estás?
Tu espalda..ya sé ya sé,
me contaste el accidente,
¿tras qué libro ibas en pos
que se cegaron tus pies?
¿Sobre qué alto pensamiento
la mariposa en tu mente
dibujaba hipnotizador
las sendas del conocer?

Mujer curiosa, mujer
de sangre eres castellana,
de León, aunque en Segovia
ocurriera el traspié.
Ahora yaces en cama
porque ávida ibas, Cecilia,
de arte, ciencia y poesía,
historia y filosofía.
Con abandono de novia
tu espalda acariciar déjame
con estas manos que escribo,
con estos dedos que sueñan,
a ellos sin temor entrégate.
Pues sobre cada lunar
un sol estival pondré
y sobre cada dolor
la amapola de un placer,
porque tu espalda es mártir,
del sacrificio el lugar,
y por ser aún más, Cecilia,
es espalda de mujer.

Sé que te busco

Sé que te busco
pero tuerzo por mil caminos,
disperso.

He renunciado a ser
testigo diario de dos tallos tiernos,
del resplandor de dos soles nuevos:

Por querer respirarte, me ahogo,
por querer vivir en verdad, me muero.

Sé que te busco
pero por las calles me pierdo,
y por querer sentirme en ti pleno
me desgarro como un loco.

Sé que te busco con el desespero
del zarandeador de océanos y ríos
buscando oro.

Por las calles de los reclamos me pierdo,
siempre intentando ganar al trilero
y siempre perdiendo

Sé que te busco pero no te encuentro...o no me atrevo.

¿Serás tú?

lunes, 21 de marzo de 2011

El hombre que leía a Dylan Thomas sin entender una mierda

Yo soy ese que leía a Dylan Thomas
frente al mar cálido, sobre una roca,
y al fuego-cielo de encarnadas nubes,
donde muchachas con blancas espadas
danzan sin ropa alrededor del Papa
con doce pechos que escupen llamas
y siete uvas que hieren su piel yerma.
Leía a Dylan Thomas…
Y no entendía una mierda.

Pero sin entender miraba el mar hirviente,
Sus hermosos ahogados y sus buques de algas,
Sus astros a la deriva que rielan soñando
con espacios eternos y estrellas calientes.
Leía en el piélago de nacaradas palabras
tantos suspiros, odios, crímenes y amores;
quebradas contra las rocas- como esta- las letras,
cuando el mar displicente las expele a la tierra.
Leía a Dylan Thomas…
Y no entendía una mierda.

Leía sobre esta roca
las misteriosas palabras,
los atiborrados versos
de imágenes, de colores
de arcanos, y no miento
cuando rubrico y afirmo
que el bardo galés beodo
es un excelente poeta,
poeta al que no entiendo,
Dylan Thomas, ¡mas te siento!
Y aunque no bata tu récord
de dieciocho, o más, whiskys,
según dicen que dijiste
en tu último bebercio:
¡Honor y fama eternos!
Por ti brindo y por tus versos
(si bien una mierda entiendo).

domingo, 20 de marzo de 2011

Japón

Japón

Del mar vino la muerte
en pie sobre una ola,
negra, encabalgada,
espoleando las aguas
con mano cruel toma
las crines espumosas.
Recortada siniestra
contra el sol naciente,
Vino la muerte.

Revientan avenidas
y las calles estallan,
pisotean los corceles,
ciegos de feroz ira,
cuanta carne y vida hallan,
y en el turbión furioso
las quejas enmudecen,
y en silencio ahogan
las bocas, y en muerte.

Japón, nueva Atlántida,
Japón del sol muriente,
al mundo en vilo tienes
por tus miasmas uránicas.
Pero Japón, tu gente,
esa que escarba el lodo,
buscando a sus seres
esa que morir sabe
tan dignamente, esa,
la muerte no merece.


Tokyo Blues

Murakami escribió su novela
sobre amores ciertos adolescentes,
amores tristes, amores dolientes
amores que el mismo amor anhela.

Los rascacielos de Tokyo se tuercen
El blues viene de la tierra y el mar
a borbotones el blues sin atar
que quizá a los espiritus fuercen

a pensar: qué es la vida y qué la muerte
qué misterioso sino nos gobierna,
qué arbitrarias leyes sigue la suerte

que hoy nos es dura y mañana tierna.
Murakami así su blues escribía
sobre un suelo que vivo se le abría.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Cuento de Navidad nº2.

Fue el reponedor del pasillo de las conservas el que le contó, mientras paletizaban paquetes de café natural en el almacén, que el gordo de Navidad ese año acabaría en 82.
- ¿Ycómo lo sabes tú? -Le preguntó mientras recogía con rapidez los paquetes desparramados por el suelo pensando en la excusa que daría al jefe de departamento si apareciera por la puerta. Y es que con la verdad, que todavía no se había hecho al nuevo torito (o carretilla elevadora como preferían llamarlo ahora) no bastaría con aquel mendrugo extremeño que respondía al ridículo nombre de Eclesiástico, Tico para todo el mundo sin excepción.
- Yo no lo sé. Eso dice uno de “bazar pesado” que conozco.
-¿De aquí? -Ya faltaba poco, menos mal que le estaba ayudando el de las conservas.
-Sí, está con las lavadoras y todo eso. Es uno de los vendedores. Lo habrás visto, está siempre por allí dando vueltas.
-¿Cuál de ellos? Porque yo he visto por lo menos a dos.
- El bajito no, el más alto.
- Ah, ya. ¿Y cómo sabe ése lo del gordo?
- Dice que se lo escuchó decir anoche a un vidente en el programa de Buenafuente.
- Menuda chorrada.
- Pues sí. Ahora, como salga, me jode. Yo llevo el 43.
- Y yo el 91.-Ya habían terminado; unas vueltas alrededor con el rollo de plástico para prensarlo y listo.
- Bueno pues yo sigo con lo mío, que todavía me quedan por poner los calamares y las verduras -decía mientras tiraba del traspalé con la mercancía encima.
- Gracias, tío.
- De nada.
- Por cierto, hoy antes de irte deja la cabecera de atún hasta arriba, que después Tico se pone hecho una fiera si la ve medio vacía, y la paga conmigo.
- Ese tío es gilipollas…¡lo que trae con las cabeceras!
- Es su obsesión.
- Pues la mía es la promotora nueva de los quesos, ¿la has visto?
- No.
- Pues vaya si está buena.
- ¿Sí?
- Y simpática.
-¡Coño!, pues habrá que echarle un ojo.
- Otra cosa le echaba yo. Bueno me voy -apretó el pulsador y salió a los pasillos luminosos atiborrados de comida, y a los villancicos que atronaban por megafonía ininterrumpidamente desde por la mañana.

Cuando salió el reponedor se acercó a la puerta automática y miró a través del arrugado plástico a la tienda que a esa hora del almuerzo presentaba los pasillos casi vacíos de clientes, si acaso algún solitario empujando un carrito, calibrando con cuidado, mirando etiquetas, lo que introducía en él. Dirigió la vista hacia la zona de los lácteos pero la promotora, de estar, estaría en el pasillo central con su bandeja de degustaciones y presumiblemente con falda negra, algunas incluso minifalda, y blusa blanca. En cualquier caso imposible de verla desde su posición.
Tico entró al almacén por la puerta del patio. Desde que había cambiado de zapatos, ahora con suela de goma, se había vuelto indetectable al oído.
-Este palé de café que hace aquí –soltó a bocajarro.
Se giró sobresaltado hacia donde venía la conocida voz.
-Eh, sí, lo estaba embalando para colgarlo ahora-. Tico, jefe del Departamento de Alimentación Seca, con gafas, que hacía descargar el cuerpo sobre la pierna derecha por sufrir en la izquierda de una leve cojera, que no se le conocía la risa excepto cuando, exibiendo una servil, acompañaba a algún directivo de la empresa o al gerente del centro, escrutó el almacén:
-¿Y aquel palé de suavizante qué hace junto a las galletas?
-Qué palé de suavizante…ese es el nuevo: ya le he dicho mil veces que los productos de droguería van en el pasillo de atrás, pues nada, lo pone donde le da la gana. Ahora, yo no pienso comerme sus marrones.
-Bueno pues cuando venga se lo explicas muy clarito por última vez, y le adviertes que como se lo tenga que decir yo será para ponerlo en la calle. ¿Cuándo entró?
- Antes de ayer.
-¿Y en dos días todavía no sabe donde está el pasillo de la droguería?
- Claro que lo sabe, lo que ocurre es lo de todos los años con los refuerzos de Navidad: saben que solo van a estar un mes y hacen lo que les da la gana. Y más éste, que sustituye al que entró el día uno y tiene contrato solo de dos semanas.
- Ese no es mi problema. Tendré que decirles a los de personal que hablen con la agencia: cada vez nos los mandan peores.
Después se giró, apretó el pulsador rojo de la puerta y salió a la tienda.
Él se subió en la carretilla, pinchó el palé de café y con cuidado para evitar las sacudidas lo colocó en su sitio.
Mientras trabajaba pensaba en lo que le había dicho el reponedor sobre la lotería (que se jugaría al día siguiente) y creyó acordarse de un número con la terminacion 82 expuesto en la administración del centro comercial. Sí, estaba seguro: lo vio la semana pasada, cuando compró el que tenía ahora. Ya lo creo que sí: era el 02082. ¿Cómo no acordarse si era el número que pensó comprar en un primer momento? Estaba decidido hasta que en el último instante recordó haber oído, puede que en el telediario o de su padre, que las mejores terminaciones eran las impares y los más bonitos los números altos, con pocos ceros y cuyas cifras no se repitieran, por lo que aquel dos mil ochenta y dos (por el que había sentido una corazonada) no cumplía ninguna de esas condiciones. Él sabía que eso eran tonterías, no era tan estúpido, pero de alguna manera pensó que tantas posibilidades había de que saliera el 02082 como el que estaba a su lado, el 56391, y que puestos a creer en algo tan absurdo como una corazonada mejor sería dejarse llevar por la opinión general, que en no pocos casos estaba fundamentada en la experiencia. Además, ya lo decía el refrán: “cuando el río suena, agua lleva”, refrán que tantas veces había comprobado ser cierto. De esa manera, al final, logró autonconvencerse y se decantó por el 56391. Y ahora, subido en el torito, bajando el palé de suavizante para llevarlo a su pasillo, empezaba a arrepentirse. ¿Y si salía? ¡Bah!, tonterías. Pero a continuación pensó, con inquietud creciente, en la extraña coincidencia entre su corazonada y el pronóstico del vidente. Joder, ¿y si salía?
Terminó de llevar el palé de suavizante a su sitio y se bajó del elevador. Se echó mano al bolsillo trasero del pantalón, sacó la cartera y comprobó que llevaba encima el billete de veinte euros que habia sacado esa mañana para comer. Miró el reloj: aún faltaban diez minutos para las dos, hora en la que debía fichar, ni un segundo antes, para el almuerzo. Saldría de igual modo. Con suerte, aún podría encontrar abierta la administración: si después le llamaban de personal reprendiéndole por esos diez minutos ya se justificaría con cualquier historia. Además, ¿y si le tocaba la lotería? ¿acaso iba a seguir trabajando allí? De ninguna manera. Pondría su propio negocio, eso lo tenía claro.
En ese momento, cuando ya se disponía a salir, se escuchó el chasquido eléctrico que anunciaba la apertura de la puerta. De la tienda entró una promotora, de 19 o quizá 20 años, morena, guapa y graciosa con su coleta de caballo y a la que el atuendo habitual, minifalda negra en su caso, medias negras y blusa blanca le sentaba bastante bien. Llevaba una bandeja con trocitos de queso, muy pocos ya, cortados en triángulos.
-Hola –pensó que tenía una voz muy agradable.
-Hola.
-Me gustaría preguntarte… es la primera vez que trabajo en esto y no sé a qué hora puedo irme a comer, ¿a qué hora suelen irse las demás?
-Ah, pues a veces se van a las dos, otras a la una y media, depende. Supongo que cuando les hayan dicho en su empresa.
-Claro, es que a mí no me han dicho nada, y yo tampoco he preguntado, la verdad.
-Pero ¿tú tienes hambre?
-Ya lo creo, desde hace un rato.
-Pues yo que tú no me lo pensaba y me iba a comer, de hecho yo voy a hacerlo ahora.
-Además, ya son las dos, no creo que me digan nada, ¿no?
-¡Qué te van a decir! Tendrás que comer como todo el mundo.
-Claro. Por cierto, ¿quieres queso? A mí no me gusta mucho, la verdad, aunque llevo toda la mañana diciendo que está riquísimo.
-Bueno, pues lo probaré –cogió un triángulo y lo mordió. El queso le pareció algo amargo.
-Pues sí que está regular.
-¿Verdad? Pues al que repone el atún le chifla, lleva toda la mañana rondándome el queso.
Él se rió.
-De verdad.
-Ya ya, si no lo niego, es que me hace gracia.
-¿Sí?, bueno…¿y donde puedo comer barato por aquí? Con los nervios de empezar hoy apenas me he traído dinero.
-¡Buf!, difícil. Pero mira, a mí, por ser empleado, me hacen descuento en el buffet que está cerca de la entrada. Si quieres pido por los dos y después hacemos cuentas. La mitad por lo menos te va a costar, y si te falta algo mañana me lo das.
-Ah, pues vale, ¿y esto donde lo dejo? –refiriéndose a la bandeja.
-Aquí mismo si quieres, encima de este palé –señalando al de legumbres en el que estaba apoyado.
Al fichar, el reloj le dijo que pasaba un minuto de las dos. Bueno, pensó, ya escaparía después a comprar el billete, de todas maneras ya estaría cerrado.
El reponedor de las conservas, ocupado con los calamares, creyó ver pasar pasillo abajo al auxiliar junto a la chica de los quesos. Se asomó a la cabecera de la derecha, que era de botes de cacao soluble marca de la casa, y los miró alejarse por el pasillo central.
-¡El hijoputa! –se le escapó.

El restaurante a esa hora estaba lleno. Eligió una mesa alejada del fondo, donde solían ponerse los empleados. Allí estaban Paco, el pescadero, Toñi, la frutera, Eduardo, el auxiliar de textil y varios más. Él los saludó con la mano mientras cogía el pan y los cubiertos y los echaba en la bandeja. “¿Hoy no te sientas con nosotros?”, decía Paco malicioso, “Se ha ligado una promotora y ya no quiere saber nada de los colegas”, continuaba Eduardo, “No sabéis hablar más que de lechugas y boquerones. Hoy voy a descansar”, lidiaba él. El cachondeíto y el cruce de pullas duró todo el rato que estuvo en el buffet llenando la bandeja. “¿Todo eso te vas a comer?”, le preguntó Ana cuando pasó por caja, “Pues sí”, “Ten cuidado, que como te vean…”
Cuando él volvía con la bandeja repleta de comida ella se dio cuenta de que la cajera la estaba mirando.
- Oye, ¿no te dirán nada por esto? –Le preguntó cuando se sentó.
- Da igual. Adolfo, el encargado del restaurante, está hoy en Marbella, en la inauguración de un nuevo centro.
- Ya, pero se lo pueden chivar después.
- Por una vez que lo hago…aquí todos lo hacen cuando les da la gana.
- ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
- Si entré con 20 y tengo 25, pues cinco años justos. Así que si me echan por esta gilipollez tendrán que indeminizarme, y después contratar y enseñar a otro, por lo que no creo…De todas maneras mañana me va a tocar el gordo, así que…
- Ah, ah. No creo –dijo ella con los carrillos llenos de filete.
- ¿Por qué?
- Por que me va a tocar a mí. Estoy segura, tengo una corazonada.
- Eso de las corazonadas son chorradas.
Ella no contestó. En ese momento tragaba. Se limitó a hurgar en su bolso. Él se fijó por primera vez en los anillos de estilo hippy en sus menudos dedos.
-Mira –dijo mostrándole el 02082-, éste va a ser el gordo. Lo compré ayer aquí mismo cuando vine con mi jefe a que me explicara lo que tenía que hacer: era el último que quedaba.
Él tomó el billete y lo remiró. Creyó que le subía la sangre al rostro. Ella seguía concentrada engulliendo la carne y las patatas fritas. Tenía mucha hambre.
-¿Y era el último dices?
-Sí, ¿por qué? ¿Te gusta?
-Pish…es un número raro: no tiene ni un solo número impar, que son los de la suerte, y tiene dos ceros, además es muy bajito, normalmente tocan altos…
-Sí, pero está en el bombo con los otros –replicó ella con lógica que desarmaba-, además con éste tuve una corazonada, y eso ya lo hace especial para mí.
-Pish…-repitió sin querer, confundido, y sin saber como ocultar el chasco que sentía. Ella pensó que era un poco raro aunque le seguía gustando igual, puede que más, de cuando lo vio el día anterior reponer la cabecera de atún con gesto de enfado, colocando las latas casi como si partiera almendras con ellas (lo que le hizo gracia), mientras su jefe le explicaba como tenía que cortar el queso para que salieran perfectos los triangulitos. “El queso, te reconozco, es una mierda”, le iba diciendo mientras ella miraba de reojo al auxiliar, “pero es nuestro cliente, el que paga mi sueldo y el tuyo, así que tú, ya sabes, mucha sonrisita y mucho decir qué rico está el queso. Y ándate con ojo porque el cateto suele darse una vuelta para ver como se lo promocionamos”. No sería hasta después, camino del parking donde tenía aparcada la scooter, que sintió la corazonada al vover la cabeza hacia el pequeño establecimiento de lotería y ver el número cogido con una pinza en el escaparate.
El estruendo de sillas chirriando contra el suelo la devolvió a la realidad: los empleados del fondo se levantaron arrastrándolas, bromeando bulliciosos.Cuando desfilaron delante de su mesa cada uno de ellos soltó una gansada, menos Toñi, la frutera, que se reía de buena gana con la cantidad de tonterías que escuchaba, sobre todo de Paco, el pescadero, el más guasón. “Sí, sí”, iba respondiendo él a la batería de dardos, “lo que tú digas… adiós blancaflor…adiós adiós…Pacote, se te está poniendo cara de besugo, tío, con tanto pescao…Toñi, no sé como te puedes juntar con estos majaras, se lo voy a contar a tu marido…” Pero Toñi, de obesidad maternal y bonachona, incontenible en su risa, hacía aspavientos con las manos como si dijera “pues anda que a mí”.
Ya se marchaban por el vestíbulo principal camino del supermercado con el eco de la risa estridente de Toñi asordando los villancicos.
- Al Paco ese lo tengo casi delante del stand y es un show verlo: con su gorro de papá noel no paraba de gritar esta mañana “La dorada, llévate la dorada para nochebuena, que estoy que la tiro, niña, y además no indigesta” -imitó ella riéndose-. Parece que estuviera en el mercado. Aquí, quieras que no, choca.
- Es que antes trabajaba precisamente en el mercado de Atarazanas. Tenía un puesto con su hermano, hasta que riñeron, partieron por la mitad, y él se vino aquí. De todas maneras hoy está achispado, sí, pero es porque cada vez que se mete para adentro echa un trago de anís. Tienen una botella de anís y otra de coñac además de mantecados, en el almacén de los frescos.
- Entonces es normal…
Después de rebuscar en su bolso, sacar un cigarrillo y encenderlo, ella preguntó:
- ¿Y tú que número llevas? –Salieron las palabras de su boca envueltas en el humo de la exalación.
A él ya se le había olvidado el chasco de la lotería.
- El 56391 –dijo sintiéndose un poco avergonzado sin saber muy bien por qué.
- Es un número muy bonito.
- Sí...bastante.

Cuatro meses después, saliendo del cine agarrados de la mano, él le preguntó si todavía guardaba el décimo de lotería.
Ella asintió, y añadió:
- Es curioso pero sigo sintiendo la misma corazonada con este décimo.
- Y yo –dijo él-. Quizá este año toque.
- Quizá –dijo ella. Y le apretó fuerte la mano, oprimiendo la cabeza contra su pecho, acurrucándose.