lunes, 31 de julio de 2006

Las sufridas pelotas del hijoputa gilipollas.

Cuando el sábado por la noche en la disco, bajo las luces estroboscópicas, el hijoputa le dijo al cabrón que se cagaba en sus muertos, el cabrón lo cogió por las pelotas y se las apretó hasta que la cara del hijoputa pasó por todos los matices de malva, púrpura y morado oscuro. Entones soltó, y cuando lo tuvo en el suelo, el cabrón le pateó los riñones al hijoputa. A partir de aquel día añadiría al sobrenombre de hijoputa el apelativo de gilipollas. El hijoputa gilipollas. Pues bien la novia del hijoputa gilipollas intentó arañarle la cara al cabrón, pero la respectiva de éste, la cabrona, no se lo permitió, y más bien fue ella la que salió tatuada en su hermosa cara de hijaputa. Entonces, la hijaputa gilipollas cogió al hijoputa gilipollas y se lo llevó a la playa donde le hundió las pelotas monstruosas en las tibias aguas de Neptuno. Pero éste, al sentir sobre su divino seno tan espantoso aparato tumefacto, se indignó ante la falta de respeto evidente mostrado por la pareja de hijoputas gilipollas y les mandó al japuto, el macho de la japuta, que es un " f. Pez teleósteo del suborden de los Acantopterigios, de color plomizo, de unos 35 cm de largo y casi otro tanto de alto, cabeza pequeña, boca redonda, armada de dientes finos, largos y apretados a manera de brocha, escamas regulares y romboidales, que se extienden hasta cubrir las aletas dorsal y anal, cola en forma de media luna, y aleta pectoral muy larga. Vive en el Mediterráneo y es comestible apreciado"....sí, y muy cabrón también, como el cabrón de la disco. Cuando el japuto cabrón llegó adonde flotaban plácidas las pelotas del hijoputa gilipollas, (¡qué mala suerte coño, ahora que empezaba a sentir alivio!), con esa "boca redonda, armada de dientes finos, largos y apretados a manera de brocha", le dio un mordisco fatal que hizo que el hijoputa gilipollas levantara la vista con ojos lacrimosos y boca torcida a las estrellas, deseando morirse de una puta vez. Mientras el hijoputa gilipollas miraba hacia arriba, la hijaputa gilipollas miró hacia abajo y vio al japuto cabrón con las bolas del hijoputa gilipollas entre esos "dientes finos, largos y apretados a manera de brocha", entonces la hijaputa gilipollas, que por algo era gilipollas, se dejó llevar por el arrebato de la pasión al ver de qué manera tan inapropiada peligraba (¡con tanto cabrón suelto!) el placer que la hacía gemir: "¡oooh, aaah, uuum!", y con mano fuerte y puño apretado, le lanzó un gancho de derecha con pretensiones de romperle los piños al japuto cabrón que, además de cabrón, era avezado y sinuoso como demostró al soltar las pelotas del hijoputa gilipollas en el último momento, viniendo a impactar el derechazo de la hijaputa gilipollas contra las pelotas de su amado...el hijoputa gilipollas. Mientras el japuto cabrón se alejaba silbando "Soy la Reina de los Mares" (y es que este " f. Pez teleósteo del suborden de los Acantopterigios, de color plomizo, etc....", era un poco maricón), el hijoputa gilipollas la miró con desesperación dolorosa y, con un punto de amargura y rabia, le gritó desairado: "¡¡Pero serás hijaputa gilipollas!!" Entonces empezó a llorar contrita, no por las aporreadas pelotas de su adorado sino por: ¡a ver donde ella iba a encontrar ahora a otro hijoputa gilipollas que la hiciera gemir: "¡Aaah, oooh, uuum!" Pobre. Y es que no era fácil encontrar a otro que reuniera tales características. Por eso decidió esperar con santa paciencia (y algún que otro dedo, por no hablar de ciertas alegrías de la huerta) hasta que le retiraran la escayola de las pelotas a su bienamado hijoputa gilipollas que, como era gilipollas, al sábado siguiente, luciendo un bonito pantalón ajustado a la altura de la entrepierna (por dejar patente al respetable que había vuelto) volvió a cagarse en los muertos del cabrón, que le agarró de nuevo las.....en fin, lo que les pasa siempre a los hijoputas gilipollas: que no aprenden.

miércoles, 26 de julio de 2006

Relato tragiporno gore: El Emperador y la campesina.

El Emperador yacía laxo sobre los cojines de brocado con motivos florales, envuelto en finas y acariciadoras sedas volátiles traídas desde las tierras más allá de las montañas y el Gran Río, al norte brumoso, cuando, después de mucho escrutar la madera colorista del artesonado cuadriculado del techo de la Gran Sala Imperial, mandó callar con un gesto lánguido de su mano derecha a los músicos y, con voz asténica, informó a la Corte, siempre expectante de sus palabras, sobre cuán grande era su aburrimiento y hastío, y que quizá le apeteciera dar un paseo en palanquín por las tierras de su reino, ahora que con la primavera las tardes se tornaban agradables y los campos hermosos de contemplar.
Rápidamente todo estuvo listo para la excursion del Emperador: la guardia formada y los palanquineros junto al bello habitáculo dorado, mullido de cojines y almohadones, a la espera de su señor, ante el cual, al cruzar el umbral del palacio seguido de un enjambre de cortesanos, agacharon la cabeza como muestra de sumisión y respeto.
La marcha de la comitiva del Hijo del Cielo por los caminos levantaba una nube pulverulenta dorada en el crepúsculo de la tarde, dajando atrás miserables casas grises como islas en mitad de campos de cultivo, en los que se veían las espaldas encorvadas de los campesinos recogiendo el grano con sus cabezas ocultas bajo los tocados picudos. Uno de éstos observó con preocupación el paso del cortejo. Recordó a su hija que había ido a bañarse al lago cerca de la Pagoda, residencia de verano de Su Majestad. Pero éste miraba displicente el trabajo de sus siervos sin más preocupación que su tedio y vacío. Aun su desgana, sin embargo, ocurrió uno de esos casos misteriosos de sincronización (o coincidencia, dirán los excépticos) ya que, sin tenerlo planeado, le asaltó el capricho repentino de ir a la Pagoda junto al lago. Dio las órdenes pertinentes.
Después de un trecho de camino de tierra, cuyo polvo levantado le obligaba a taparse la boca con un pañuelo suntuoso, y tras un recodo, apareció el inmenso lago tras los árboles puntiagudos, reverberando sus aguas como miles de cristales de ensueño en la tarde que ya declinaba. Entonces, la presión que venía sintiendo en la vejiga le pareció lo suficientemente molesta como para mandar parar, bajarse de su trono portátil, y buscar entre los árboles uno adecuado para aliviarse. Cuando lo hubo hallado se dispuso a desagüar cuando el leve pisar de la hierba lo paralizó. Miró a su derecha y en un principio no ubicó el trazado negro que se movía sigiloso entre el verdor de la floresta. Pero cuando vio el perfil reconcentrado ya no le cupo duda: era un tigre. El miedo que sentía era grande, como nunca antes en su tranquila vida palaciega había tenido oportunidad de sentir. La sangre se le desmandó en las venas y el corazón la lanzaba con violencia por todo su cuerpo electrizado. Sintió pánico de que el tigre lo escuchara golpear contra la caja torácica. Pero éste, encorvado y lento en sus movimientos, parecía estar interesado en otra carne que, por la dirección que tomó el animal, pudiera estar a la orilla del lago. Allí dirigió la mirada y efectivamente la vio, tras unas cañas y matorrales, a una muchacha desnuda recién salida de las aguas como una diosa, de pechos turgentes y temblorosos, de piel rosada al últimpo rubor de la tarde, de cabello largo y negro, como el vello abundante del pubis. Le pareció hermosa como ninguna de sus cortesanas de modales afectados y protocolarios que habían terminado por repugnarle. Le pareció salvaje y apetitosa...como al tigre, que seguía acercándose camuflado entre el abundante follaje y que cuando la tuvo como a seis metros de distancia se abalanzó sin darle más tiempo a la muchacha que para un solitario y único alarido de terror antes de enmudecer su garganta entre las fauces del animal, apretándola, sintiendo la bestia el sabor de la sangre que manaba de la carne desgarrada, hasta que cesó la agitación espasmódica del cuerpo juvenil y perlado de gotas de la mujer. Entonces, después de mirar en derredor con precaución, empezó a devorarla por la cavidad abdominal, metiendo su enorme cabeza de felino entre las vísceras palpitantes de un cuerpo abierto como una flor de sangre. El Emperador, que estaba hipnotizado ante lo que veía, sintió como su miembro, todavía fuera, aunque sin llegar a derramar ni una gota de orina, empezó a recibir la sangre que corría desbocada por su cuerpo, erigiéndoselo, confundiéndose en ese bullicio violento de sensaciones el miedo atroz con el placer sexual: la consumación del éxtasis por medio del poder.
Él era el Emperador, el tigre.
Aquella misma noche, de vuelta en su palacio, mandó ansioso buscar por una campesina bajo pena de muerte si su deseo no era satisfecho, aunque para ello tuviera que ser arrancada del lecho de su marido. No importaba que fuese virgen o no, con tal que fuese joven y hermosa, como la desdichada del lago. De esta manera se abrió una puerta al infierno en aquel país en cuya dirección miraban cada mañana todos los hombres de la Tierra esperando ver salir el sol.

Así empezó su periplo sangriento, asolando aquellas tierras en busca de mujeres jóvenes que satisficieran su sed inagotable de espanto y placer doloroso cada noche de pesadilla en el que los gritos se adherían a las paredes del Palacio, penetrando en cada entraña, maldiciéndolo para las generaciones venideras que no quisieron habitar en él después de que se empezaran a conocer los relatos sobrecogedores de cómo el Emperador rajaba con afilado estilete los tersos cuerpos humedecidos todavía por el baño perfumado a las que obligaba a sus víctimas, e introducía su cabeza en la cavidad cálida y temblorosa de vida aún, y con los dientes desgarraba órganos, venas y tejidos, como el tigre poderoso en el que se transfiguraba, y cómo entonces, en medio del horror, experimentaba la lujuria salvaje y la embestía con la cara embadurnada de rojo espeso carmesí hasta la consumación final.
Después se quedaba dormido entre los despojos del sacrificio.
De esta manera fueron muchas noches, las cuales sin embargo no fueron exactamente iguales ya que en cada una de ellas encontraba modalidades distintas de placer, encontrando infinitas las posibilidades de exploración del cuerpo humano.
Los sacerdotes estaban escandalizados ante el sacrilegio que suponía la trasgresión del antiguo tabú, como así mismo los campesinos ya no sabían donde esconder a sus hijas, hermanas o esposas de la vesania del Emperador, el cual torturaba hasta la muerte al cortesano que no había sabido buscar con diligencia en las chozas malolientes de los siervos la mercancía que tanto ansiaba.
Así fueron las cosas hasta que una noche un soldado enloquecido encontró la discreta trampilla en el suelo que daba a un pequeño refugio en el que el padre de la joven de diecinueve años la había escondido en vano. De nada sirvió que el campesino le rogara e implorara; de sobra sabía el soldado el tormento que le esperaba si desobedecía, por lo que para acallar el gusano de la conciencia que le roía golpeó al padre hasta casi matarlo. Sin embargo no fue la primera vez que la muchacha contemplaba la brutalidad y la crueldad en su vida, no, ya años antes fue testigo de como un grupo de soldados del Emperador violó y golpeó hasta matar a su madre cerca del lago, mientras lavaba, y de cómo sintió deseos de ser como el oso aquel del verano anterior que con sólo un zarpazo poderoso de su brazo había casi arrancado la cabeza del tigre que rondaba sus crías. Cuando el oso se alejó, ella se acercó al tigre inerte cuya cabeza pendía de algunos pocos tendones. Ahora deseó de nuevo ser oso para defender a su padre, pero los brazos fuertes de dos lacayos la sujetaban, procurando sin embargo no lastimarla por no estropear la mercancía y provocar las iras del Emperador.
En tal estado de alteración fue conducida a palacio. Fue bañada y perfumada, y, sin secar y desnuda, se la abandonó en una habitación a la espera del Supremo Señor. Ella sabía lo que a continuación ocurriría. Todo el mundo lo sabía y comentaba entre susurros mientras arrancaban encorvados las espigas de la tierra. Pero no estaba asustada. Tampoco se asustó al ver al Hijo del Cielo aparecer como una sombra tras los cortinajes de gasa transparente, vestido de tibias y coloridas sedas, maquillado y perfumado. Pero ella no vio al Hijo del Cielo, al poderoso Emperador, al dios sobre la tierra, sino a un ser débil, delgado, enfermizo y de mirada extraviada. Él se sintió turbado y paralizado ante la actitud desafiante de ella ante la visión del Tigre. Ni siquiera suplicó cuando alzó el agudo estilete que debía abrirla en canal. La frustración de sus apetitos voluptuosos que se alimentaban del miedo de sus víctimas, como el terror de la campesina del lago ante el ataque del tigre cuya excitación inducida él intentaba revivir cada noche, fue tanta que pronto apareció la rabia, una rabia histérica y descontrolada que estilete en alto lo hizo precipitarse sobre la chica; pero ella se sintió oso que sacando fuerzas de sus brazos delgados aunque fibrosos, moldeados por el trabajo cotidiano y vigorizante, alzó la mano de uñas largas y endurecidas con la resina que los árboles exudan en primavera, y con toda la fuerza de la naturaleza le descargó tal zarpazo que le desgarró la aorta del cuello, saliendo a chorros, roja brillante, la sangre. Cuando lo vio en el suelo retorciéndose, al poderoso Emperador, taponando inútilmente la herida con su mano, con ojos de enorme sorpresa e incomprensión, cogió el fino estilete y lo cosió a puntillazos con rencor mientras pensaba, y sentía con liberación, en su madre, su padre y tantos y tantos otros.....

lunes, 17 de julio de 2006

Microrelato-clips.

Hoy inicio una serie llamada microrelato-clips.
Ya que no tengo medios para hacer video-clips hago este apaño gracias a la literatura, el mejor invento para gentes sin recursos como yo.

Instrucciones de uso: léase al mismo tiempo que se escucha el tema. Gracias por su colaboración.


PERFECT DAY. LOU REED (Transformer).
http://www.youtube.com/watch?v=HdJwk_fMUwk&search=perfect%20day

Hoy será un día perfecto. Hoy seré feliz a tu lado, siendo la sombra que te protegerá del sol, el paraguas del que te servirás cuando truene la tormenta, la fortuna que sonreirá a tus ojos cuando en la Gran Avenida el tahur de la esquina intente escamotearte el alma; seré la claridad, el esplendor de una risa de dientes que muerdan la Gran Manzana; el adán que te dará gustoso una costilla y el corazón; el pulmón que oxigenará tus desagües venosos de tristeza sucia y fétida; la sangre que irrigará tu pasión...tú serás, eres la mía...; la plenitud de un vientre orondo de felicidad que se llenará como un pellejo de vino con la vid de la vida...y me recriminarás, me dirás que por qué río tanto, que qué me pasa y te diré que hoy, amor, será un día perfecto, un día donde agarraré con fuerza tu mano, francamente, sin miedo....a ti....será un día perfecto...deseo que sea un día perfecto...mis manos te pertenecerán...podrás servirte de ellas para tejer este Día Perfecto.


SATELLITE OF LOVE. LOU REED (Transformer).
http://www.youtube.com/watch?v=BUFNsM_V-Do&search=satellite%20of%20love

Cuando derramó la lágrima no fue consciente de que caería sobre la hormiguita parda que con mucho esfuerzo y trabajo había recorrido ya 50 centímetros con una enorme cáscara de pipa sin sal prendida entre sus poderosas mandíbulas. La lágrima era de tal espesor, de tal intensidad, que la ahogó, a nuestra hormiguita, de emoción, de una felicidad salvaje y radiante, la que sintió cuando lo vio allí, en el espacio, girando alrededor de la Tierra, embutido en un ancho traje espacial blanco; pero vio sus ojos, por la televisión, y supo que era él, como supo que era a ella a la que se dirigía, girando como un satélite del amor alrededor de la Tierra, cuando dijo un te quiero nena, que fue oído por toda una humanidad expectante, "se está tan sólo aquí, en la Inmensidad, me gustaría que estuvieras conmigo, re-volucionando como peonzas, como dos satélites del amor que estremeciéramos las mareas de los Océanos y anegáramos las tierras yermas con nuestra sal, y restañáramos las heridas con nuestro yodo...como dos satélites del amor.....

THE BED. LOU REED (Berlín).
(No he encontrado vídeos para este tema de Lou Reed perteneciente a uno de los mejores álbumes de la historia del rock, Berlín. Imaginar tranquilo, con un final casi místico en el que un coro surrealista suena transportador. Yo imaginé a Reed pinchándose en la vena. Después lo dejó, afortunadamente.)

La cama. Esta es la cama donde yací con ella. Esta es la cama en donde lo he dejado todo. Esta es la cama en donde, pegada, con sudor y semen, dejé mi alma, mi último aliento realmente de vida....y lo recuerdo...¡ah, qué sensación!...cuando sentado al borde del colchón me chutaba, me pinchaba en la vena y el émbolo empujaba la yegua blanca hacia el interior de mis oscuras y estrechas venas, esa cama en donde tu entonces me acogías entre tus pechos y me susurrabas al oído y tu voz era como legión de ángeles cantando a coro...oh..¡qué sensación....!

CUATRO ROSAS. GABINETE CALIGARI (Cuatro rosas).
http://www.youtube.com/watch?v=eVwlcqFEkIs&search=cuatro%20rosas

¿Cómo podría agradecerte por ser como eres? ¿Qué podría hacer por pagar esa sonrisa impagable? ¿Qué podría hacer para tributarte ese gemido sincero cuando penetrándote me alimento de tu cuello, jugando con mi lengua con tus arterias anhelantes de vida?
No lo sabía hasta que la brisa ladeó mi cabeza, como una hoja otoñal, y vi las cuatro rosas cuyo color me recordó al instante al color de tu ropa interior y cuyo olor era como el de tu piel fresca así como su tacto al tuyo recién salida de la ducha. Estaban allí y estaban en tu honor, estaban allí, en el rosal, y eran tú, y un primer impulso asesino me llevó a arrancarte, siempre Prometeo robando la belleza de los dioses, cuando otro me refrenó, y te dejé allí, cuatro rosas, para que el mundo entero te contemplara y contemplara mi tributo a ti.

ROCK AND ROLL STAR. LOQUILLO Y LOS TROGLODITAS.
http://www.youtube.com/watch?v=Q3q72a-MMvU&search=rock%20and%20roll%20star

No estaba para ensayar. Ya se había equivocado dos veces: tocando el do mayor antes de tiempo y no entrando con el estribillo en sol cuando había que hacerlo. El batería redobló con enfado en los timbales y platillos, el guitarra solista, que veía frustrado su florido punteo, blasfemó. Sólo el bajista le preguntó: "tío ¿qué pasa? ¿eh?, ¿estamos o no estamos?". "Hoy no estoy, me largo"."¿Qué?". "¿Ese?...que ha discutido otra vez con la novia, seguro",dijo el batería con mofa. "Mándala ya a tomar viento, joder, mañana tocamos coño y tenemos que ensayar, así que de irte nada", añadió el solista, "además que dentro de dos horas entro al curro". "Bueno, cinco minutos, llamo por teléfono y seguimos ¿okey?"..."Sí, dile cuánto la quieres, anda..jajaja", siguió el batería, "que te den cabrón. Ahora vuelvo". "No te enrrolles". Los dejó en el sótano donde ensayaban entre las risas envidiosas que provoca en los demás los males de amores ajenos. Cuando subió la persiana metálica del local tuvo que entrecerrar los ojos ante la luz de la calle, por estar acostumbradas las pupilas a la penumbra del agujero, apestoso a humedad, del sótano. Fue a la cabina de la esquina. La hebilla de la chupa despellejada de falso cuero chocó contra el cristal que sonó como si se cascase. Marcó. Salió su madre. Preguntó por ella. Dijo que no estaba, ¡la muy bruja! ¡nunca le tragó! ¡siempre dispuesta a minusvalorarlo delante de la hija para joderlo! Pero sí que estaba. Le arrancó el teléfono a la bruja y le pidió que la dejara sóla. "¿Sí?", sonó su voz, voz dulce de niña que le mordió en el estómago "Hola, soy yo", "hola", "¿cómo estás?" "Bien"...."oye....mañana tocamos, ¿vendrás?", "No", "¿por qué?", "es mejor que no, ya lo sabes", a pesar de sus esfuerzos la voz le temblaba, "es por la bruja de tu madre ¿no?", "ella no tiene nada que ver y no la llames así". La madre, que por supuesto no perdía ripio desde el vano de la puerta de la cocina sin mover un solo músculo como un lagarto sobre una roca volcánica al sol del mediodía, saltó como si le pincharan con un alfiler, "¡¿Qué ha dicho ese de mí... menudo sinvergüenza que no tiene donde caerse muerto..cuelga el teléfono ahora mismo!?", "Mamá, por favor, ¿me dejas hablar?", "¡Que cuelgues!", "Tengo que dejarte..." "Pero oye, escúchame, voy a ser famoso, vamos a triunfar...el otro día le mandamos una maqueta a un tipo productor, y dijo que le gustaba..", "me alegro, ojalá lo consigáis...", la madre bramaba "¿¡Vas a colgar de una vez!?", "Escúchame, nena, no cuelgues, voy a ser una estrella del rock and roll..." pi-pi-pi..."no puedes dejarme ahora, lo vamos a conseguir..." pi-pi-pi...El teléfono se burlaba de él. El pi en su oído le hizo parecer ridículo, rechazado, expulsado, menospreciado. Lo colgó con violencia, y una marea de llanto se le vino a atragantar en la garganta. Empezó a golpear la pared con rabia intentando por todos los medios que las lágrimas no explotaran en sus ojos. Más tarde lloraría todas esas lágrimas acumuladas, todo ese mar interior y oculto de lágrimas, o eso, o quedaría ahogado en él. Pero por ahora, solo era un chico de la calle que vivía su canción.

jueves, 13 de julio de 2006

Los crímenes de la mano muerta (continuación y final).

"...como si......si no pudiera contenerse las ganas de coger aquel cuello y apretar, apretar hasta ver como la sangre se agolpa en el lazo mortal de su mano en garra, no dejándola correr hasta que dejen de palpitar las arterias, estáncandose como el agua de una charca..... Eso fue lo que vi."
-Señor Aguirre, ¿pretende usted hacernos creer que fue la mano del cuadro de la exposición la que intentó asesinar esta mañana en la calle...a ver, lo tengo por aquí...De la Sal, a la señorita....Anabel Rocha?
-Sí, sí, lo vi...sé...sé que parece una locura pero ustedes deben investigar...no sé , debe haber una explicación razonable...yo...estoy muy confuso.
-Sr. Aguirre, no sé si es usted consciente de lo que está diciendo.
-Lo soy...¡claro que sí! Les repito que la vi, intentando agredir a aquella chica,...a la mano, esa mano maravillosamente concebida y plasmada por el artista....con ...con todos esos detalles, nimios para el ciudadano liviano y concupiscente de hoy día, pero tan absolutamente embriagadores para el artista, todos esos huesecillos enmarañados y confundidos con nervios y musculatura fibrosa.....¡una obra maestra!
-Según nuestros informes hay testigos que afirman ser usted la persona que sobre las doce del mediodía de hoy intentó estrangular a la señorita Rocha en la confluencia de las calles De la Sal y San Martín.
-Ja, ja, ¡pero eso es ridículo! Deben estar de broma..no, no, no, ustedes...ustedes quieren confundirme.
El inspector Sánchez le hizo una seña con la cabeza al inspector García para que salieran.
-¿Qué te parece?-le preguntó Sanchez ya en el pasillo- ¿crees que miente?
-Me da la sensación de que no, de que está convencido de lo que dice. Además los psicópatas no atacan a plena luz del día y en mitad de una calle concurrida de un centro histórico. No. Esto parece más bien el ataque de un incontrolado.
-¿No crees que pudiera estar haciéndose el loco? Es decir, vale que se dejara llevar por un impulso, de acuerdo, ¿pero acaso eso excluye el que sea plenamente consciente de lo que ha hecho y se finja loco a posteriori para escurrir el bulto? Y luego tenemos las declaraciones de los testigos del bar asegurando que ayer por la mañana estuvo allí desayunando, y la de la vecina del camarero que lo vio salir de la casa del finado con manchas de sangre.
-No tengo la menor duda de que fue él quién mató a los dos empleados de la cafetería, pero debemos arrancarle una confesión. Puede que esté loco de atar, pero nuestro trabajo consiste en hacer que confiese y que vaya a la cárcel, aunque luego vengan los...psi-cólogos con sus gilipolleces y le libren de la trena. En fin, ellos harán su trabajo y nosotros tenemos que hacer el nuestro. Lo difícil va a ser sacarle algo convincente.
-¿Le atacamos ya con el tema del bar?
-Sí, debemos empezar a socavar ese muro que ha levantado, ya sea de mentira o de locura.

Entraron de nuevo. El sospechoso estaba tranquilo, con sus dos manos sobre la mesa examinándolas fijamente.
Habló el inspector García:
-Sr Aguirre, es usted artista ¿no es cierto? Pintor.
-Cierto.
-Y asegura que estuvo trabajando todo el día de ayer hastas las...-rebuscó en sus papeles- diez de la noche, ¿es así?
-Así es.
-Y después ¿qué hizo?
-Nada, cené y me acosté.
-¿A qué hora se acostó?
-Serían las once, once y media.
-¿Y no salió en ningún momento?...digamos que para dar un paseo por la playa, después de todo un día trabajando podría haberle apetecido despejarse un poco.
-Ya le he dicho que no salí.
En este punto en el que García había agotado aquella vía, el inspector Sánchez tomó el relevo oportunamente:
-¿Dónde vive usted?
-¿Para qué me lo pregunta si ya lo sabe?
-¿Dónde? Sr Aguirre.
-En la calle San Nicolás.
-En la malagueta. Bien, entonces conocerá la cafetería "El boquerón rebozao", en esa misma calle.
-Sí.
-Dígame, ¿desayunó ayer en dicha cafetería?
-No. Siempre desayuno en casa.
-¿Sí? ¿Entonces cómo se explica que hasta cuatro clientes de dicho establecimiento afirmen haberle visto desayunando alrededor de las nueve de la mañana del día 9 de julio, o sea, ayer, y que además ocupaba el asiento contiguo al de la señorita Rocha, a la cual usted ha intentado estrangular en la mañana de hoy?
Estaba confuso. Se miraba las manos con obsesión. A su mente venían chispazos de recuerdos: la imaginó con tanga rosa de encaje cuando la vio flirtear con el camarero en mitad del bar.... se avergonzó de ese pensamiento, la odió por provocarle...No, no, su mente, tras esa breve apertura, volvía a cerrarse...
-No, yo....no salí en todo el día...
La confusión del sospechoso no pasó desapercibida a los inspectores. García intervino:
-No, Sr. Aguirre. Usted no estaba en casa, estaba en la cafetería, tomaba un café caliente..¿recuerda?...ardía, le quemaba (Aguirre se vio soplando al café con leche), y la chica se sentó a su lado (recordó la excitación en su entrepierna, recordó su odio)...¿de qué hablaron los camareros y la señorita Rocha, que fue eso que le enfureció tanto...¿¡qué fue!?...¿¡qué, sr Aguirre!?....(recordó las chanzas, las burlas, el desprecio por el arte, por aquella mano perfecta, la mano que él no era capaz de pintar...el gesto sucio del camarero despreciable)....
-No, yo....estuve trabajando todo el día en mi estudio en...la mano, estuve todo el día trabajando en la mano del protagonista de mi cuadro, en su musculatura, nervios (por un segundo vio las suyas apretando un cuello)...huesos..-mientras hablaba observaba su propia mano en forma de garra....
El inspector García sintió el temor de que la actitud del sospechoso cristalizara en esa posición, atrincherándose en la negación de la terrible verdad que ya vislumbraba. Decidió tomar una vía alternativa, si bien arriesgada.
-¿Cree usted que la mano del cuadro que atacó esta mañana a la señorita Rocha pudiera haber atacado también a los camareros de la cafetería "El boquerón rebozao"?
La mente de Aguirre se mostró aliviada por la salida que se le ofrecía. Sánchez miró con sorpresa a su compañero: sin duda él prefería seguir atacando la pequeña brecha abierta.
-Sí, sí...estoy seguro de ello. Miren no sé como pueda ser....es, es muy extraño pero ustedes deben encontrar una explicación- bajando el tono, pensativo-...debe haberla...una...explicación lógica a todo esto.
-¿Y como cree que ocurrió señor Aguirre? ¿Cómo cree que la mano atacó a Elena, la camarera del bar?
-Bueno, no sé...supongo que la vería recostada sobre la barbacana del paseo, y que ella se asustaría al verla, y que entonces se abalanzaría sobre su cuello, con todos sus músculos en tensión, perfecta en la ejecución...
-¿Y no es más cierto que usted se aproximó a ella por detrás, aprovechando el mullido parterre de césped para no ser oído, y que la estranguló sentada en el banco?- El inspector García, percatándose de la importancia de las manos para aquel artista fracasado, decidió aprovecharlo-: ¿recuerda sus manos? ¿las recuerda, amarillas a la luz de la farola, fuertes, apretando...
..........
- Sí....Apreté...fuerte... muy fuerte... mi mano era bella, la vi nudosa, llena de mil detalles que yo grabé en mi mente, miles, cientos de miles de pequeños detalles y matices que me harían pintar la mejor mano de la historia del arte....

El inspector García a duras penas podía esconder su excitación. Quería aprovechar la apertura de mente del detenido, puede que momentánea, para dejar atado el otro cabo:
- Pero antes, por la tarde, siguió al camarero hasta su domicilio.....
-Sí....¡aquel obsceno sicalíptico!
-Lo ató y amordazó...después le seccionó los testículos y el pene...
-¿Qué?....yo creía que...(en la mente de Aguirre había germinado la idea de que Pedro había sido víctima de sus propios vicios, que la mano se vengaba de esa manera tan ejemplar)...sí... fui a la cocina y encontré un cuchillo largo, muy afilado, como de esos para cortar jamón ¿sabe? Y lo cogí con fuerza...en esa ocasión me fijé en mis nudillos y uñas mientras lo hendía en la carne, en el color que adquirían por la sangre agolpada por la presión, intentando captar sus matices cromáticos para después llevarlo a mi obra....sí...mi obra...ahora por fin podré rematarla, ahora poseo toda la información necesaria ¡aquí!...¡en mi cabeza!...para que cuando venga el vuelo de la inspiración me encuentre preparado y todo mi arte intuya el cauce secreto que seguir hacia la perfección.....

-Sr Aguirre, ¿está dispuesto a firmar una declaración admitiendo ser el autor de los asesinatos de Elena Alvar y de Pedro Javier Altozano, además del intento de asesinato en grado de tentativa de Anabel Rocha?
-Sí.... mi obra me absolverá.

lunes, 10 de julio de 2006

El panóptico terrorífico: los crímenes de la mano muerta.

Jueves, 6 de julio, 23:47 horas.
La chica había salido a las once y media de la noche de la cafetería donde trabajaba. Normalmente nada más salir se dirigía sin dilación a la parada del autobús, pero aquella noche, al sentir el frescor de la brisa marina en su rostro, decidió deambular un rato para relajarse de lo que había sido un día largo, demasiado, de trabajo.
A la espalda del edificio, de estética marinera, que tenía delante estaba el mar, con su paseo a lo largo y sus tumbonas solitarias y frescas ya al relente de la noche. Digo que estaba el mar pero en realidad éste no se veía, tragado en una oscuridad total, percibiéndose su presencia tan sólo por el rumor de las olas. Se sentó en un banco con toda esa inmensidad de aguas oscuras y rugientes de frente, y aspiró el olor penetrante a algas y yodo, con la cabeza echada hacia atrás,y su melena larga, ondulada y de color cobrizo (de tinte de hacía tres semanas) cayéndole por la espalda. Los ojos cerrados. Se estaba relajando. De pronto sintió que debía abrirlos. Entonces la vio: larga, blanca y huesuda, una mano que yacía sobre la caliza blanca del muro bajo, a la altura de los muslos, que dividía el paseo de la playa propiamente dicha. No puede reprimir el grito sordo de sorpresa y miedo que le provoca la visión fantasmal. Pasados los primeros segundos de estupefacción se levanta despacio y, con precaución, se acerca, al mismo tiempo que hunde su mano en el bolso en busca del móvil. El bolso tintinea: llaves, monedas, el roll'om...mil cosas, por fin agarra el móvil; marca; espera. Acerca la cabeza a la mano. La tiene a un metro. No hay duda que lo es: con su muñón de venas desgarradas como cables arrancados, ¿qué hará allí?, tan sola...."Sí, oiga, ¿policía?, mire estoy en el paseo marí...¿qué? ¿mi nombre?....." Enmudeció. Se había movido. ¡Joder, se había movido!....un momento....de la red de venas que se dejaba ver a través de la piel traslúcida se notó un pálpito, como si por ellas corriera de nuevo la sangre, como si.... Entonces ya no hubo tiempo para nada más. El móvil se estrelló contra el suelo cuando la mano, la garra, saltó y se aferró al cuello de la chica, estrujándolo...sin compasión....
Una pareja de novios, melosamente entretejidos sus brazos a las espaldas, fueron los primeros en descubrir el cuerpo de la chica tirado sobre el pavimento. En su cara la expresión del horror, con los ojos abiertos a las estrellas de la noche.
Fue la segunda víctima de la mano muerta.

Jueves, 6 de julio, 09:20 horas.
Aquella mañana había decidido salir provocativa. Después de mucho hurgar en las profundidades del ropero sin fondo, encontró una mini plisada, a cuadros, que un novio muy salido le regaló hace años con la condición de ponérsela siempre que saliera con él, lo cual era todas las tardes, a no ser que por una cuestión de elemental higiene estuviera en la colada sufriendo el maltrato de la lavadora. La cosa es que el novio cada vez que la veía con la minifalda se relamía los labios y abría mucho los ojos y, si bien durante las primeras horas de la velada aparentaba estoicismo, conforme las tinieblas de la noche iban espesándose, su lado epicúreo más salvaje e incontenible acababa por salir, lloviera o nevara, estuviera alegre o se le hubiese muerto el padre, daba igual, el caso es que terminaba por arrastarla a lugares oscuros y discretos donde meterle mano, la lengua y, si se terciaba, algo más. Ella al principio se dejaba hacer divertida al comprobar como una simple falda plisada a cuadros era capaz de transformar a un muchacho agradable y educado en una bestia lúbrica y babeante, aunque en su fuero interno sentía desprecio por aquel ser tan limitado a la hora de manifestar pasión: nada parecía importarle en este mundo...excepto su mini a cuadros generosamente por encima de las rodillas. Así pues a nadie debería haber extrañado que, en una de esas noches en que él la atosigaba contra una tapia encalada, ella lo apartara de sí de un empujón, y que con un simple "quita ya coño, ya me tienes harta", no volviera a verlo más, por más que él quemara el timbre del teléfono , venga llamada tras llamada durante tres meses, preguntándole que por qué, que no entendía nada, que no sabía, que merecía una explicación.... Pero a ella no se le ocurría nada que sonara convincente hasta que, llevada por un chispazo de intuición, le dijo que se comprara una falda a cuadros y se casara con ella. Fin de la historia. Después había guardado la prenda en el último cajón de la cómoda, para posteriormente trasladarla a lo más hondo del armario durante el último intento de llevar orden, según criterios de finalidad, a su extenso vestuario, adquirido con paciencia durante los últimos cinco años, cuando decidió que debía salir de compras al menos una vez al mes con objeto de renovar un look que hasta entonces había sido pobre y monótono, nada que ver con el actual.
De esta forma, con aspecto de colegiala, entró en la cafetería en que solía desayunar, contigua a las oficinas de la editorial donde trabajaba como correctora. De camino a la barra se cruzó con Pedro, poeta aficionado y camarero, que apoyaba con maestría sobre sus cinco dedos una bandeja llena de cafés, zumos de naranja y tostadas. Arqueó las cejas cuando la vio:
-Uau, pero chica, qué piernas, ¡y qué escondidas las tenías, eh!?
-Uy, chico, y esto no es nada para lo que me guardo.
-No lo dudo, pero oye, ¿por qué me tienes malviviendo de pura especulación?
-Lo hago por tu bien nene, mirando por tu carrera de poeta. Los mejores de ellos son los que más bellamente logran sublimar su deseo sexual. ¡Ah, y el pito ni tocarlo!, si no adiós éxtasis creativo. Ala, ya sabes por qué está la poesía en crisis.
-No, por qué.
-¿Cómo no va a estarlo en estos tiempos de desenfreno onanista?
-Me abruna tu sabiduría.
-Anda, sigue pa'lante que se te van a enfriar los cafés, playboy.
Él siguió su camino a la terraza, riendo, y ella a la barra en donde se sentó en uno de los taburetes altos y giratorios, siendo sus frescos y tersos muslos el polo de atracción de los númerosos parroquianos que llenaban el bar. Se acercó Elena.
-Pero bueno, me vas a revolucionar el local.
-Ya ves, hoy me ha dado por ahí. Siempre con pantalones parezco una mojigata.
-No, si haces bien. Yo porque éste no me deja si no me pondría una súper mini que iban a flipar éstos. Ahora eso sí, todo el día me lo pasaría secando babeos.
-Bueno mujer, si quieres esta tarde salimos por ahí y te pones lo que quieras para desquitarte.
-Que más quisiera yo... Pero no, está enfermo uno de los camareros de la tarde y me tengo que quedar hasta el cierre. Oye, lo de siempre ¿no?
-Sí. Pero qué putada ¿no? Bueno otro día. ¿Está libre el periódico?
-Sí, ahora te lo traigo.
Fue ojeando páginas del diario: política:declaraciones del gobierno, réplica de la oposición, contrarréplica del gobierno, contracontrarréplica de...en fin. Noticias locales. Internacional: Israel amenaza a los palestinos, éstos a Israel, EEUU a Corea, Corea a todo quisque...Deportes. Cultura....aquí la mirada se le detuvo en una imagen. Era la foto de un cuadro del seiscientos de un caballero delgado y vestido de negro, en donde resaltaba su mano blanca como el mármol, de largos y delgados dedos, cruzada sobre el pecho. En esto llegó Elena con el desayuno.
-¿Qué miras con tanto interés? ¿Es un cuadro?
-Sí, parece que ha llegado a la ciudad para una exposición o algo así. Pero fíjate en qué mano ésta. Es tétrica. Creo que no soportaría que un hombre me tocara con una mano así.
-Pues que quieres que te diga, ¡a mí me daría una morbazo..!, con esos dedos tan largos y estilizados recorriendo mi cuello...
-¡Ala! ¿De verdad que te pone? En fin, supongo que todavía te queda algo de cuando eras fan de los cure y todo ese rollo, siempre vestida de negro y pintada como la novia de Frankestein.
-¡Oye maja! Que la reina del aquelarre eras tú, siempre la más atrevida...¡si parecías una muerta!
-Sí, bueno, ya ves, pero nos lo pasábamos bien...
Pedro volvía para cargar de nuevo su bandeja:
-¿Quién es ese? Oye Elena: dos cafés, uno de ellos largo y con sacarina.
-Estábamos comentando la mano fantasmal del tipo este del cuadro.
Se acercó al periódico hasta casi dar con la nariz en él. Pícaramente dijo:
-Éste no creo que fuese poeta ¿eh? Con esa mano tan canija y fibrosa...jejeje- poniendo su derecha en forma de tubo la agitó arriba-abajo con discreción, antes de partir riendo para desperdigar como buen cristiano cafés y panes por entre la concurrencia.
-Guarro- le musitó ella a la espalda que se alejaba.

Jueves, 6 de julio, 17:30 horas.
Llegó molido a casa. Apestando a sudor, y la camisa blanca llena de lamparones. Se desvistió y se duchó. Después puso el ventilador cenital y, desnudo, se echó en la cama del dormitorio. De la mesita cogió el cuaderno y ojeó lo escrito la noche anterior. Ahora le parecía peor de lo que le pareció anoche: versos burdos y metáforas trilladas. "No, si al final va a tener razón en lo de las pajas y la poesía, joder y como venía hoy, madre mía, qué buena está la tía, ¡jaja, y qué pícara! ¡Con que eso no es nada para lo que se guarda!, desde luego hija, desde luego". De una manera totalmente involuntaria el miembro se le iba desperezando, "joder, ya está aquí otra vez el dictador que me domina, así nunca seré poeta.... según ella claro...joder y como venía hoy.......¡bah! ¡a la mierda la poesía!". Cerró los ojos y se imaginó subiéndole la minifalda plisada a cuadros, acariciándole los muslos, el culo...aaah sí...la cama empezó a chirriar...umm...en su imaginación ella vestía un tanga rosa de encaje que él le quitó con la boca....sí, qué culo, ummm...Entonces tuvo que abrir los ojos: algo frío presionó sobre su rodilla derecha: era la mano, la mano blanca, fibrosa, terrorífica, que reptaba por su pierna sobre sus cinco largos dedos como patas de insecto...
-¡Dios mío! Aaaggghh, pero qué coño es esto, dios mío....-se agitó histérico buscando que aquel muñón de venas desgarradas cayera de su pierna. Pero el muñón había encontrado un sitio donde agarrarse...sí, lo han adivinado, allí mismo, y no solo eso, sino que además prosiguió con la tarea que la legítima había interrumpido presa del pánico, pero con tal ritmo y velocidad que estaba muy lejos de experimentar placer el desgraciado poeta-camarero.
-¡Para, para....aaaaggghh, dios mío, para...!- Pero la mano, la garra, no paraba, al contrario aumentaba la velocidad y la presión, de tal suerte, que las venas del miembro reventaron, amoratándolo espantosamente y manchando las sábanas de la cama cuando en lugar de semen salía chorros de sangre por la punta del glande. Así mismo, el corazón parecía salírsele del pecho, latiendo demasiado rápido terminó por entrar en parada cardio-respiratoria. El desdichado Pedro boqueaba, los ojos muy abiertos, no encontrando aire a su alrededor con que llenar los pulmones...su agonía duró escasos segundos, puede que demasiados.
Fue la primera víctima de la mano muerta.

Viernes, 7 de julio, 11:30 horas.
No podía trabajar. Aún le duraba la conmoción de la noticia del asesinato de su amiga, de su compañera de instituto, la amiga con la que había compartido tantas y tantas cosas; y para colmo Pedro que no aparecía: ni fue a la cafetería aquella mañana ni contestaba al teléfono.
Tenía que salir, respirar hondo, estirar las piernas, caminar hasta cansarse, hasta agotar sus nervios. Su jefe se mostró comprensivo, siempre lo fue. Salió y, sin pensar, se dirigió al centro, con la cabeza llena de recuerdos de Elena; la verdad es que siempre fueron dos locuelas; lo compartieron todo, desde los trapos negros mortuorios con que escandalizaban a sus padres hasta los novios. Luego la vida las fue separando, hasta que el destino quiso que ella encontrara empleo junto a la cafetería en donde trabajaba su vieja amiga, la cual ya había tenido tiempo de casarse, divorciarse y abortar, un aborto natural que lejos de unirla a su pareja, la distanció. Y ahora la habían asesinado...¡asesinado!...Dios, si fuese un atropello, sería más normal, o un accidente: ocurría todos los días; pero estrangulada era demasiado..¡qué fuerte!....Con la cabeza gacha pasó por delante del edificio de la Diputación Provincial en cuyos salones tenía lugar la exposición de pintura barroca en la que como lienzo insignia se había conseguido traer, desde el Prado de Madrid, aquella pintura del caballero con la mano en el pecho que tanto la había impresionado el día anterior. Ya se alejaba, con su cola de caballo de pelo negro moviéndose pendularmente sobre la espalda, ofreciendo un cuello blanco y delicado, cuando del cartel pubilicitario de la exposición, puesto sobre un caballete a la entrada de la Diputación, la mano del caballero hizo un tic, una leve pulsación, como si por una de las venas adosadas a los huesos corriera sangre, como si la fugaz aparición de la chica por el vano de la antigua portada alterara un tanto su descanso eterno, como si......

jueves, 6 de julio de 2006

El panóptico carpetovetónico: el poeta en el fragor de la batalla.

Todas las palabras que se puedan escribir para expresar los terribles sucesos de aquella hora señalada por los mismos cielos serían pocas, así como pocos son los adjetivos de nuestra bella lengua para pintarle al lector con exactitud las muchas sensaciones y matices que experimentan los hombres ante semejantes trances de muerte. Muchos buenos caballeros, así como soldados de diversa condición, entregaron sus cuerpos a las fauces indómitas de Neptuno y sus almas a la espera del destino inapelable que el Juez Supremo tenga a cada cual reservado. También aquel día fue en el que los infiernos recibieron en tromba gran multitud de descreídos mahometanos, engrosando los ejércitos de Belcebú, haciéndole creer al barbudo demonio, como prueba de su soberbia y retorcida naturaleza, su vana esperanza de la victoria en la batalla final entre los hijos de la luz y la oscuridad. Yo también participé en aquella alta ocasión aunque con las capacidades del cuerpo mermadas, si bien con las del espíritu fortalecidas por contra.
Y es que las altas fiebres hacía mi cuerpo sudar copiosamente por cada poro de él; el fuerte ladeo de la nave con su tajamar hendiendo las olas, deshaciéndolas en espumas, me zarandeaba a izquierda y derecha golpeándome la cabeza en las más de las veces con el nogal con la que estaba hecha; la sed me atormentaba siendo mi boca un secarral de desierto y mis dientes unas tristes montañas amarillentas, que aunque sin llegar a ser como las del viejo que la pasada noche entregaba su alma, que lejos de formar una línea montañosa de perfecta serranía se quedaba en montes aislados los unos de los otros por profundos y oscuros valles, me dolían y sangraban por sus encías. Al mismo tiempo mi imaginación febril, en el fuego de su fragua, moldeaba imágenes de mi Dios trinfante a cuyos pies yacían mortalmente heridos gran multitud de perros infieles, quedando a su diestra mano la Iglesia de las Santos y Mártires y a su siniestra mi rey Don Felipe II, siempre presto en acudir en auxilio de la fe frente al turco descreído. Pero la sed...la sed que podía enloquecer y el dolor de cabeza con el zumbido como si un enjambre de furiosas abejas tuviera su acomodo en el interior de ella, me mortificaban ensombreciendome el ánimo.
Sigue Cronos su devenir inapelable sin distinguir yo el segundo del minuto y éste de la hora. Lengüeteo la barba áspera, ansioso, sabiendome a sudor salado; escupo sin escupir nada. De arriba viene gran alboroto: pasos rápidos haciendo crujir las maderas y una voz que proclama a gritos la tan esperada noticia: "¡los turcos, los turcos!". Por fin ha llegado el momento. Me incorporo con trabajo sentándome en el camastro. Llega el capitán con prisas:
- ¡Soldado! Vamos levántese. Ya ha llegado la barcaza que ha de llevarse a los no aptos.
Ya subía de vuelta las escaleras cuando puesto en pie le digo:
-¡Sólo ataviado de negra muerte o de laureles victoriosos coronado me sacarán de este barco!
D. Diego, deteniendo su ascenso a cubierta, me mira reconcentrado, asombrado por tan fino parlamento:
-No está usted en condiciones, soldado.
-Siempre estoy en condiciones de morir por mi religión y mi rey, señor.
-Muy bien, hombres como usted necesito, decididos y valientes que lejos de huir de los peligros se enfrentan a ellos con olvido de si mismos. Suba pues y mande a los hombres del esquife, ¡y que Dios le proteja!
Debía de ser mediodía cuando las dos flotas se encontraron aquel siete de octubre azul y luminoso. La mucha luz escocía mis ojos, acostumbrados a la espelunca en sombras de la bodega. Los galeotes, la chusma entre los cuales sin embargo muchos lucharon valientemente ganando su libertad, habían dejado de bogar a la espera de nuevas órdenes. Nuestra galera se encontraba en el ala izquierda de la gran flota de la Liga Santa, que había auspiciado el Santo Padre Pío quinto, a cuyo mando se había designado a don Juan de Austria en calidad de Generalísimo de todo las huestes cristianas, viéndose auxiliado por añadidura por muchos y buenos comandantes como es el caso de Gian Andrea Doria en uno de cuyos barcos estábamos prestando servicio. Sin embargo él, por razones estratégicas, se vio luchando en el ala derecha, al sur, teniendo allí grandes problemas en parar el impulso salvaje del pagano. Y es que la flota que el Gran Turco había enviado al encuentro de la nuestra era impresionante: una inmensa línea de estandartes turquescos que representaban a los muchos pueblos y naciones que luchaban bajo pabellón de la Sublime Puerta, hería el mar de norte a sur, cortando el camino al este. Pero nosotros no íbamos al este ni a parte alguna que no fuera encontrarnos con ellos para derrotarlos.
Entonces empezaron con sus chanzas y bailes mientras con fuerte griterío, que nos traía la suave brisa, nos venían a decir muchas cosas las cuales eran todas ofensas a nuestra cristiana religión y menoscabo de la natural grandeza de Cristo como Hijo de Dios, todo ello entre el alboroto de timbales y címbalos, flautas y castañuelas con claras intenciones de amedrentamiento de nuestro valor y vigor guerreros. Los más bisoños de entre los nuestros, sin embargo, sintieron en sus almas el miedo perseguido por los turcos, pero no así los experimentados soldados de los tercios que gritaban a voz en cuello la hispánica advocación "Santiago y cierra España", conocida en toda la cristiandad. Pero también nuestro generalísimo, el insigne don Juan, demostró, aparte del valor ya conocido, gran sagacidad cuando nos llegó el rumor traído de nave en nave, de que estaba bailando en la proa de La Real, en el centro de la formación, una danza cortesana y gentil, que provocó la alegría entre la soldadesca y reavivó los corazones con la llama del optimismo. Todo ello era observado por Febo, que allá arriba, en los puros cielos, calentaba sobre nuestras cabezas, haciendo de la mía, ya recalentada de altas fiebres, un infierno, y de mis ojos, que me picaban cuando el sudor salado que bañaba mi cuerpo rodaba siguiendo los surcos de mi cara viniendo a morir a ellos, víctimas de sus rayos hirientes. Pero si bien mi cuerpo estaba débil mi alma estaba fuerte y tiraba de aquel, segura como estaba de la crucial importancia de aquel momento.
Entonces se escuchó el rugido del cañón que daba comienzo a la batalla: los galeotes bogaban con ferocidad alentados por los gritos de los cómitres, haciendo restallar los látigos cuando los brazos se relajaban un tanto mientras que en el esquife yo no paraba de arengar a los hombres en él apostados para que su ardor no menguara o su miedo no creciera al menos. Cuando las flotas estuvieron lo suficientemente cerca los cañones de proa escupieron su fuego como dragones broncos y enfurecidos, dejando en derredor una noche de humo negro la cual ni siquiera los rayos del sol pudieron rasgar. Los cañones contrarios también hicieron sus descargas: a veces oíamos sus silbidos, otras los notábamos, a falta de visión, como caían al mar cerca, levantando una ola que venía a empaparnos de espumosa agua. Entonces, de entre la niebla de pólvora, vimos aparecer a la galera turca, con todos sus arcabuceros preparados para descargar: un impacto vino a dar en mi pecho, arrojándome con violencia hacia atrás: sentí el olor de mi carne quemada así como el dolor ardiente intensísimo que me había provocado aquella diabólica máquina logrando atravesar el peto que vestía. Varios brazos me asieron y pretendieron llevarme a donde los heridos, yo, sin embargo, no me dejé y resistí, mandándolos a sus puestos y que dispararan sus armas. Se escucharon nuevas descargas: un muchacho, natural de Córdoba, cayó sobre mí con toda su cara maltrecha en donde los rasgos habían quedado desfigurados ahogados en sangre negra. Mandé que lo llevaran de allí. Me incorporé y haciendo uso de mi espada mandé a mis hombres al abordaje de la nave turca que ya estaba enganchada con la nuestra. Sin embargo, antes de que pudiera atravesar de parte a parte con la noble espada a un salvaje infiel, quiso la mala fortuna que mis ojos se encontraran con los de un armero contrario que, dándose cuenta de que era yo quién mandaba a los hombres de aquel sitio del esquife me descargó un nuevo arcabuzazo que vino a dar esta vez en mi antebrazo izquierdo, el cual, al no estar protegido de malla alguna, me hizo gran destrozo en ella y un dolor tan intenso que perdí el conocimiento. Y ahí se acabó la batalla para mí.

No sería hasta más tarde, recuperándome de mis heridas, cuando fue que me enteré de la gran victoria conseguida en aquella jornada memorable, de la cual me quedaría de por vida aquella manquez de la que me siento tan orgulloso, aunque faltaría a la verdad si no dijese que hubiese preferido una herida de espada, en donde el auténtico valor se prueba, y no aquella producida por tan vil máquina que del demonio tengo para mí que fue inventada, que posibilita al más cobarde de los hombres matar al más valiente.
Lastrado en camastro enrrollado en vendajes llegué a conocer como nuestro general don Juan con espadas en sendas manos se abría camino a mandoblazos bañando su armadura de roja sangre turquesca; o como dicen que fue un malagueño, de Marbella para más señas, el que se hizo con el estandarte de Alí Pachá, dicen que traído desde la misma Meca, y como éste fue muerto a arcabuzazos luchando heróicamente; y como uno de los nuestros aprovechando la postración del noble turco, le cortó la cabeza para mostrársela a don Juan pinchada en pica, el cual reaccionó con disgusto al ver el maltrato innecesario que fue dado a su igual y noble enemigo.
O como la victoria, a fuer de valentía, fue posible también a la astucia de Don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, que desde la retaguardia fortalecía allí donde la línea se debilitaba o auxiliaba donde fuese menester, no pudiendo acabar este relato sin hacer mención como gracias a él La Sultana pudo ser apresada y la guerra ganada por el efecto contradictorio que esto produjo en ambos bandos: unos gritaban victoria, mientras que los otros huían sabiéndose derrotados.