jueves, 3 de agosto de 2006

Leyenda china: el cielo y el infierno.

Chuon Lee amaba a Lia Pong, pero ésta no amaba a Chuon Lee sino a Liu Chen, por lo que el primero creía vivir en el infierno y el segundo en el cielo, considerando uno y otro a Lia Pong como la encarnación del mismo. Pero al ser la carne de Lia Pong finita, en contraste con el éter infinito, sólo uno de ellos podría estar en los brazos del cielo, siendo el otro necesariamente arrojado a las soledades del infierno.
Al sentirse expulsado, Chuon Lee se marchó a las montañas, a las cumbres boscosas donde nacían las fuentes de los ríos que irrigaban aquella región, llevándose el infierno consigo. Y se puso a meditar, buscando en su corazón alguna salida a la encrucijada que lo acuciaba. Pero de tanto pensar en el cielo de Lia Pong, se empachó de él, comenzando a despreciarlo, al cielo, sin que él violentara en nada sus sentimientos para ello. Entonces sus oídos se abrieron al canto de los pájaros en los amaneceres rojos de las cumbres, al rumor del viento susurrando a través de las lenguas de las hojas en los días del otoño, al frío intenso del invierno que le obligaba a descender al valle para pasarlo junto al río, pescando en sus aguas la trucha que lo alimentaba. Y empezó a sentirse muy a gusto en el infierno de su soledad, tanto que empezó a amarlo, al infierno, creyéndose demonio.

Un invierno en que Chuon Lee pescaba en el río del valle se encontró con Liu Chen que a pesar de vivir en el cielo de Lia Pong se sentía triste y desdichado.
-¿Pero cómo es que estando tú en el cielo estás triste, y yo que habito en el infierno soy feliz?- le preguntó Chuon Lee atónito.
-No lo sé. Puede que Lia Pong ya no me quiera, o que yo no la ame a ella. No lo sé.
Aquel invierno fue caviloso para él.
Con la primavera subió a las montañas y continuó cavilando. Y comenzó a sentirse desgraciado de nuevo a causa de Lia Pong. Al ahondar en ese sentimiento supo que su tristeza renacía a la par que sus esperanzas de estar con ella. Por lo tanto era el deseo lo que lo sumía en un estado de agitación angustioso que no le permitía disfrutar de la explosión de la naturaleza en las cumbres. Si el deseo era el culpable, entonces debía matar al deseo. Pero, ¿cómo? La primera respuesta obvia consistía en matar a Lia Pong, la fuente del deseo: "si la solución es matar el deseo y el deseo es Lia Pong, entonces tendré que matar a Lia Pong", concluyó. Desgraciadamente, esta manera tan expeditiva de actuar podría traerle consecuencias desagradables.... por ejemplo que Liu Chen quisiera vengarse y lo buscara por las cumbres alterando así su felicidad en su infierno de soledad; o que las autoridades de la aldea montara alguna partida de búsqueda provocando asímismo la indeseada agitación en el estado de cosas que él quería mantener intacto a toda costa. No encontraba solución al problema por lo que su desazón e infelicidad se acrecentaban día a día. Lo peor era cuando, cediendo a un momento de debilidad, abrazaba la idea de intentarlo con Lia Pong, ahora que con Liu Chen la cosa flojeaba, pero, ¿y si después de nuevos sufrimientos y angustias Lia Pong seguía sin hacerle caso? O, ¿y si lo de Lia Pong y Liu Cheng fuera una crisis pasajera? ¿Volvería a recuperarse él de esa nueva decepción o sería definitiva, dejándolo abatido para siempre?
Pasó la primavera y vino el verano. Entonces, paseando por la cara oeste de la que sentía era su montaña, se encontró con otro ermitaño de más edad al que nunca había visto antes, y que meditaba, en la posición del diamante, con la espalda apoyada en un árbol. Respetuoso como era con la soledad de los demás, quiso marcharse sin molestar pero, desgraciadamente, pisó una rama que crujió, lo cual hizo que el párpado cerrado derecho del ermitaño se moviera apenas perceptiblemente. Entonces, preguntó:
-¿Quién eres?
-Un ser desgraciado.- respondió.
El ermitaño abrió los ojos, cálidos del color de la corteza de los árboles.
- Sí, eso parece. Y sin embargo, en la estación pasada y en la anterior, te vi sosegado y con paz de espíritu, allá en la cara Este...., tú no me conoces, pero yo te llevo observando desde que llegaste a estas cumbres, agitado y triste, como estás ahora.
- Antes vivía feliz en el infierno de mi soledad, lejos del cielo de Lia Pong, sin embargo ahora ya no sé que es el infierno y qué el cielo. ¿Lo sabes tú, Maestro? Pareces sabio. ¿Sabes qué es el cielo y qué el infierno?
-Sí- replicó simple el Maestro.
-¿Qué es? Te lo suplico, dímelo.
El Maestro lo miró con benevolencia y bondad, sonriendo con su mirada color miel. Entonces se levantó.
-Sígueme.

Y Chuon Lee lo siguió. Lo siguió cuando descendieron la ladera de la montaña, lo siguió cuando vagaron por los prados frondosos donde pastaban los caballos salvajes, lo siguió cuando cruzó ríos caudalosos y subió riscos escarpados hasta llegar, incontables días más tarde en los cuales apenas se habían dirigido la palabra (eran dos seres que amaban la soledad y el silencio), hasta una aldea extraña en la cual, de cada hogar, salía muchos gritos y quejas inconsolables. El Maestro, siempre sonriente, invitó a Chuon Lee a que mirara por la ventana de una de aquellas chozas. Lo hizo con las ansias del buscador de tesoros, viendo como un grupo de personas lloraban y se mesaban los cabellos alrededor de un gran caldero rebosante de comida, del cual, sin embargo, no podían comer a causa de la extrema largueza de los mangos de las cucharas que hacía inalcanzable a sus bocas el extremo ahuecado de caldo caliente. Todo era desesperación allí. Gritos desoladores y quejas a los dioses.
-Esto es el infierno.- Dijo el Maestro. -Sigamos.
Y siguieron hasta la aldea vecina, no muy lejos de allí. Aquí la situación era muy diferente: si bien en mitad de las chozas se encontraba el mismo caldero, y los hombres y mujeres portaban las mismas cucharas largas, que tanto desesperaban a los otros, sin embargo ellos habían aprendido algo que sus vecinos no habían logrado aprender: alimentarse los unos a los otros. En efecto, ante la imposibilidad de alimentarse por ellos mismos, miraron a sus compañeros no como competidores sino como colaboradores. La alegría, las risas y los gestos relajados inundaban las chozas de aquella aldea.
-Esto es el cielo.- Dijo sonriente el Maestro. -Yo te he mostrado el cielo y el infierno, ahora tú tendrás que decidir si te sirve de algo o no.- Y dicho esto se volvió y siguió hacia el este.
- ¿Pero, no vuelves conmigo, Maestro?
-Yo soy como las aves. Nos veremos la próxima primavera....quizá.- Añadió sonriendo enigmáticamente.

Chuon Lee, en el camino de vuelta, se paró de nuevo en la aldea del infierno: allí seguían en sus sufrimientos aquellos seres, aferrándose a sus cucharas por miedo a que les quitaran lo que ellos no podían disfrutar; derramando constantemente el alimento cada vez que la hundían en el caldero, en una operación infinita y desesperante.
Durante todo el viaje de retorno, no paró de reflexionar acerca de esta nueva perspectiva de lo que era el cielo y el infierno, y se afanó por aplicar las enseñanzas que el Maestro le había mostrado a su caso particular: ¿cuál es la clave - se preguntaba- de todo el asunto? ¿Por qué los habitantes de una aldea vivían en el infierno y los otros en el cielo? La colaboración, se contestó de manera suave. La ayuda que se prestan entre sí, supliendo de esta manera, en el esfuerzo del grupo, sus limitaciones. Entonces, ¿cómo recuperar la tranquilidad de mi alma, el sosiego de mi espíritu que el pensamiento de Lia Pong me ha vuelto a robar? Veamos -pensaba Chuon Lee sesudamente mientras cruzaba ríos y valles-, cuando yo era feliz solo en la montaña lo era porque no tenía esperanza de estar con Lia Pong, pero entonces me encontré con Liu Cheng y su desgracia hizo reavivar la esperanza, y con ella el deseo que desemboca en la desesperación de la insatisfacción, como en la aldea del infierno, pero si la clave de la felicidad de la aldea del cielo es la colaboración, entonces, ¿por qué no colaborar con Liu Cheng y Lia Pong para arreglar sus problemas? De esta forma, ayudándolos a ellos a ser felices, perdería de nuevo toda esperanza de estar con Lia Pong, procurándome así mi propia felicidad en el cielo (que no el infierno) de mi soledad, ya de nuevo imperturbable.....
Y de esta manera, el joven filósofo, avivó el paso contento, creyendo haber encontrado la solución a todos sus problemas, aunque, como le diría el ermitaño a la primavera siguiente en que se reencontraron en la montaña, las cosas nunca son tan fáciles de resolver como uno las imagina, y es que Lia Pong, fascinada por la sabiduría y bondad que había adquirido Chuon Lee en la soledad de las montañas se enamoró de él perdidamente, complicándose todo de nuevo de una manera totalmente insospechada.

(la leyenda: http://www.redmarcial.com.ar/fabulas/leyendachina.htm).

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