miércoles, 9 de agosto de 2006

El detective panóptico: misión en Isla Esmeralda.

El sol de las once de la mañana de un día de verano puede ser bastante molesto. Nada que ver con el de invierno en el que uno gusta bañarse en él arrastrando la silla giratoria hasta la mancha de luz del suelo, y quedarse ahí quieto recibiéndolo en pleno rostro. Pero ahora, en el resolano del despacho y la cascarria de ventilador apenas bufando su aire viciado, estar en mi querido cuchitril del centro de la ciudad se volvía un gesto heroico. Aún esperaba el gran caso, el caso que me haría ganar una fortuna y mover los bártulos hacia alguna zona más agraciada y a un despacho mejor equipado. Pero por ahora, y para aguantar el calor, me había descamisado, mudado mis pantalones largos por un bañador de delfinitos amarillos haciendo piruetas, tomado un anisete con hielo y abierto la puerta del despacho para crear una corriente de aire que ayudara al sudor a refrigerar mi cuerpo sofocado.
De esta guisa me encontró el cliente que golpeó tímido con los nudillos en la puerta abierta, avergonzado de haber interrumpido algo, o dudando de si la dirección que le habían dado era la correcta.
-Pase, pase -le animé- ¿qué desea?
-¿Es usted el detective? -Preguntó con dudas mientras miraba la plaquita informativa de bronce pegada contra la puerta a la altura de los pelos de su cabeza, al mismo tiempo que estudiaba mi facha playera.
-Sí, sí, por favor pase -se sentó-. Perdone que le reciba así pero es que con este calor...uf...¡es imposible! Ah, oiga, y si mientras hablamos se quiere poner fresco, por mí no se corte, puede usted quitarse la camisa y quedarse en calzoncillos si quiere, es toda la comodidad que le puedo ofrecer: mi liberalidad y falta de prejuicios....y un vasito de dulce anisete con hielo, claro...
-No, no gracias, estoy bien así.
El tipo era educado, de color cobrizo y el pelo negro corto ensortijado. Vestía camisa blanca y pantalón ancho gris de tela. Cuarenta y cinco años. Alto, delgado y un acento isleño que me hizo soñar con mujeres en biquini refrescándose en la orilla de cualquier playa de arenas blancas, altas palmeras y aguas turquesas.
-Bien, usted dirá.
-Pues verá, el tema que vengo a proponerle es un tema...delicado y no exento de riesgos, le aviso.
-No se preocupe por ello, ningún tema de los que me dedico está exento de riesgos.
-Sí, pero éste es especial.
-¿Qué tiene de especial su "tema"?
-Bueno mire, yo represento a un grupo de amigos originarios de Isla Esmeralda pero exiliados aquí, en este país, a causa del régimen tirano que los militarotes han impuesto, y.... ante las noticias confusas que llegan sobre la enfermedad del tirano..... ¿se habrá enterado, no?
-Algo he oído - dije con desconfianza ante el cariz político que adquiría el "tema".
-Bien, pues ante esas noticias, nosotros realmente no sabemos que está ocurriendo allá, llenándonos de incertidumbre y ansiadad...compréndalo, son muchos años esperando este momento, este, este...acontecimiento absolutamente histórico -decía con arrebato, acentuando con fuerza las llanas y las esdrújulas-, tan esperado por todos nosotros, ¿no? ¿Pero entonces que pasa? -se preguntó a sí mismo-, pues que el gobierno autoritario de Esmeralda calla -se contestó-. No sabemos, realmente no sabemos nada y necesitamos saber, y por ello he sido delegado para hablar con usted con el fin de contratarlo para recabar la informasión que tanto deseamos.
-¿Qué información?
-La de si el Tirano sigue vivo y en qué condiciones, o si por el contrario ya es pasto de los gusanos, y el régimen pretende ganar tiempo por ver como afrontar la situación y evitar el derrumbe total.
Suspiré fuerte. Bebí de mi refrescante anisete. Me acaricié los pelillos del pecho, frescos de sudor, en actitud pensativa.
-Vamos a ver, no sé quién le ha recomendado a usted venir a mí, pero el que sea debería saber, y haberle avisado, que nunca acepto casos que tengan que ver con la política ni aún de lejos. Además ¿quién me dice, que no trabaja usted para la CIA, eh?, pretendiendo hacer de mí un terminal más de la Agencia...
-No, yo le aseguro...
-Escuche, escuche....además ¿de qué manera pretenden ustedes que yo me entere de algo tan importante y crucial, cuando ni el lacayo más fiel del régimen lo debe saber siquiera? Me sobreestiman ustedes demasiado.
-Bueno, déjeme decirle primero que no trabajamos para la CIA ni nada parecido, se lo aseguro, somos un grupo de exiliados esmeraldinos que queremos saber lo que está ocurriendo en la isla, nada más. Con respecto a usted, bueno, nos habían asegurado que era un detective poco convencional, imaginativo y heterodoxo. Pensamos que quizá un tipo como usted sería el adecuado para este tipo de temas. Ni que decir tiene que será bien pagado. Ahora seis mil, con los que tendrá de sobra para sus gastos y algo más, y a la vuelta con otros seis mil, si tenemos información fidedigna, si no...pues se queda con los primeros miles nada más que por el riesgo de intentarlo, lo cual me lleva a la segunda razón de porqué lo hemos elegido a usted y no a otro: tiene fama de profesional honesto y de que cuando acepta un caso hace todo lo posible por resolverlo, por lo que nos infunde la suficiente confianza de que no se pasará una semana de vacaciones sin mover un dedo a costa de nuestro dinero.
-En eso no le han engañado. Así soy yo: un amante del trabajo y profesional intachable. Es agradable comprobar como la fama me precede....-suspiro-, pero, le diré que sigo sin ver claro el asunto. Necesito un día para decidirme. Le diré mis condiciones: de dinero no hay de qué hablar, acepto lo que me ofrecen, pero tendrá que dejarlo ahí, con su dirección y teléfono, y marcharse. Si acepto no recibirá noticias mías hasta mi vuelta a no ser que necesite alguna información adicional, en tal caso intentaré telefonearle desde la isla con la discreción necesaria y en clave, así que no se sorprenda si le hablo de mi tío Felipe; si no acepto, yo mismo mañana por la mañana le devuelvo el dinero en mano.
El esmeraldino se revuelve en la silla inquieto. Buena señal, si fuese un agente de la CIA habría sonreído ampliamente asegurando que el dinero no era ningún problema.
-Ehmm, perdone...pero eso tendría que consultarlo....compréndalo, no se trata de mi dinero sólo...
-Por favor, por favor, ni media explicación...no habría entendido otra reacción.
-Si me disculpa...
Se levantó y, saliendo a la escalera, llamó por el móvil. Empezó a hablar entre murmullos. Conforme la conversación avanzada se iba acalorando, como si a su interlocutor le pareciera intolerable dejar seis mil euros a un desconocido y largarse, y él le estuviera explicando que le parecía de confianza, y que valía la pena el riesgo....Toda aquella discusión con sordina me dio buena impresión: nada más natural que mostrarse receloso con el dinero de uno mismo. Esto ayudaba a despejar mis sospechas sobre si en realidad iba a ser manejado por alguna oscura organización.
Con el rostro aún alterado, entró de nuevo en el despacho:
-Está bien, aceptamos. Aquí tiene el dinero, mi dirección y teléfono.
-Y su nombre completo por favor.
-Y mi nombre completo -decía mientras lo escribía-, ¿algo más?
-Por mi parte nada más. Desearle un buen día. Recuerde: si a lo largo de la mañana no recibe noticias mías entonces es que estoy volando rumbo a Esmeralda, ¿De acuerdo?
-Bien, si decide aceptar tenga cuidado con quién habla y de qué...toda la isla está llena de oídos del Tirano.
-No se preocupe, sabré cuidarme.
Cuando el esmeraldino salió, telefoneé inmediatamente a mi amigo Paquito, policía que trabajaba en información, para que metiera el nombre del tipo en el ordenador a ver que salía. No salió nada: inmigrante legal, próspero, con un restaurante en la parte vieja de la ciudad y originario de Isla Esmeralda. Nada extraño.
Después llamé al aeropuerto y reservé vuelo para las seis de la madrugada.
El "tema" tenía un cariz innegablemente político, pero era incapaz de dejar a los isleños en la miserable condición de la ignorancia y el desconocimiento. Mi obligación como detective panóptico me decía que debía aceptar...(todo esto sin despreciar los buenos miles que ya de por sí constituían una razón independiente de cualquier otra consideración).

2.

En el aeropuerto de la capital de la isla fui sometido a un interrogatorio protocolario: "¿motivo del viaje?: turismo; ¿nombre de la agencia de viaje?: ninguna, vengo por libre (mirada de desconfianza); ¿tiempo?: nueve días como máximo; ¿algo que declarar?: nada; bienvenido a Esmeralda y que lo pase bien: gracias".

Sin embargo, nada más salir del aeropuerto, ya tenía a alguien asignado para ser mi sombra.

Lo primero de todo fue buscar un taxi y mandarle que me llevara al punto más alto de la ciudad.
-¿Al punto más alto? ¿Quiere que lo lleve al campanario de la Catedral, señor? -preguntó con sorna el isleño.
-¿Al campanario? No, no....yo pensaba en una colina próxima, o un monte, la cuestión es tener una visión amplia de la ciudad, ¿me comprende?
-Perfectamente. Creo que conozco un sitio.
En efecto lo conocía. Una colina en la cual le pedí que parara en una curva que ofrecía a la vista la perspectiva que estaba buscando. Me bajé del coche (una pieza de museo de los años cincuenta), y contemplé la ciudad bajo el sol ardiente, de alturas desiguales, estilos mezclados, el colonial con el frío funcional, y lamida por las aguas del Golfo a todo lo largo de su contorno.
-¿Toda aquella larga línea es el malecón?
-Ese es.
-Debe tener por lo menos cinco kilómetros de largo.
-Ocho, para ser exactos.
-¡Ocho! Pues vamos allá, ¿quiere?
-Pues como no.
Comenzamos a descender.
-¿Es usted español?
- Sí.
-¿Es la primera vez que viene a Esmeralda?
-Sí, la primera.
-Le gustará, ya lo creo...buenas playas, buen ron y buenas hembras...¡más de una se le echará encima y querrá meterse en su maleta! Ya lo verá.
Ya en el malecón, y una vez saldada la cuenta con el taxista, me meto en la primera cantina que encuentro. Se nota que está preparada para recibir turistas: es limpia, y profusamente decorada con elementos marinos. En mitad de ella, sobre la tarima donde descansan las botellas de alcohol y contra la pared al otro lado de la barra, hay un gran espejo con un tiburón pintado sobre él recibiendo al parroquiano nada más entrar. En una esquina un destartalado televisor transmite la reemisión de uno de los discursos más célebres (y largos) del Dictador, "porque la RRRe-vo-lu-Si-ÓN", iba diciendo lenta y enfáticamente el Tirano.
El camarero que se plantó ante mí con una sonrisa amable era más negro que blanco.
-Hola, un anisete con hielo, por favor.
-¿Qué?
-Ah, coño, me olvidaba, ¿qué beben por aquí?
-De todo, pero sobre todo el mejor ron del mundo.
-¿Sí? Pues venga un ron....que sea añejo.
-Un añejo.
Duró poco el dorado líquido en el vaso.
-Amigo, llene aquí, por favor.
.......
-¡Primo! Sírveme otro ¿quieres?....
.......
-¡Hermano! Vente por aquí con la botella, anda...¿cómo te llamas?
-Vladimir.
-¡Ostia! ¡Es la primera vez que veo un ruso negro...!
-No soy ruso, señor, soy esmeraldino...
- Lo que me quedaba por ver...¡brindo por ti, Vladimir, y por la sagrada Revolución!
.......
-¡¡Compañero!! ¡¡Camarada!!, porme, digo... ponme otro roncito de esos tan ricos, anda... ¡Viva la Revolución y larga vida a nuestro amado Líder!
"¡Viva!" Gritaron los nativos, unos con más entusiasmo que otros...Los turistas sin embargo, permanecían callados y serios. Quizá temían verse envueltos en temas de política, ellos, que venían a disfrutar del sol y de lo que surgiera.
Mi sombra observaba con atención la escena. Los isleños lo miraban con desconfianza: sabían que era un lacayo del Tirano. Yo seguía con mi comedia y con el plan que me había trazado en el avión, que consistía simplemente en sacar tajada de la principal debilidad de cualquier régimen totalitario en peligro de descomposición: la propaganda y la necesidad que de ella tenían.
A un chico que andaba por ahí recogiendo las mesas, le dije:
-¡Niño! Sube el volumen de la televisión, que está hablando el Líder mundial de los desheredados de la Tierra, el único que ha sido capaz de enfrentarse a los malditos yanquis y darles bien fuerte en los morros...jajaja...shhh, ¡silencio, silencio....!
Entonces me sumergí en las profundidades del discurso. Me concentré y me dejé llevar por la corriente del populismo salvador. Aquella voz pausada, segura, que remarcaba con astucia los conceptos claves del mensaje, "so-li-da-ri-DAD", "los pueblos sometidos al rrrégimen ca-pi-ta-lis-ta explotador..." Aquella voz que sabía hacer largas pausas dramáticas mientras mantenía el dedo índice tieso, admonitorio, como si fuese un juez o un padre reprendiendo por sus malos actos a los chicuelos, o para avisar de grandes catástrofes si no seguían sus indicaciones, para después apoyarlo en la sién, el dedo, y mirar fijamente a los concurrentes: aplastándolos con la mirada, con su dedo, con su barba de profeta bíblico, en suma: hipnotizándolos. Como a mí, que sentía crecer en mi interior esa llamada de la justicia universal y del bien común, que sentía el odio hacia los miserables imperialistas yanquis, hacia los perros esmeraldinos que traicionan a su patria por pura concupiscencia.....Sí, me estaba poniendo en la onda, en sintonía con el régimen y su mensaje moralista y redentor, jesuítico, para poder cumplir mejor mi misión. Sin embargo, seguía sujeto a mi anclaje interior, a mi punto panóptico...¡no crean que mi alma es tan fácil de vender! Para mi todo formaba parte de un juego, y era menester jugar bien para ganar.
El tiempo transcurrió con rapidez, y se hizo de noche, pero en la pantalla, el Profeta, incansable, seguía perorando.
Yo bebía roncitos mientras permitía a mi mente fascinarse con el Tirano.
Entonces vino a sentarse a mi mesa una mujer: joven, morena, con anillos plateados colgándole de las orejas.
-Hola, ¿cómo es que estás tan solo, chico? ¿No sabes que en este país es delito estar solo a estas horas de la noche?
-¿Qué? - me costó volver a la realidad de la cantina.
-¡Pero oye!, ¿estás un poco borracho tú, no?
-¿Yo? No, que va, es sólo que he visto la luz, sí...acércate, vamos acércate, ¿conoces a ese tío? El de la tele, sí, el barbas...
-Pero oye, ¿tú estás majara? ¡Pues como no lo voy a conocer, corazón!
-Pues puedo asegurar que "ese hombre ha abierto mi mente" -dije citando al ruso del Corazón de las Tinieblas, de Conrad, en referencia al agente Kurtz, o, si se prefiere, a Dennis Hopper en Apocalipsys Now hablando del coronel del mismo nombre. Me salió así. Soy un tanto mitómano. - Sí, la ha abierto como si fuese un jodido abrelatas...¡qué tío, qué labia tiene!
-Pero oye ¿tú de donde eres, corazón?
-¿Yo? ¡Qué importa! Yo era español, pero ahora soy revolucionario, el ciudadano revolucionario, ese soy yo..jajaja..Don Revolucionario García...jajaja...-entonces me levanto con brusquedad- ¡mira lo que hago!, ¡mirad todos! ¡Miradme todos, camaradas! - Todas las cabezas se volvieron. La sombra esbirra no perdía detalle, al fin y al cabo a él iba dirigida toda mi actuación. Entonces me saqué del bolsillo superior de la camisa hawaiana el pasaporte inválido (el válido lo tenía a buen recaudo en lugar secreto de la pequeña maleta) que había dado por perdido cuando solicité otro nuevo, y le prendí fuego delante de todos- ¡A la mierda! Ya no soy español. Yo quiero ser esmeraldino, vivir aquí, en la tierra de la revolución, la tierra de la justicia, trabajar por ella, entregar mi vida por su noble causa...!
Entonces entró una pareja de agentes de la ley y empezaron a aporrearme en la cabeza, "¿a qué vienes provocador? ¿Quieres armar jaleo?". Vestían pantalones cortos y gorras de jugadores de béisbol, y golpeaban con dureza. El lacayo se levantó de su asiento y les mandó que pararan al tiempo que les mostraba su carné de esbirro del régimen. "Llevadlo al cuartel".
Fueron muy amables. Me dieron de comer y buenos cafetitos calientes. Después me invitaron a que les siguiera ante la presencia del esbirro.
-Siéntese. Bueno amigo, vaya show ha armado en la cantina, ¿eh?
-Le pido disculpas...quizás haya sido demasiado efusivo en la demostración de mis sentimientos...
-Nada, nada, no se disculpe. Pero, ¿qué? Ya se le ha pasado ¿eh? ¿A que sí?
- Bueno, si se refiere a si ya no me siento como si estuviera en el Titanic, pues sí, así es, pero si lo que insinúa es que he cambiado de parecer en lo fundamental, entonces le tengo que decir que no. Quiero quedarme en este país, pedir asilo político como refugiado del capitalismo criminal y morir por la noble causa que representa Esmeralda en todo el mundo.
-¡Pero es usted español! ¿Ya no quiere seguir siendo español?
-No quiero, además he destruido mi pasaporte. Ya no puedo marcharme de aquí.
-¡Pero eso no es problema, mi amigo! En su embajada sabrán como ayudarlo.
-No quiero que me ayuden. Quiero renunciar a mi nacionalidad española y pedir la esmeraldina.
El esbirro no lograba salir de su pasmo. ¿Dónde estaba el truco?, parecía inquirir su mente. Estaba hasta los cojones de ver como sus compatriotas soñaban con huir de la patria como ratas... y ahora viene este..imbécil..., del mundo orgullosamente burgués y opulento de Europa, diciendo que quiere renunciar a su nacionalidad para hacerse esmeraldino...¡inaudito!, ¡completamente inaudito! En todos sus años de servicio no había visto nada igual. Sin saber muy bien por qué sintió ira.
-Pero, ¿¡está usted en sus cabales!?
-¿Cómo? ¡Usted!, precisamente usted, un servidor del socialismo ¿me pregunta eso?, ¿cómo se llama?
-¿Yo? -de repente sintió miedo- Lázaro.
-¿Cómo es posible, camarada Lázaro, que me acuse de no estar en mis cabales, a mí, un trabajador, un esclavo del capitalismo que ha estado enajenado toda su vida amando sus cadenas hasta el día de hoy en que ese Gran Hombre, esa Mente Preclara, me ha hecho ver la verdad? ¿Cómo es posible, camarada Lázaro, que le sorprenda tanto?
-Bueno, ya está bien, ¡cállese!
El camarada Lázaro salió ofuscado del despacho, "¡Pendejo!", oí que exclamaba con rabia en el pasillo.
Pasó mucho rato antes de que volviera el esbirro acompañado de un militar de alta graduación.
Se sentó enfrente de mí, el militar de alrededor de cincuenta años y un lunar en la mejilla derecha, y me estudió con detenimiento antes de arrancarse:
-Me ha contado el compañero su caso particular. Su renuncia a su nacionalidad española y su deseo de ser esmeraldino, y todo eso....¿lo corrobora?
-Completamente. Pero miren estoy cansado y quiero dormir...pero ni siquiera tengo habitación en ningún hotel.
-No se preocupe por eso, enseguida le llevarán a un hotel de la ciudad donde podrá descansar, pero antes dígame, ¿estaría dispuesto a contar su caso en la televisión y en la radio del Pueblo, como ejemplo edificante en estos tiempos tan difíciles y cruciales que vive la patria?
-¡Desde luego, y ahora mismo si quiere! Estoy a su entera disposición.
-¡Estupendo! Le puedo asegurar que no habrá ningún problema ni impedimento con su nacionalización si colabora y demuestra la sinceridad de sus convicciones.
-Quisiera demostrárselo ahora mismo.
-No se impaciente. Tendrá su oportunidad. Ahora le llevarán a un hotel, y mañana por la mañana le irán a recoger, ¿de acuerdo?
-Totalmente, camarada. Y reitero: estoy a su entera disposición.

Al llegar a la habitación 240 de la segunda planta de un hotel como otro cualquiera, me percaté enseguida de que mi pequeña maleta había sido registrada. Sin embargo el pasaporte seguía allí, en su escondite secreto, así como la cámara de fotos digital del tamaño de un paquete de cigarrillos.


3.

A la mañana siguiente me despertó el golpeteo decidido en la puerta.
Eran los esbirros, dos mulatos altos, que venían a buscarme.
Me duché y me vestí.
-¿No tiene usted algo más sobrio? -dijo un esbirro señalando mi camisa.
-¿Qué le pasa? -era una de las cuatro camisas hawaianas que había echado en la maleta.
-Es demasiado llamativa. Parece usted un maldito yanqui de vacaciones en las Bahamas.
-Pues es todo lo que tengo.
-¿Y de pantalones?
-Todas bermudas floreadas.
Dirigiéndose al otro:
-Alfonsito, baja y encárgate de traer algo decente para el españolito compañero, -Alfonsito salió.- Tiene usted mucho que aprender, mi amigo.
-Todo, camarada, tengo que aprender todo.
Me miraba con ojos brillantes, con un punto de fascinación en sus ojos untuosos:
-¿Y como se vive allá?
-¿En España? ¡Puaj! Aquello es un infierno camarada, un engaño vil, un señuelo para la clase trabajadora que se deja pescar por el relumbre de sus ciudades, sus coches y sus urbanizaciones, ¿pero quién disfruta de ello?, ¿eh?, ¿quién? Los de siempre, los capitalistas; los demás trabajamos para que ellos se den la gran vida. Pero eso aquí en Esmeralda no pasa. ¡Esta es la tierra del socialismo, la igualdad, la justicia!
-Claro, claro...-decía el esbirro mirando la moqueta del suelo.
El otro no tardó en llegar con una camisa blanca resplandeciente y un pantalón caqui.
Me vestí y salimos camino de los estudios de televisión en donde debía aparecer en el informativo estrella del mediodía.
Al llegar alli, vi al lacayo Lázaro:
-¡Camarada Lázaro! ¿Ha venido usted a asesorame?
-Justamente, me han asignado para ayudarlo en todo lo que sea necesario.
-Bien, bien, ya verá como nos divertimos.
Me lanzó una mirada oblicua. No acababa de tragarse el cuento de mi conversión.
La entrevista transcurrió estupendamente: repetí ante las cámaras de la televisión del Pueblo ,con convicción fanática, mi deseo de declarame "Refugiado Político del Capitalismo Criminal", que solicita humildemente ser aceptado en la Isla del Socialismo, renunciando voluntariamente a la nacionalidad española, explotadora de pueblos durante siglos, además de agradecerle a Nuestro Amado Líder el que bajo su atenta y bondadosa guía, esta Isla, que puede pasar por insignificante, sea considerada en todo el mundo como el ejemplo de lucha a seguir por lo pueblos sometidos, y muy especialmente los sometidos por el repugnante y nefando imperialismo yanqui: el paraíso de los capitalistas y el infierno de la clase trabajadora.
Todas estas cosas dije y muchas más, por lo que, imaginarán, mi intervención fue un éxito clamoroso. Los esbirros del partido se frotaban las manos por la repercusión mundial que provocaría mi perorata, que ellos distribuirían por todas las televisiones del planeta...¡por fin uno procedente del opulento capitalismo se atrevía a dar el paso!: entre el goteo constante, que no sabían como tapar, de los balseros y su lamentable imagen huyendo del paraíso socialista, el que alguien se declare refugiado político del capitalismo era más de lo que podían soñar.
El militarote de la víspera sonreía exultante:
-¡Mi hermano, ha estado usted fantástico, maravilloso!...me ha recordado esa frase célebre...que tuvo que haber sido dicha por un comunista ejemplar, sí...aquella de: "Las revoluciones profundas, de largo curso y huella duradera, no la hacen los escritores sino los oradores"...sí señor, ha sido un discurso electrizante, conmovedor...¿y sabe que es lo mejor de todo? Pues que ha llamado personalmente Nuesto Amado Líder para decirme que desea conocerlo a usted inmediatamente, ¿qué le parece?
-Pero, ¿sigue vivo?
-¡Pues claro!, qué pensaba...además le diré en confidencia que tenemos esbozado un plan para hacer de Nuestro Amado Líder un ser inmortal.
-¿Inmortal? Pero eso sería maravilloso.
-¿Verdad que sí? Pero vamos, no lo hagamos esperar. Puede llegar a ser muy colérico. Ya sabe: ¡el genio de los hombres singulares! -dijo apretando los puños y los brazos como signo de fuerza y vigor.
-Desde luego.
El esbirro Lázaro permanecía en silencio, observándome.

4.

El coche que tomamos era un lujoso Mercedes negro que marchó con rapidez siguiendo la línea de los rompientes del malecón, con las espaldas de muchos ciudadanos sentados frente al mar pasando ante nuestra vista. Nos paramos ante una verja custodiada por hombres armados. Como esa vendrían más. Pero todo se abría ante nuestro paso con suavidad y sencillez.
Llegamos a un edificio cuadrado rodeado de bellos jardines y césped, de poca altura y sin pretensiones, aunque pulcro y moderno.
Cruzamos pasillos plagados de guardias que se cuadraban nada más vernos, hasta que el militarote se paró delante de una puerta. Agarró el pomo, suspiró y la abrió.
Allí estaba. El Tirano. El Dictador de Esmeralda. Adelantándome a las presentaciones me lancé a la figura fláccida y borrosa sentada en una mecedora, cogiendo sus manos:
-Mi querido dictador, ¿cómo se encuentra usted? Es un honor conocerle, pero...¡joder! ¿Y su pelo?, ¡dios mio! ¿y su barba mesíanica? Si parece usted un bebesín, ¿sabe usted a quién me recuerda? Pues al Tito Paco español. Él también la diñó consumido y calvo enteramente. Lo que son las cosas.
El Tirano a duras penas puede hablar.
-¿Quién es es-te imbé-Sil?
El militarote se acercó encorvado sobre sus riñones:
-Señor, es el refugiado político español.
-¿Este?
-El mismo, querido abuelito -dije yo con ínfulas-...pero si fuera tan amable...¡oh, sería tan importante para mí!...una fotito tan sólo para el recuerdo..¡Camarada Lázaro!, por favor, tome -me saqué la cámara del bolsillo y se la puse en la mano al esbirro- ya sabe ¿no?, sólo tiene que pulsar aquí y ¡plash! listo, así de sencillo...¿podrá hacerlo camarada Lázaro? Seguro que sí... Querido abuelito, repita conmigo por favor: pá-tá-tá. -le eché el brazo por los hombros.
-Bá-tá-tá -repetía como un idiota el Tirano. ¡Plash!, el esbirro Lázaro pulsó el botón. Fui hacia él y le arrebaté la cámara. Aquella foto valía seis de los grandes, como decían en las películas.
-Abuelito dictador, permítame que le manifieste mi absoluta admiración por su personalidad: le puedo asegurar que rendiré un sincero culto a ella, que seré fiel hasta la muerte, ¡hasta la muerte siempre! Eso es.
-Bien, bien -murmuraba el viejo calvo con voz débil- así me gusta, ahora déjenme descansar.
-Pero abuelito, ¿permitirá usted que pueda ser ciudadano esmeraldino?
-Sí, sí, déjenme ahora...necesito descansar...-y empezó a roncar con la baba colgándole de la boca y la cabeza torcida.
Nos marchamos.

5.

El secuaz Lázaro me buscaba para matarme.
Escudriñaba los soportales en la oscuridad de las noches de Luna sobre el mar rugiente, entró a saco en todas las habitaciones de todos los hoteles de la ciudad, pateó las desvencijadas puertas de las casas de los opositores conocidos, puso a todo un ejército de espias lacayos trabajando a destajo, oyendo, sonsacando... Estaba rabioso y soñaba con torturarme hasta la muerte.

Después de conseguida la prueba acerca del estado de salud del Tirano, que mostraría a mis clientes exiliados y que daba término a mis actividades profesionales en la Isla, quise volar enseguida de vuelta a la querida familiaridad de mi despacho céntrico y a los churros anisados del egregio Juanito. Pero me fue imposible. Las autoridades esmeraldinas no me lo permitieron por más que yo esgrimiera excusas familiares, particulares y de toda índole, además de jurar y perjurar por todos los dioses de la Revolución de que volvería lo antes posible. Nada, ni caso. Tras la repercusión mundial de mi conversión a las filas de Nuestro Amado Líder, no querían arriesgarse a hacer el ridículo por haber confiado tan ciegamente en un loco que a saber lo que diría a la prensa nada más pisar suelo español. No, no podían arriesgrase y por ello mi vida, cada día que pasaba, valía menos. ¿Mi embajada?, ni pensar en intentar llegar a ella. Un cordón de seguridad invisible debía blindarla para mí. Por otro lado, mi país ya no mostraba el menor interés por el ciudadano panóptico: ya me creían un feliz esmeraldino viviendo bajo las bendiciones del cielo socialista.
Tuve que huir.
Me eché al monte que allí se llamaba Sierra Maruchi, y me uní a un grupo de guerrilleros por la libertad, todos desarrapados barbudos (excepto las mujeres, a dios gracias) y fumadores de puros impenitentes. El jefe era un personaje carismático con gafas de culo de vaso que se jactaba de haber leído todos los libros del mundo. Me pareció un tipo panóptico a su manera. Afirmaba de sí mismo haber visto la luz de la verdad el día en que sorprendió al Tirano levantándose los pantalones después de soltar los zorullos más apestosos y repugnantes que había visto de toda su vida. A partir de aquel día, cada vez que asistía a uno de los interminables discursos del Amado Líder, no lo veía a él tras su larga barba ocultando la boca orante, sino a los enormes zorullos como salchichas alemanas escupiendo estupideces sin fin, y se preguntaba: "¿pero cómo he llegado a ser un esclavo de esta mierda de tío?".
Cada cual tenía su historia alli. Como Flora, que se unió al hombre más miope y leído del mundo después de que a su marido lo colgaran por los huevos hasta la muerte los esbirros del Amado Líder.
Flora decía que en breve saldría en balsa para Yanquilandia, donde tenía un hijo viviendo con unos familiares que lo sacaron de la Isla mientras ella purgaba sus faltas en las cárceles del régimen.
La chispa surgió... ¿cómo decirlo?... de manera salvaje, como la válvula de escape de una olla a presión demasiado tiempo cerrada herméticamente. Para ella yo era un extranjero, una persona que no tenía nada que ver ni con sus penas ni con sus luchas, una persona neutra con la que le resultaba sencillo hablar, reir y follar todas las noches sin excepción.

El día que partimos en balsa, el hombre más miope y leído del mundo, nos abrazó fraternalmente y auspició que nos volveríamos a ver en una Esmeralda libre y próspera. Brindamos por ello con ron y nos echamos a la mar.
Pero la mar nos fue hostil: grandes olas azotaban la débil embarcación. El fuerte viento hacía volar el pelo negro y rizado de Flora. Eso es lo último que recuerdo: su pelo levitante recortado contra la cresta de la ola que se nos venía encima. Después la oscuridad.

En el hospital de Miami donde me recuperaba solo pudieron decirme que estaba viva, pero nada más.
Vino a visitarme el Embajador que quiso conocer todas mi peripecias: yo le conté sólo lo que me dio la gana, la mayoría cuentos chinos con que entretenerlo.
En cuanto me recuperé cogí mis escasas pertenencias: la pequeña cámara de fotos y el montón de billetes, que había llevado fajados alrededor de la cintura en material impermeable, e inquirí entre los del exilio el paradero de Flora. La mayoría de ellos desconfiaban de mí. No podían borrar de sus retinas mi intervención en la televisión del Tirano declarándome pomposamente como Refugiado Político del Capitalismo Criminal. Para compensar, les mostré la foto del Dictador babeante, calvo e imberbe, que les produjo una risa furiosa y vengativa. Al final, logré que me dieran la dirección de su hijo en Los Ángeles, a donde ella había ido.

Al principio no le di importancia, pero luego me picó la curiosidad y permanecí sobre la acera con la cabeza levantada mirando hacia el tejado del edificio al otro lado de la calle, como todo el mundo. Había policías que iban y venían, hablando con las caras vueltas hacia los audífonos de los walkies, prendidos de las solapas de las camisas azules. Había sirenas y cadenas de televisión. Bien, era evidente que estaba en yanquilandia en donde todo se convertía en espectáculo.
Ya me iba, reanudando la búsqueda de la dirección que me habían dado en Miami, cuando la música empezó a sonar..¡joder, pero si eran los malditos chicos de U2! ¿Qué coño estaban haciendo allí arriba? ¡qué cabrones!, estaban tocando en mitad de la calle, encima de lo que parecía un almacén andrajoso, para todos los ciudadanos que tenían la fortuna de pasar por allí en ese momento, como yo....y como ella. Sí, allí estaba. Reconocí su espalda al instante, su pelo largo ondulado, ese que se había quedado grabado en mi mente como lo que creí iba a ser la última imagen que me llevaría al otro mundo. Pero allí estaba, bailando, moviendo las caderas y el trasero como ningún gringo podría hacerlo jamás, feliz, exultante y sonriendo a un niño pequeño en sus brazos....

U2 - Where The Streets Have No Name

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