viernes, 13 de enero de 2006

El detective panóptico.

A las nueve en punto había tomado posesión de los dominos de mi despacho en el centro de la ciudad. Llegué con el pulso alterado por las escaleras que había tenido que subir - suerte que era un primero- y maldiciendo mentalmente por el conocimiento empírico que decía que por lo menos me quedaban dos días más de subidas antes de que el ascensor volviera a traquetear trabajosamente por su oscuro hueco; y es que ya conocía el ritmo de trabajo del portero Tomás, viejo cascarrabias que se resistía a la jubilación al que sin embargo jamás le había recriminado nada. Yo no me entrometía en sus asuntos y él no lo hacía en los míos. Así de esta forma nos podíamos saludar cada mañana tan asépticamente como el primer día. Sin una mota de simpatía pero tampoco de acritud: con respeto, característica ésta más apreciada para un detective utilitarista como yo.

Aun con el pulso alterado no dejé de lamentar, como cada mañana, que no fueran los años 30, época dorada de la profesión sabuesa, para dejar el sombrero con despreocupada puntería sobre un alto perchero detrás de la puerta. En estos tiempos de descaro hasta los cuernos se muestran sin pudor.
Lo que sí tenía era una silla giratoria en la cual me senté y me balanceé no más de un cuarto de vuelta izquierda-derecha, derecha-izquierda, mientras mantenía la mirada fija en la estantería de la pared donde descansaban los volúmenes de las Obras Completas de Charles Bukowski: "La máquina de follar, La senda del perdedor....." Todo un gran intelectual. Y entre balanceo y balanceo y reflexiones chinaskianas mis dedos se entretenían en sacar la costra de debajo de las uñas con un palillo de dientes que no sé de donde salió pero que, recordando lecciones maternas, hizo posible la máxima de que cualquier momento es bueno para el aseo personal.
Y en esas estaba cuando llamaron a la puerta y entró la mujer con las piernas más bonitas que había visto en mucho tiempo. Visión favorecida por una falda generosamente por encima de las rodillas. Dejé la manicura y con gesto automático me llevé el palillo a la boca, en donde lo retuve en su lado derecho, mientras le echaba una mirada de brutal descaro a sus magníficas piernas de forma deliberada. Ella no pareció inmutarse. Ni sonrió coquetamente ni bajó la cabeza con incomodidad, lo cual denotaba frialdad y seguridad en sí misma además de una clara conciencia de ser poseedora de un físico apabullante.

-Buenos días.-Dijo con la misma seguridad con la que entró y se sentó.
-Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla?
-A encontrar a mi marido.- contestó con sequedad. Enfado. En aquel momento decidí ayudarla aunque no de la forma en que ella esperaba.
-¿Debo entender que su marido ha desaparecido?
-Así es.
Me levanté. Abrí la puerta de un pequeño armario de esos convencionales de oficina y llené medio vaso de anís. Ella miró el vaso en mi mano y después mi cara con auténtica sorpresa. Iba a decir algo pero yo me adelanté.
-Mire, le voy a ser sincero. Hoy no tengo el ánimo como para hacer un trabajo de campo.
Rió corto y con dureza, con incredulidad y enfado.
-Perdón, ¿como dice? ¿Está usted bromeando?
Toda la tensión con la que llegó amenazaba con salir en cualquier momento a borbotones y yo no estaba seguro de poder controlar el torrente. -Creí que era usted detective ¿Es usted detective?
-Lo soy.
Segundos de auténtico cabreo en sus ojos mientras contemplaba atónita la figura de aquel fanfarrón -yo- con un vaso de anís en la mano a las nueve de la mañana.
-Perdone, no le molesto más.-Masculló mientras se levantaba con movimiento brusco en dirección a la puerta.
Ya con la mano en el pomo, la espeté:
-¿Cual fue el último regalo que le hizo su marido?
Se paró en seco ante lo inesperado de la salida. Sorbí del anís que me atravesó con su llama. Se volvió:
-¿Como dice?- Repitió la que debía ser una de sus coletillas preferidas con la ira típica del que se cree víctima de una broma pesada.
-¿Cual fue su último regalo......un vestido, un perfume, un colgante, una cena.....?
Quedó desarmada y pensativa.
-Una.....plancha industrial. A vapor.
Dejé que transcurriera unos segundos.
-Por favor, siéntese, quizás pueda ayudarla.
Se dejó guiar hasta la silla picada por la curiosidad que le suscitaba los métodos del detective panóptico.
Me coloqué detrás de ella, a la manera de la conciencia freudiana, y mientras le devoraba con la mirada sus estupendos jamones, comencé:
- Mire, quiero que se imagine en el centro de una habitación completamente vacía. Delante de usted una puerta cerrada. Abrirla y encontrar la ubicación exacta que le permita ver todos los aspectos de su problema será nuestra labor y el fruto de nuestras pesquisas.- Hice una pequeña pausa y contuinué: -Dice que fue una plancha y que su marido ha desaparecido. En principio no tiene por qué haber relación entre ambos hechos pero analicemos de cerca la cuestión.

Estaba lanzado, me tragué otra llamarada de anís y continué:

-Muy bien.. ¿por qué cree que le regaló una plancha y no por ejemplo, los clasicos del marxismo?
La tenía apabullada, hipnotizada. Aun así contestó con el titubeo normal y la curiosidad de saber en que terminaba todo aquello:
-Bueno, él se quejaba siempre de que los trajes no le quedaban impecables. Así que le sugerí que comprase una plancha mejor.
-¿Y entonces fue cuando él aprovechó alguna fecha señalada para comprarle la plancha, un cumpleaños, navidad....o fue por el contrario fruto de la pura necesidad?
-En San Valentín.
-¿Se lo esperaba o se sintió decepcionada?
-La verdad, me llevé un chasco. Fingí, por supuesto, pero.....no creí que fuese el día apropiado.
-Desde luego, lo comprendo. Pero dígame, analizando la naturaleza del "regalo", ¿acaso sería incorrecto inferir de ello que en realidad se lo regaló a sí mismo? Al fin y al cabo era él quién saldría a la calle con un aspecto mejorado gracias a la plancha a vapor que supuestamente le regaló a usted.
-Sí, desde luego. Recuerdo que iba más ufano, más perfumado y fatuo.
-¿Le molestaba?
-Sí!! ¡¡Cuando salía conmigo nunca se acicalaba tanto!!

Cada vez se agitaba más en la silla y cada vez se acercaba más a la conclusión dolorosa pero liberadora. Yo por mi parte apuré el anís y me aproximé más a ella. Su pelo olía a champú de rosas, su pecho subía y bajaba y sus piernas me parecieron más increíbles que nunca.....ah, el anís.
Decidí dar un paso más:

-Y ahora su marido ha desaparecido. ¿Desde cuando?
-Tres días,- dijo con rencor creciente.
-Y dígame...¿iba...acicalado como usted dice?
-Sí,- contestó ya con rencor indisimulado.
-¿Perfumado y...con el traje impecable, planchado por usted con la industrial a vapor que le regaló en San Valentín?
-Sí...-de pronto se levanta y maldice al aire- ¡¡Maldito hijo de puta!! ¡¡Canalla!! ¡¡Sinvergüenza!!

Bueno por fin habíamos llegado a la catarsis final......ya solo quedaba la coda, que yo intentaría que fuese feliz:

-Y ahora dígame: ¿ aún quiere que realice ese trabajo de campo para encontrar a su marido, o prefiere cenar conmigo esta noche y le cuento los secretos del panóptico detectivesco.....?

Al principio su mirada fue de ira, como nublada todavía por la visión del cónyuge bribón, para después reir como si le hubiesen contado el mejor chiste de toda su vida.......

Sólo añadir a esta historia verídica que sí, que la coda fue feliz....aunque solo en lo que concierne a aquella noche porque al poco después tuve que desplegar el ala y buscar otro nido donde realizar mis actividades panópticas ya que el marido, que resultó ser de una fidelidad ejemplar, volvió al mundo de los vivos en un hospital en donde despertó de un coma inducido brutalmente por el golpe inciso-contuso de un ratero que le birló la cartera y su identidad durante cinco días......... ¡¡Al fin y al cabo yo nunca aseguré que el método panóptico fuera infalible!!

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